‘Extraña forma de vida’ de Pedro Almodóvar: las promesas aplazadas
Antes de llegar a la plataforma de ‘streaming‘ Mubi, el cortometraje ‘Extraña forma de vida‘ de Pedro Almodóvar se exhibe en algunas salas, luego de su estreno mundial el pasado mayo, en el Festival de Cine de Cannes. Después de otro corto en inglés, ‘La voz humana’ (protagonizado por Tilda Swinton y que nació de una vieja obsesión del cineasta español con un libreto para ópera de Jean Cocteau), Almodóvar salda con ‘Extraña forma de vida’ una deuda: la que se abrió cuando declinó dirigir la célebre ‘Brokeback Mountain’. Ahora, con producción de la casa Yves Saint-Laurent, el director (siempre asociado al fulgor del melodrama) visita por fin el universo mítico del ‘western’, y le imprime algo de energía ‘camp’ y ‘queer’.
Treinta y un minutos dura la intervención del director español Pedro Almodóvar en las convenciones del que es quizá el más masculino y menos queer de los géneros canónicos del cine: el western. El resultado –y no necesariamente esto se deba a la duración– es el bosquejo o promesa de una película mayor: la gran obra que Almodóvar no ha podido hacer hablada en inglés, y a la cual trasladar sus dotes para el escándalo o la irreverencia.
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Este Almodóvar ya adulto –es decir, melancólico, reflexivo y autoconsciente– se saca de entre las manos lo que en la tradición de las películas del oeste se conoce como un western crepuscular, de héroes cansados o en declive, y donde importa más la psicología de los personajes (sus dudas y batallas interiores) que la acción en sí misma.
Revisiones del western y de su particular mundo moral se han emprendido con ahínco al menos desde la década de 1960, como un colofón de la crisis del relato clásico en el cine norteamericano. En los últimos años destaca en este camino lo realizado por dos mujeres directoras: Kelly Reichardt (en particular Meek’s Cutof y First Cow) y Jane Campion (con la multimpremiada El poder del perro). Y, por supuesto, la que es ya casi una película de culto: Brokeback Mountain (dirigida en Estados Unidos por el taiwanés Ang Lee), un antecedente claro de lo que intenta Almodóvar en Extraña forma de vida.
Tanto Campion como Lee pusieron su foco en la posibilidad del deseo homoerótico en entornos de amplia socialización masculina, y repararon en las marcas de su represión. Pero la represión es un tema en apariencia lejano a Almodóvar, un director cuya obra se despliega en tiempos de una (al menos aparente) amplia tolerancia, y en el que los problemas del encuentro sexual o afectivo entre personas del mismo sexo son otros.
Y aquí está pues el director manchego espiando de reojo a dos hombres mayores que se reencuentran y reviven viejos tiempos de dolor y gloria, en el tránsito de un día con su noche y su cruel amanecer. Uno de ellos, Silva (Pedro Pascal), cabalga el desierto en busca de su amigo de antaño, Jake (Ethan Hawke), que ahora es sheriff en un poblado llamado Bitter Creek.
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La película divaga en el juego de miradas, palabras de pudor, sobreentendidos y malentendidos entre los dos hombres. Uno de ellos bebe whisky, el otro (nos) comunica que ha dejado de beber porque el licor abre las puertas de la locura. Si bien los dos amigos han seguido, a todas luces, sendas diferentes, el deseo parece haber permanecido y se enciende de nuevo.
Salvo algún otro incidente actual y cierta rememoración (o imaginación) del pasado que pudo haber sido, un reencuentro es lo que ocurre en este cortometraje, antecedido por un brillante prólogo en el que el modelo Manu Ríos interpreta un fado, a caballo entre Amália Rodrigues y Caetano Veloso. Las reglas del formato corto se cumplen en su unidad de tiempo y espacio, y en una concentración narrativa que, si bien permite evocar lo que pasó antes, desemboca con todo su peso en la jornada que están viviendo los personajes.
La película hace otros guiños al género western, desde los amplios horizontes hasta las peleas a cielo abierto, pero todo ese repertorio de motivos se encamina hacia una escena final que condensa el talante del último Almodóvar. Este parece haber desplazado su interés de las técnicas del exceso y el placer (las tecnologías del yo, de las que hablaba Foucault) a la preocupación por el cuidado de sí y de los otros. La ética es el centro del último (y no tan último) Almodóvar.
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¿Qué pueden hacer dos hombres juntos viviendo en un rancho? Esa era la pregunta que le tiraba en la cara Ennis (Heath Ledger) a Jack (Jake Gyllenhaal) en el centro del drama encarnado en Brokeback Mountain. Almodóvar contó recientemente la razón principal por la cual declinó dirigir la adaptación del cuento de Annie Proulx. “Faltaba sexo”, o en palabras más amplias, dudada de tener la suficiente libertad artística para dirigir un drama gay en sus propios términos. Aunque tampoco hay mucho sexo en Extraña forma de vida.
Los dos personajes del corto de Almodóvar traen de regreso la pregunta que quedó ardiendo en Brokeback Mountain y parece como si Extraña forma de vida hubiera sido hecha para dar una respuesta a ese dilema. También es como si Almodóvar estuviera repasando sus propias oportunidades perdidas. Que lo más probable es que vayan mucho más allá de dirigir (o no) en Hollywood.
Por cierto, el mediometraje del director español se filmó en Almería, el mismo lugar de rodaje de algunos spaghetti western, películas crepusculares si las hay, y no en el ya no tan lejano oeste norteamericano. Extraña forma de vida es una película sobre el fin y los finales, sobre el ocaso de la vida y la pregunta por el cuidado y la compañía. Pero también es un capricho, una película de cámara (en el sentido de la intimidad que sugiere la música de cámara) en el más épico de los géneros del cine.
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