“Este gobierno no hizo nada para detener el nuevo ciclo de violencia”
A raíz de su nuevo libro, ‘Caminos de guerra, utopías de paz’, Diario Criterio Habló con Gonzalo Sánchez sobre el pasado, presente y futuro de la paz y la violencia en Colombia.
Diario Criterio: ¿Es posible concebir el pasado, el presente y el futuro de Colombia sin violencia?
Gonzalo Sánchez: El pasado es paradójico. De alguna manera ya está cerrado, pero también en muchos sentidos está abierto a lecturas y preguntas desde el presente que lo transforman. ¿Qué hubiera pasado si no hubieran matado a Gaitán? Hay futuros posibles y también hay pasados posibles. No estamos condenados a la guerra perpetua. Países vecinos con procesos de construcción nacional muy similares, dejaron las guerras atrás en el siglo XIX. A Aureliano Buendía y a nosotros nos tocó la Colombia de la violencia recurrente. Y por alineamiento de astros, como dijo Juan Manuel Santos, por primera vez tuvimos entre manos la posibilidad de ruptura con ese pasado cíclico. Esa posibilidad de consolidarla no se ha ido aún, es responsabilidad de todos que se aclimate entre nosotros. La paz no puede entrar al baúl de las causas perdidas.
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Sobre las responsabilidades en el conflicto armado
Diario Criterio: ¿Por qué históricamente nadie ha asumido las responsabilidades en el origen de la violencia? ¿Es posible que luego del proceso de paz los actores la asuman?
G.S.: Su pregunta sobre los orígenes parte de hecho, como lo sugerí antes, de las formulaciones que se plantean desde el presente. Lo que permitió juntar las diversas lecturas sobre el pasado fue el proceso de paz. Las negociaciones ponen en la arena pública el tema de las responsabilidades.
En la mesa la primera discusión fue la de “quién tiró la primera piedra”: las guerrillas dicen que el Estado. Primero fue la violencia estatal, la persecución del gobierno a los campesinos y luego la rebelión. Esa fue siempre la fuerza simbólica de Marquetalia, producto de una agresión estatal, y la fuerza de Tirofijo como líder guerrillero que había pasado por la violencia desde 1949 como víctima y como rebelde.
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Diario Criterio: Y por su parte el Estado argumentó…
G.S.: El punto de partida del Estado fue: somos la fuerza legítima, por delegación de la sociedad. En el curso de las negociaciones el Estado termina aceptando también sus responsabilidades y que agentes suyos deben comparecer ante los tribunales. Las dimensiones de las ejecuciones extrajudiciales son monstruosas y las responsabilidades insoslayables. Hoy las partes del conflicto, tanto guerrillas-Estado, como también paramilitares no discuten el sí o el no de las responsabilidades sino las magnitudes y las justificaciones. Una ganancia neta de los Acuerdos de Paz, insisto.
Diario Criterio: Aun así, históricamente, sectores de la sociedad colombiana todavía niegan el conflicto armado. De hecho, ha sido la constante, salvo excepciones en los gobiernos desde le Frente Nacional…
G.S.: El Frente Nacional fue un pacto de élites políticas entre sí, para contrarrestar la violencia de nuevo tipo que emergía de las cenizas de la confrontación bipartidista. El bipartidismo fue incapaz de dar respuestas a ese país social empobrecido de los años de confrontación armada, pero políticamente cada vez más consciente de la instrumentalización que había sufrido en esos años. En la narrativa de la época, La Violencia no tuvo víctimas, sino damnificados. Contar como víctimas a esos damnificados hubiera equivalido a reconocer que se había tratado de una guerra de elites contra la población, y eso no cabía en un país en el que la guerra interna solo podía ser pensada como “guerra fratricida”. La idea de guerra fratricida despolitizaba imaginariamente la naturaleza del conflicto. Esa dificultad de reconocer la naturaleza del conflicto vivido, como un conflicto con razones objetivas, es la que volvimos a experimentar ahora.
Diario Criterio: ¿Que responsabilidad tuvo la academia o la intelectualidad de izquierda en el conflicto armado?
G.S.: Creo que hay que ubicar bien el problema. El problema no está en la intelectualidad sino en la dinámica de las guerrillas. A la intelectualidad no se le puede arrebatar su sentido crítico, transformador e incluso rebelde. Es de su esencia. Aquí lo que ha habido es muchas crucifixiones tempranas. A Jaime Arenas, autor de ‘La Guerrilla por Dentro’, lo sacrificó el ELN por decir verdades sobre el manejo de las discrepancias en las filas de la insurgencia. Por similares razones fue sacrificado Ricardo Lara Parada, cuando se había integrado ya a la movilización popular abierta. Por decir verdades sobre la guerra fue sacrificado el líder comunista José Cardona Hoyos. La lista es larga en esta militarización extrema, ajena al debate y a la crítica, vistos como cisma, o como traición a la “línea correcta”.
“Esa dificultad de reconocer la naturaleza del conflicto vivido, como un conflicto con razones objetivas, es la que volvimos a experimentar ahora.”
Diario Criterio: Y en cuanto a su experiencia personal…
G.S.: No tengo una experiencia personal de la cual arrepentirme por haber puesto mis simpatías políticas e investigativas en el campo de los disidentes. Debo confesar, por el contrario, que me molesta un creciente moralismo a posteriori sobre los hechos de rebelión en todas sus modalidades. A la violencia en la política hay que juzgarla no solo por sus resultados sino por sus orígenes. Todos los movimientos campesinos, sindicales y las insurgencias colombianas maduradas en los años sesenta tienen como precedente violencias de gobiernos anteriores. El discurso insurgente fue: ejerceremos la violencia revolucionaria contra la violencia del Estado. La rebelión armada, aceptando todas las derivas criminales que luego haya podido tener, no se dio nunca en sus orígenes como programa matar, desplazar, o secuestrar. Su ideario fue transformar. La perversión de la guerra no estaba inscrita en sus orígenes.
Que con el paso del tiempo esos propósitos originales de rebelión fueran perdiendo contexto, y legitimidad social, aceptado. Pero insisto, la perversión de la guerra no estaba inscrita en los orígenes de la rebelión. En ese sentido, propongo invertir la pregunta: cuántos intelectuales han contribuido a construir el discurso de la paz, el camino de la transición de las armas a la política y del fin de la guerra.
Diario Criterio: Usted en el libro dice que la guerrilla también fue responsable del fenómeno paramilitar, una tesis que todavía muchos niegan ¿Por qué?
G.S.: Es un poco más complejo. Es cierto que en algunas regiones y momentos los paramilitares eran dispensadores de seguridad a comunidades agobiadas por los abusos guerrilleros. Pero en muchos otros la violencia inclemente de los paramilitares era prohijada por terratenientes, parapolíticos y hasta por agentes del Estado, que encubrían sus fechorías con las insignias y los uniformes de los paramilitares.
Diario Criterio: Pero ambos ejercen violencia…
G.S.: Sí. Ambos ejercen violencias que se retroalimentan. Pero no se puede meter en el mismo saco la violencia asesina del nazi que la violencia del resistente que se pretende emancipatoria. Creo que desde fines de los años ochenta, por lo menos, la intelectualidad colombiana ha sido más crítica de la acción armada de lo que se supone. De hecho, y a diferencia del Cono Sur, una de las debilidades mayúsculas de la insurgencia colombiana, con parcial excepción del M19, ha sido la debilidad del acompañamiento u organicidad de los vínculos con el mundo intelectual. El autoritarismo y casi nulo sentido autocrítico, expresado en los fusilamientos tempranos de universitarios por parte del ELN, creó distancias y prevenciones definitivas del mundo académico frente a los modos de debatir y hacer política dentro de la insurgencia.
“La perversión de la guerra no estaba inscrita en los orígenes de la rebelión”
Diario Criterio: Mientras en otros países como los del Cono Sur el experimento guerrillero duró relativamente poco, en Colombia se perpetuó. ¿A qué se debió?
G.S.: El punto de partida fue muy diferente. La visión guerrera de la relaciones sociales y políticas estaba muy arraigada en nuestro país. Eso de los odios heredados no es retórica en Colombia. Y se profundizó con la Violencia de los años cincuenta, que a su vez dejó marcas de origen en las nuevas guerrillas. El experimento guerrillero colombiano, como dice usted, fue también, a diferencia del Cono Sur, muy rural. El país arrastraba el no resuelto problema agrario que se venía planteando desde comienzos del siglo XX por los campesinos y por los grandes reformistas liberales. Es decir, la guerrilla colombiana estaba arraigada en problemas de larga duración. No por azar el punto uno de los acuerdos de la Habana fue el problema agrario.
Diario Criterio: Entonces, se podría decir que las guerrillas eran más orgánicas…
G.S.: Las guerrillas colombianas eran mucho más societales que las muy urbanas y episódicas de Tupamaros o Montoneros, cuyos países tenían también desde comienzos del siglo una diversidad de fuerzas políticas, alimentadas por poderosas clases medias, lejos de nuestra conformación social. Los populismos fueron de alguna manera una válvula de escape a las demandas sociales en el sur. El único populismo aquí, el de Rojas, fue más bien pro-terrateniente. En consecuencia, existen muchos más pendientes por resolver en Colombia que en el resto del continente.
Diario Criterio: ¿Cómo explica que los colombianos no hayamos entendido la oposición como valor democrático y que veamos al adversario como enemigo?
G.S.: El campo de la confrontación política se construyó en Colombia como una confrontación religiosa que demonizaba al adversario. ¿Por qué? La política nació impregnada de religión por el peso determinante de la Iglesia católica en el siglo XIX. Los contendores se representaron a sí mismos por décadas y décadas como manifestaciones de luchas y cruzadas de fieles contra herejes. Ese sectarismo no se ha ido definitivamente. La laicidad, la secularización del Estado llegó demasiado tarde al país, de hecho, con la Constitución del 91.
Diario Criterio: ¿Por qué el país ha subvalorado los conflictos sociales y políticos?
G.S.: Simple: para no tener que enfrentarlos. Es fácil negarlos, difícil resolverlos. Esa pereza mental para abordar los conflictos nos ha costado mucho. Creemos que resolvemos los problemas aplazándolos, y lo que hacemos es engañarnos a nosotros mismos. Por eso es admirable la negociación de los Acuerdos de la Habana, porque puso los temas reales sobre la mesa: el tema agrario, la exclusión política, la impunidad, el narcotráfico. A todos dio respuestas de largo aliento.
Diario Criterio: ¿Cómo logramos doparnos o volvernos insensibles frente a tanta violencia?
G.S.: Es el riesgo de las guerras largas. Téngase en cuenta que la guerra que estamos negociando es la que comienzos en los años sesenta, precedida de La Violencia que inició hacia 1945. Tres cuartos de siglo sumados. Eso significa que las comunidades afectadas, campesinas o urbanas, comienzan a adaptarse, a convivir y a negociar por pura sobrevivencia, incluso a beneficiarse de algunas de esas formas de violencia. Cuando hay dos, tres, cuatro, cinco masacres hay asombro. Cuando ya son centenares, o incluso miles, como es nuestro caso, ya ni se registran. Y así pasa con los líderes asesinados. Los primeros cien cuentan, los demás se van volviendo simplemente cifra.
Y en el campo de las instituciones pasan fenómenos similares. Estas dejan de plantearse el problema de cómo resolver la violencia, que se les va volviendo inmanejable, y empiezan a preguntarse sólo cómo gerenciarla, es decir controlarla. Lo que esto nos dice es que la negociación política con la insurgencia es solo un primer paso para plantearse temas muy profundos de acostumbramiento social a la violencia. ¿Cómo educar para una nueva sociedad? No se necesita ser un revolucionario para imaginar las dimensiones de lo que nos falta. El tiempo de los negociadores de alguna manera terminó, viene el de los hacedores de sociedad.
“El gran infortunio del proceso es que la implementación quedó en manos de la fuerza política enemiga del mismo, aunque traten de adornarlo de mil maneras”.
Iván Duque y la paz
Diario Criterio: ¿Estamos comenzando un nuevo ciclo de violencia como sucedió en el Frente Nacional? ¿Todavía es posible detenerlo o es causa perdida?
G.S.: Analistas como Francisco Gutiérrez, en un texto notable, hablan ya con buenas razones de un nuevo ciclo de la violencia. Es un riesgo enorme. Y este gobierno ya no hizo nada para detenerlo. El país tiene que ser muy responsable en la elección de los próximos legisladores y del nuevo gobierno, una de cuyas tareas centrales sería la reconducción del proceso de paz. La inmensa protesta social que vivimos fue un grito de los jóvenes para que no les devolvamos un país en guerra. Cualquier gobierno que venga tiene que entender eso. De lo contrario, el país se haría cada vez más ingobernable. Y esto no le sirve a ninguna fuerza política. Por puro pragmatismo, incluso las fuerzas más hostiles al proceso de paz tendrán que acomodarse. El gobierno de Duque fue un fracaso tanto para los amigos, como para los enemigos del proceso de paz. Un fracaso para el país.
Diario Criterio: A cinco años del proceso de paz ¿cómo lo evalúa su aplicación? ¿Cómo fue la gestión de Duque frente a este punto?
G.S.: Pregunta muy compleja. A la guerra le sobraron 30 años. A las negociaciones les sobraron dos. Dos que hubieran podido ser decisivas para la puesta en marcha del proceso, en cabeza del gobierno que había firmado los acuerdos. El gran infortunio del proceso es que la implementación quedó en manos de la fuerza política enemiga del mismo, aunque traten de adornarlo de mil maneras.
“No creo que el país se deje robar la paz cuyos beneficios ya acarició”.
Diario Criterio: Entonces, todo está perdido…
G.S.: No. Hay elementos reversibles, desde luego, pero los más importantes son los irreversibles: una institucionalidad para la paz, que no se puede desmontar; unas víctimas que hicieron de la paz el más importante factor de reparación simbólica; y una vigilancia de la comunidad internacional que le hace pagar altísimos costos a cualquier gobierno que pretenda desentenderse de los compromisos que fueron no solo entre las partes sino frente al mundo.
Confío en que a la larga se van a imponer los irreversibles. Por otro lado, el país aprendió, así fuera solo por un par de años, lo que significa potencialmente vivir en paz. En ese corto pero elocuente tramo, la economía, las inversiones, el turismo empezaron a moverse a otros ritmos. La presencia internacional del país estuvo en su mejor momento. Los exiliados empezaron a regresar. La comunidad académica se volcó a estudiar el caso exitoso más importante en la reciente historia de los conflictos. Mucha gente le apostó a Colombia. Muchos serían los perdedores de un proceso de paz fracasado. No creo que el país se deje robar la paz cuyos beneficios ya acarició.
Diario Criterio: ¿Cuál es el gran mensaje que deja su libro?
G.S.: Destacaría al menos dos. Uno en el plano personal: cuando uno comienza en la producción intelectual o artística no puede parar. Este libro es el fruto de un renovado comienzo. El contexto te sigue pidiendo más. En toda producción, lo leí muy bien dicho por Martin Scorsese sobre la producción artística, se va creando “Presión del público, de los fans, de los críticos y de los enemigos. Presión para seguir produciendo. Presión para llegar más lejos. Presión de sí mismo sobre sí mismo.”
“Este país ha sido incapaz de cerrar procesos. Siempre estamos recomenzando”
Otro mensaje en el plano político y muy doloroso: este país ha sido incapaz de cerrar procesos, siempre estamos recomenzando. Es un país que difícilmente se une para proyectos colectivos. Como dijo lapidariamente Gabo “cada colombiano es un país enemigo”. Tenemos una larga tarea de transformación de nuestra cultura política, sectaria, excluyente y hobbesiana.
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Análisis genial, advertencias para tomar en cuenta ante el peligro de un nuevo ciclo de violencia.
Un análisis objetivo, serio , despacionado y muy orientador, especialmente para los actores políticos que se avisoran como los próximos decisores en materia de políticas públicas.