La filosofía oculta detrás de los ‘falsos positivos’

“Cuando se me olvida el tono, en dónde estaba y de dónde he sido, me compongo, me compongo y lo desolvido.”

Edson Velandia, ‘Desolvido’.

Uno de los retos a los que se enfrenta toda sociedad radica en cómo mantener la distinción entre lo real y lo aparente. La meta de la apariencia consiste en hacerse pasar por la realidad mientras la oculta. Sin embargo, hay momentos en los que la apariencia no solo suplanta la realidad sino que ella misma se vuelve real. Es lo que ocurre con los ‘falsos positivos’.

Analicemos primero el término: en el contexto de una guerra, una baja del enemigo se asume como un positivo. El término positivo tiene su origen en el campo médico, cuando por medio de una prueba diagnóstica, se logra identificar la presencia de una enfermedad o afección, a veces generada por un virus invasor. Positivo, por lo tanto, tiene un juicio de valor negativo en tanto describe una situación anormal y peligrosa para la salud de un organismo.

El término falso positivo ya fue utilizado en 2006 por el entonces fiscal, general Mario Iguarán. En ese entonces se refirió a los supuestos atentados contra el gobierno, después desenmascarados como planeados por miembros del propio Ejército para generar positivos. Parece que poco después su utilización pasó de los falsos atentados a las falsas bajas guerrilleras en combate. 

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Lo interesante es que en su acepción militar ocurre una inversión de valores. El valor negativo del término (virus invasor, enfermedad) se convierte en positivo (éxito militar). Ocurre una transferencia de valor, al pasar del campo médico al militar. Aquello que en el primero sería motivo de celebración, para el estamento militar resultó en uno de los mayores escándalos de la institución. Además, en su uso militar, el diagnóstico en lugar de estar anclado a la realidad por medio del examen médico es construido por medio de un montaje escenográfico donde se identifica como guerrillero al ser humano dado de baja.

Aquí comienza la incursión de la apariencia en el campo de lo real. La guerra deshumaniza, al igual que su vocabulario y gramática. Un falso positivo es una ejecución extrajudicial, un asesinato de un ser humano en la mayoría de los casos completamente ajeno al conflicto armado.

No se debe utilizar vocabulario militar (o médico) para describir atrocidades humanas. Los nombres importan porque crean un campo semántico dentro del cual los hechos adquieren significado y resonancia. Y el término falso positivo mantiene los hechos que nombra enmarcados dentro de un campo de batalla (fabricado) en una guerra (conveniente) generando víctimas (reales).

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Esta realidad de la muerte en el contexto teatral o fabricado del combate lleva a un segundo punto: el de la representación. Para esclarecer este punto ofreceré una comparación entre los ‘falsos positivos’ y la representación que crea la pornografía. La pornografía es una representación de la realidad y simultáneamente la realidad que está siendo representada, es ella misma y su representación. La pornografía se desdobla entre su actuación, en tanto no es ‘la realidad,’ y la realidad de su actuación, lo cual la hace ‘real.’ Un actor pornográfico actúa y no actúa. Ocupa un espacio ontológico extraño: un ser que no es lo que aparenta ser, pero al aparentar serlo termina siéndolo en realidad. La apariencia es la realidad de la cual es a su vez apariencia.

‘Falsos positivos’, entre la representación y la realidad

El Ejército utiliza a una víctima de la ejecución extrajudicial, llamada falso positivo, como a un extra en un escenario. Con camuflado prestado y botas mal puestas, en medio de un combate imaginario, le ponen a ‘representar’ a un guerrillero. Pero en la representación misma se convierte en guerrillero por medio de su muerte real, de su ejecución. La representación es la realidad. El campesino, desempleado, discapacitado, líder social, indígena, etc., se convierte, a la fuerza, en lo que representa su representación por medio de la realidad de su muerte. Esta es una realidad final, inexpugnable.

La falsedad del positivo siempre pierde ante la positividad del hecho. Solo quedan el futuro y el pasado como campos de posible intervención: el futuro, en tanto luchemos para que no queden impunes dichos hechos; y el pasado, en tanto recuperemos la realidad de las víctimas y desenmascaremos su carácter espectral. Estas dos estrategias están conectadas, por supuesto. Comencemos con el pasado.

Los familiares de las víctimas se enfrentan no solo a la desaparición de sus seres queridos, no solo al posterior descubrimiento de su muerte, sino también al hecho de que alguien los convirtió en guerrilleros, algo que no lo fueron antes. Es decir, la ejecución extrajudicial no solo es un hecho que altera irrevocablemente el presente, también reconstituye el pasado.

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El falso positivo es una afrenta a la memoria en tanto la altera. Incursiona en el pasado y obliga a los familiares de las victimas a luchar por él, para recuperarlo de las garras de la representación convertida en realidad. El pasado se convierte en un nuevo campo de batalla donde no estar recogiendo café equivale a ser guerrillero, como lo dictaminó, unas semanas después de que aparecieran varias víctimas en Norte de Santander, el presidente Álvaro Uribe en octubre de 2008.

La lucha de sus familiares por recuperar su pasado es la lucha contra la realidad de la apariencia en una situación donde esta realidad se instauró desde el estado, con el respaldo tácito de gran parte de la sociedad del país para quien ahora el mayor problema de tener 6402 casos de ‘falsos positivos’ (según el informe de la JEP emitido en febrero del 2021) es la inexactitud de la cifra. Además, dirán, así no hayan sido guerrilleros eran campesinos, desempleados, desmovilizados, líderes sociales, indígenas, discapacitados, es decir, marginados y, por ende, potenciales guerrilleros. Tal vez esta es la verdadera razón por la que es una noticia que aún no ha generado muertes políticas o movimientos ciudadanos amplios.

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Con los ‘falsos positivos’ se creó una realidad a partir de la apariencia

La falsedad del positivo no consiste en que no haya sido un guerrillero dado de baja en combate real sino en que la acción se adelantó a la realidad misma, evitando así un futuro enfrentamiento; lógica similar a la del actual ministro de Defensa para quien un adolescente de 14 o 15 años es una máquina de guerra que hay que destruir ahora, para evitar futuros males: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.

La política de los ‘falsos positivos’ obedecía a una lógica técnica y administrativa propia del mundo empresarial. Los incentivos para asesinar a un ser humano inocente, aterrorizado por lo que podría ocurrirle en una situación totalmente fuera de su control, en un lugar extraño, rodeado de personas armadas, indefenso, vendado y maniatado, variaban desde hamburguesas y pollo asado hasta días extras de vacaciones, permisos y bonos. El objetivo de estos incentivos no era el ‘éxito’ de la operación en cuestión: la victoria sobre los grupos alzados en armas. Era la ‘apariencia’ del éxito y a partir de ella la construcción de lo real.

Ganar a cualquier precio

Al Ejército no le interesa ganar la guerra; le interesa mantenerla. La paz no es rentable ya que no se traduce en presupuestos exorbitantes (compra de 24 aviones F-16 por 14 billones de pesos mientras el 42.5 por ciento de la población vive en pobreza) o en presencia institucional en el imaginario colombiano (¡Dedo arriba!).

Los pagos por supuestas bajas guerrilleras fueron una inversión mínima en la alimentación de una narrativa fundamental sobre la cual se sustentan ciertos segmentos de la sociedad en Colombia para mantener su poder. Es decir, la lógica militar y la lógica empresarial están motivadas por la misma meta: la protección y multiplicación del capital. El estamento militar lo protege mientras que los sectores económicos lo multiplican. Para lograrlo ambos recurren a la creación de realidad a partir de la apariencia.

La creación de guerrilleros ‘reales’ es equivalente a la creación de valor real por medio de la especulación financiera, hasta que estalla la burbuja y la ‘realidad’ deja de ser real.  Solo quedan, por un lado, una transferencia de capital a los sectores más ricos de la sociedad, y, por el otro, los espectros que van apareciendo poco a poco por todo el territorio nacional reclamando su realidad con terquedad. Esta terquedad alimenta la tarea más importante hacia el futuro, aquello que Edson Velandia en su impactante canción y video llama ‘Desolvido’, punto de partida de la justicia sin la cual no podríamos comenzar a crear futuros alternos.

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9 Comentarios

  1. Hummmm… mucha palabreria, en mi humilde opinion este señor enrreda al duende.
    Los falsos positivos fueron crimenes que deben ser juzgados sin orientacion ideologica, y desafortunadamente un muchacho de 14 o 15 años armado es tan peligroso como un adulto, de ahi, que la justicia debe ser para todos.
    Tambien recuerdo la prepotencia de algunos guerrilleros, nosotros mandamos aca, secuestraron hombres, mujeres y niños, solo importaba el dinero. De mi parte si caen, bien caidos estan.

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