Estatuas y monumentos: ¿Por qué se convirtieron en objetivo de los movimientos sociales en el mundo?
En mayo de 2020, el asesinato de George Floyd en manos de un policía en Mineápolis (Minnesota) desencadenó una serie de movilizaciones en Estados Unidos, las cuales trascendieron al resto del mundo. El malestar por la muerte de Floyd generó un desenfado como no pasaba desde los disturbios en Los Ángeles de 1992.
Esta vez, casi 30 años después, los movimientos sociales denunciaban un sistema permisivo con el racismo, en el que se naturalizaba la violencia contra los grupos minoritarios. Muchos manifestantes decidieron desatar parte de su ira en las figuras de jerarcas de hace décadas, consagradas durante una era en la que el racismo no era reflexionado como ahora, y en la que se erigían monumentos a personajes blancos cuya moralidad, aplicada a nuestros días, entraría en serio cuestionamiento.
Los recientes episodios en Colombia; tanto el derribo de las estatuas de Sebastián de Belalcázar, Misael Pastrana, Antonio Nariño y Gilberto Alzate Avendaño, tomaron prestada la práctica que durante varios meses de 2020 fue pan de cada día. Se calcula que alrededor de 100 monumentos asociados con los Confederados fueron removidos el año pasado en Estados Unidos, pero en Bélgica y Reino Unido el derribo de estatuas de personajes acusados de racismo también fue recurrente. Y continuará, porque en Estados Unidos, a pesar de los varios derribos del año pasado, aún se erigen al menos 700 monumentos y estatuas confederadas a lo largo y ancho de ese país.
El proceso de retirar (violentamente o no) estas figuras asociadas con el supremacismo blanco se remonta a los años 60. En aquel momento, los gobiernos locales lo hicieron por presión o iniciativa. En la última década, el movimiento ha cobrado otro significado, ya que quienes deciden ahora qué figura debería o no permanecer erigida en medio de una ciudad son los movimientos sociales, minorías y activistas.
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La decisión ha quedado en sus manos tras grandes incidentes sociales. El tiroteo en la iglesia de Charleston, en 2015, comenzó esta ola, seguida por las protestas de la extrema derecha y los supremacistas en Charlottesville, en 2017, y la muerte de George Floyd el año pasado.
Los asaltos a estos monumentos y estatuas no han estado exentos de críticas, sobre todo de quienes consideran que representan figuras que no pueden ser valoradas con los ojos de los movimientos sociales contemporáneos. Sin embargo, los grupos minoritarios en Estados Unidos aseguran que muchas de esas figuras no fueron hechas como homenajes, sino como mecanismos para intimidar a los afroamericanos y reafirmar la supremacía blanca tras la Guerra Civil.
Así lo asegura Julian Hayter, historiador de la Universidad de Richmond, quien le explicó al medio Business Insider Today que quienes atacan estas figuras “no le declaran la guerra a las estatuas, sino a las historias detrás de ellas”. Para el experto, “estas estatuas pueden estar levantadas sin ningún contexto, pero fueron diseñadas para contar una historia. Fueron hechas para reescribir la historia y, esencialmente, justificar la segregación racial. Y la segregación y el apartheid del siglo XX han dejado una sombra muy grande sobre el Estados Unidos del siglo XXI”.
En todo caso, derribar o retirar las figuras de todos los personajes asociados con el racismo y la segregación de aquella época, implicaría la tarea monumental de quitar de los espacios públicos casi que cualquier monumento construido en un periodo concreto, que en el caso particular de Estados Unidos podría traducirse en casi cualquier estatua de los siglos XVIII, XIX y comienzos del siglo pasado.
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Como lo señaló Claudine van Hensbergen, docente de la Universidad de Northumbria, en el medio digital Wired, es necesario definir qué es una conexión explícita con la esclavitud para no caer en una mala práctica de revisionismo histórico. Según la experta, quien se refiere al caso de Reino Unido, “si comenzamos a rastrear profundamente en las historias de los británicos prominentes que vivieron durante la era de la esclavitud legal, es probable que hayan sacado provecho del sistema racista de alguna manera”.
Es evidente que en aquel momento la economía británica dependía del cultivo de azúcar, algodón o tabaco, asociados a la trata de esclavos, y que muchos otros productos eran producidos por mano de obra esclava. Por eso, van Hensbergen advierte que, siendo extremadamente rigurosos, “casi que cualquier estatua erigida en Reino Unido para una persona que vivió entre 1660 y 1881 tendría que ser derribada”.
Está claro que los movimientos sociales actuales abogan por un reemplazo de los símbolos del pasado por nuevos personajes que representen la época que vivimos. En cualquier caso, y valorando las reivindicaciones que están detrás del acto simbólico de derribar el monumento de un personaje cuestionable, es clave que en el acto no se termine simplificando la mirada que se hace de una época anterior, en la que esos valores criticados hoy en día permeaban cualquier resquicio de la sociedad.
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