El exceso de tolerancia es perjudicial para la democracia
“Justo en el momento en el que nadie pregunta ni reacciona, empieza a tolerarse ese hecho de intolerancia y violencia protagonizado por (José Jaime) Uscátegui”: César Torres.
En Colombia, la intolerancia es la causa de dos de cada diez homicidios. Según cifras de la Policía Nacional, en el último año, los asesinatos cometidos por ese motivo se han incrementado en un 10 por ciento.
Por datos como esos, es usual decir que Colombia es un país de gente intolerante.
Es mejor matizar esa afirmación. Primero, porque, ni todas las personas son intolerantes, ni todas reaccionan siempre con violencia ante las dificultades, problemas y conflictos. En segundo lugar, porque, usualmente hay un grupo de personas que buscan justificar cualquier agresión. Esto último nos convertiría, más bien, en un país de tolerantes.
Un ejemplo de lo segundo es lo ocurrido con el tumulto liderado por José Jaime Uscátegui Pastrana, representante a la Cámara por el Partido Centro Democrático: hace un par de semanas, acompañado de un grupo de sus simpatizantes, intentó entrar con violencia al lugar en el que se adelantaba la moción de censura contra Álvaro Leyva Durán, el canciller. El que citó la sesión fue el mismo partido de este representante.
Según el diario El Colombiano, “La incursión fue protagonizada por alrededor de 35 personas, en su mayoría familiares de integrantes de la Fuerza Pública que –al hervor de clamores como ‘libertad y orden’ y ‘no más guerrilleros en el Congreso’–, intentaron entrar al Salón Elíptico”.
Al parecer, el doctor José Jaime no tolera que el Congreso de la República tenga un reglamento, ni que el presidente de la Cámara, David Racero, en uso de sus atribuciones legales, decida no permitir la entrada de Uscátegui y de su grupo vociferante. Tampoco tolera que no le abran la puerta.
Teniendo en cuenta las consignas coreadas por el representante y su grupo, puede afirmarse que lo menos tolerado por Uscátegui es la presencia en el Congreso de personas que él califica como guerrilleros (presencia que es, por otra parte, prácticamente imposible que se dé, a menos que los sistemas de seguridad e inteligencia del Estado sean de una ineficiencia absoluta y permitan que se les cuelen insurgentes en la sede parlamentaria).
Enfrentar todas aquellas normas, personas y situaciones que él no tolera lo llevó a golpear la puerta del salón en la que se adelantaba la sesión mencionada y a intentar interrumpirla a punta de gritos y gestos amenazantes. Cuando algunos periodistas le preguntaron la razón de su proceder, respondió que fue una manifestación espontánea de un grupo de personas a quienes la Cámara de Representantes les violaba sus derechos.
Nadie le preguntó los nombres propios de los guerrilleros o guerrilleras que, según él, están en el Congreso; tampoco le pidieron pruebas acerca de la violación de derechos a los que, de acuerdo con su versión, se les estaba sometiendo a él y a sus conmilitones. Mucho menos, se le solicitó que señalara la norma que autoriza la interrupción de una sesión parlamentaria. El personal de seguridad asignado a esa área del capitolio no interceptó ni detuvo al grupo encabezado por Uscátegui.
Las y los periodistas que no piden pruebas de las afirmaciones hechas por el doctor José Jaime le dan la posibilidad de engañar a la opinión pública usando a los medios de comunicación como amplificador de sus mentiras. Quienes, investidos de autoridad, no detuvieron el acto de violencia protagonizado por el señor representante y sus seguidores permitieron que su agresión se cometiera de manera continuada.
Justo en el momento en el que nadie pregunta ni reacciona, empieza a tolerarse ese hecho de intolerancia y la violencia protagonizado por Uscátegui.
A partir de ahí, la tolerancia a la intolerancia crece y se consolida, gracias al silencio de los grandes medios de comunicación, al miedo de los testigos directos y a la inacción de las autoridades encargadas de guardar la libertad y el orden en el edificio del Congreso. Es como si nunca hubiera ocurrido, como si se hubiera disuelto en el aire. Igual ocurre con los asesinatos que se cometen por intolerancia: se convierten en cifras o en anécdotas.
La vida política y social de nuestro país parece discurrir en medio de la excesiva tolerancia.
En momentos como este, es necesario tener en cuenta las palabras de Karl Popper: ”La tolerancia ilimitada nos llevará a la desaparición de la tolerancia”.
Debemos reclamar y usar el derecho a no tolerar la intolerancia.
Siga con más de César Torres: Un sainete raro
3 Comentarios
Deja un comentario
Mejor no se puede decir. Todo tiene un límite y la Democracia también.