“La lista de monstruos en Colombia es más larga que la de los próceres”
‘Casa de furia’, la novela reciente de Evelio Rosero, es un viaje a los años setenta, a una historia de tragedia en medio de la alegría.
Hace rato Evelio Rosero (1958) tiene un lugar dentro de los escritores mejor ponderados de Colombia, por obras como La carroza de Bolívar o Los ejércitos, calificada como una novela convincente sobre el conflicto armado colombiano.
Recién Babelia, el suplemento cultural de El País de España, lo describió: “Menos figurante que muchos otros creadores colombianos, no deja de ser una de las voces narrativas que mejor ha retratado el pasado violento que ha vivido Colombia”.
Autor de 15 novelas, cuentos, poemas y varias obras de literatura infantil y juvenil. En 2017 publicó Toño Ciruelo, sobre un asesino de clase alta que, en su momento, fue asociado con el caso real de Rafael Uribe Noguera, que asesinó en Bogotá, en 2016, a la niña Yuliana Samboní.
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Ahora, con Casa de furia, Evelio Rosero continúa con personajes ‘divinamente’, también de la capital, solo que esta vez los ubica en los años setenta, en medio de la celebración del aniversario de boda de Alma Santacruz y el magistrado Nacho Caicedo.
En medio de la reunión, entre cuatro paredes, se desencadenarán una serie de acontecimientos en los que habrá humor, violencia y el reflejo de una élite hipócrita y corrupta.
Diario Criterio: ¿Por qué otra vez (como con Los Ejércitos o Los almuerzos) decidió recurrir a una casa como escenario para una alegoría de lo que puede ser Colombia?
Evelio Rosero: Yo no recurrí voluntariamente a una casa para la implementación de la novela. La casa apareció, protagónica, como ha aparecido en la mayoría de mis novelas, desde Mateo solo hasta Casa de furia, pasando por la casa de los desnudos en Señor que no conoce la luna, la casa donde vive Juliana, la casa destrozada del profesor Pasos, la del médico-historiador Justo Pastor Proceso, en La Carroza de Bolívar. Y son espacios arquitectónicos protagonistas porque dentro de sus paredes se adelanta buena parte del argumento, y eso lo determina la misma obra, su transcurso humano.
Esos años setenta fueron determinantes en la historia del país, en muchos aspectos, y en mi propia vida. Yo tenía doce años, en el setenta, y acababa de regresar a Bogotá. Conozco los setenta, los disfruté y padecí.
Diario Criterio: ¿Cuál es la verdadera Colombia, la más real: la que está metida en una casa o la que vive en zonas rurales?
E.R.: Ambas son la verdadera Colombia y a las dos hay que concederles la importancia que se merecen. En mis obras se dan estos dos escenarios, seguramente porque viví una buena parte de mi vida en Bogotá, pero la infancia la transcurrí en una ciudad más pequeña, Pasto, y los diferentes pueblos del departamento de Nariño, que alimentaron mis escenarios rurales.
Diario Criterio: Para usted, ¿qué realidad es más compleja recrear y por qué? ¿El campo o la ciudad? ¿El pasado o el presente?
E.R.: Ninguna realidad es más difícil que la otra. El campo y la ciudad, el pasado y el presente son realidades que exigen el mismo esfuerzo, a como dé lugar, la misma obstinación por adentrarse en ellos y lograr desentrañar el asidero real de una historia imaginada, una historia de ficción. Incluso si se trabaja una historia “de la vida real”, con personajes que existen o existieron, el esfuerzo que eso demanda tiene que ser de la misma responsabilidad que cualquier historia imaginada. A la larga, lo que queda es el resultado, la obra, después de la misma batalla diaria que es el diario escribir.
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Diario Criterio: ¿Cuál fue la razón para ubicar la historia de Casa de furia en la Bogotá de los años setenta?
E.R.: Esos años setenta fueron determinantes en la historia del país, en muchos aspectos, y en mi propia vida. Yo tenía doce años, en el setenta, y acababa de regresar a Bogotá. Conozco los setenta, los disfruté y padecí.
Diario Criterio: ¿Como cuáles hechos, y cómo los vivió o los padeció?
E.R.: Se empezó a traficar de manera más organizada la marihuana, desde La Guajira. El negocio de la cocaína era todavía incipiente. La marihuana colombiana era la más apetecida, la “punto rojo”, en los Estados Unidos. Y ya sabemos qué papel empezará a tomar el narcotráfico en el país; alimentará la guerra, comprará las armas de la guerrilla, del ejército, de los paramilitares y de los mismos narcos, que son otro ejército de los cuatro que se ceban en Colombia.
Diario Criterio: Y personalmente…
E.R.: En 1970, leí Cien años de soledad, empecé a conocer otras grandes obras de la literatura latinoamericana, Rulfo, Cortázar, Onetti, Borges. Tuve mi primer amor, me fugué de la casa y perdí el año, perdí primero de bachillerato. Todo eso lo narro en Los Escapados, que es mi única novela autobiográfica.
La venganza, como la intolerancia, es uno de los sentimientos más representativos de la cultura del país.
Diario Criterio: ¿Qué tipo de investigación hizo para escribir Casa de furia? ¿La inspiraron personajes reales?
E.R.: Investigación como la que adelanté en La carroza de Bolívar nunca la hubo. Más bien un viaje al pasado, en alas de la memoria familiar, la memoria de barrio, de rostros de amigos y familiares que ya no existen pero que alimentaron la fiesta de la familia Caicedo, en las raíces. Pero la consecuencia, los personajes, son sobretodo ficción.
Diario Criterio: Recién murió Antonio Caballero, autor de Sin remedio, considerada la gran novela urbana escrita en el país. Una historia también de los años 70, donde también hay humor negro y críticas a la “gente bien” de la capital. ¿Leyó este libro?
E.R.: No. No tuve en cuenta ese libro para mi novela. En absoluto. Tampoco creo que se haya escrito todavía la gran novela urbana del país. Ha habido algunas aproximaciones, pero todas sin mayor envergadura, y son más bien de mundos particulares. Bogotá es todavía un gran reto literario, pero la sociedad bogotana no se puede considerar “el mejor reflejo de lo que somos como país”. La selva del golfo de Urabá podría ser otro “mejor reflejo”, los Llanos orientales, en fin, toda esa diversidad de paisaje humano y geográfico es definitoria del país.
Diario Criterio: ¿Pero entonces qué debe tener la gran novela urbana del país o de Bogotá?
E.R.: Hay que apuntar a las estrellas para rozar, por lo menos, una nube. Bogotá exige una novela río, profunda y torrentosa, que muestre su claridad y sus vísceras, que abarque su magia y su podredumbre, sus seres humanos, que son tan ángeles como demonios, venidos desde todos los puntos cardinales del país. También hay que intentarlo en la poesía, en el cuento, porque Bogotá es espejo del país. Esto no se ha hecho en la literatura colombiana, hay solo atisbos, pero lánguidos, sin fuerza. Pensemos por ejemplo en la Dublín de James Joyce, o en la París de Francois Villon.
Diario Criterio: En Toño Ciruelo, su anterior novela, el personaje central es un monstruo, un asesino. Y perfectamente pudo haber entrado a la fiesta de la Casa de furia. ¿Por qué el monstruo como personaje en sus novelas?
E.R.: ¿Por qué el monstruo como protagonista de la historia de nuestro país? La lista de monstruos en nuestra historia es más larga que la de los próceres; y son los monstruos los que muchas veces han decidido nuestra realidad, y la siguen decidiendo, sin duda.
Diario Criterio: Después de tantos títulos, de tanta indagación sobre la violencia, ¿cómo la define y por qué hay tanto de ella en Colombia?
E.R.: Podría responder que la violencia es innata en el ser humano, que va implícita en la condición humana, etc, etc… pero es que la violencia en Colombia, en los últimos 200 años, lo deja a uno sin palabras y sin definición.
Diario Criterio: La venganza también está muy presente en sus libros. ¿Qué representa la venganza para el colombiano?
E.R.: La venganza, como la intolerancia, es uno de los sentimientos más representativos de la cultura del país. Pero la peor de todas las realidades es la ignorancia: por eso no hay escuelas y colegios de verdad. Por eso, los políticos, eternos corruptos, prefieren financiar un estadio y no una biblioteca.
Estoy trabajando en una serie de semblanzas de escritores colombianos, con los que he departido por más de quince minutos, desde García Márquez hasta el último de los últimos.
Diario Criterio: Usted es periodista. ¿No pensó nunca contar o narrar temas como la violencia desde la no ficción? ¿Qué ventaja le ve a la ficción?
E.R.: No soy periodista. Hice dos o tres semestres de comunicación social en el Externado, pero lo mío siempre fue la literatura. Es cierto que publiqué uno que otro reportaje, alguna crónica, algunas reseñas de libros y cine, para pagar el arrendamiento, pero cada día era otro encuentro feliz y sufriente con la novela que tenía en mis sueños.
Diario Criterio: ¿Esta podría ser su obra más “cinematográfica”, con opción de ser adaptada al cine?
E.R.: Sí. No se me había ocurrido. Pero no sé qué director se interesaría. Personalmente, me encantaría Tarantino o Sam Peckinpah –si viviera-, aunque el más indicado hubiese sido el poeta Pier Paolo Pasolini.
Diario Criterio: ¿A dónde mirará Evelio Rosero después de esta novela, qué planea escribir, qué lo inquieta ahora?
E.R.: Estoy trabajando en una serie de semblanzas de escritores colombianos, con los que he departido por más de quince minutos, desde García Márquez hasta el último de los últimos. Hablo de todo lo que me han dado y me han quitado. A veces me refiero más al aspecto literario, a veces al humano. Tengo ya diecinueve escritores, en borrador. Lo hago para que no se me enfríe la mano, como dicen los pintores. Pues no escribo desde hace más de un año, no escribo novela. Si se me aparece una novela, mando a la porra a todos esos queridísimos colegas.
10 Comentarios
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Tema fuerte el de este libro pero muy cierto.”Pero la peor de todas las realidades es la ignorancia”
Este es el mayor de nuestros problemas