“Quiero pedirte que investigues la fuga de Pablo Escobar de La Catedral”

Al cumplirse 30 años de la huida del máximo capo del cartel de Medellín de la cárcel que él mismo mandó a construir, Rafael Ballén, el procurador delegado que investigó el hecho, publica ‘La fuga de Pablo Escobar’ (Ícono), una novela en la que hace un recuento, desde la ficción, de todo lo que descubrió hace tres décadas. Publicamos en exclusiva el primer capítulo.

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Contar ahora la historia de este proceso, que se convirtió en mi mayor reto profesional como abogado, es darle una mirada a la sociedad colombiana de hace 30 años y volver a vivir muchos episodios de aquellos ominosos días. Quizá la suerte me favoreció en ese momento porque, por esos picos y depresiones que tiene la existencia humana, un descache nimio estuvo a punto de impedir que lo asumiera y, además, acabar con mi carrera de jurista, hasta entonces conducida, si no con el brillo de los astros del derecho, por lo menos con algún decoro. Sin embargo, echarme esa responsabilidad sobre los hombros me trajo muchos riesgos personales, y más de un desencuentro en el seno de mi familia. 

Un día, el procurador general de la nación, Juan David Arrázola, convocó con suma urgencia una reunión de su gabinete, porque tenía algo delicado que comunicarnos. Estábamos sentados en torno a la enorme mesa de reuniones mientras él permanecía de pie. Yo, que tenía la manía de verificar si asistíamos todos, me di cuenta de que conmigo solo éramos 40, no 41. Frente a la silla del procurador estaba una grabadora con un parlante de amplificación. Nos tomamos el café con las galletitas que nos había ofrecido, pero Arrázola continuaba de pie. Se acercó al amplio ventanal, abrió uno de los ventanucos y encendió un cigarrillo. Como nunca antes lo había hecho, ese día hizo una pausa muy prolongada antes de comenzar la reunión. En el salón se notaba un aire de misterio. Aspiró profundamente el cigarrillo y después de inhalar el humo con lentitud, lanzó la bocanada y, en tono grave y apesadumbrado, dijo, al tiempo que encendía la grabadora: 

            —Los he convocado con un único punto en el orden del día. ¡Escuchen esto!

“Quería molestarlo con el viaje de mañana: Avianca 217 saliendo 12:55”.

“Listo, lo mando recoger. Mañana le tengo los cosos que me pidió. Le tengo los pasajes que me pidió. ¿Oyó?”.

Una vez que escuchamos la breve conversación, Arrázola nos pidió que identificáramos la primera voz. Repetidas tres veces la grabación, Alejandro Carrascal, jefe de la oficina de investigaciones especiales, dijo:  

—Es la voz del procurador delegado que hace falta en esta reunión. 

—¡Qué tristeza! Es verdad –dijo el procurador–. La mafia se nos ha metido al propio corazón, y desde ahí dirige una guerra contra las instituciones y contra nosotros mismos. Todos sabíamos que, en la Procuraduría, como entidad de vigilancia y control, éramos testigos de las múltiples guerras que se libran en Colombia: la guerra entre la fuerza pública y la insurgencia guerrillera; la guerra que, como un solo cuerpo, adelantan el narcotráfico, el paramilitarismo y un segmento muy grande de los partidos políticos para apoderarse del control total del territorio y del poder del Estado, y la guerra de la delincuencia común contra la Policía. Lo que no sabíamos era que teníamos que conocer y ser testigos de una nueva guerra: la que uno de los nuestros libraba contra la Procuraduría, contra las instituciones, entidades y organismos a los que tenemos que vigilar.   

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El procurador hizo una pausa, sacó otro cigarrillo, pero no lo encendió, sino que lo acarició con deleite entre los dedos largos y delgados. Se notaba su amargura, porque el cartel de Cali se había infiltrado en la Procuraduría y había puesto en el núcleo de la entidad al procurador delegado para la policía judicial. El hombre clave de la mafia no estaba en la delegada para la vigilancia administrativa, ni en aquella para la hacienda pública, ni en la de los derechos humanos –todas muy importantes–, sino en la que tenía como función la vigilancia y el control de la inteligencia política del Estado: DAS, Dijin, f2 y la de cada una de las tres armas –Ejército, Fuerza Aérea y Armadað. Esos organismos habían logrado en los últimos lustros del siglo XX adquirir la tecnología más avanzada del momento, para hacerles seguimiento a las mafias, pero la inmensa mayoría de sus agentes en vez de perseguirlas se había puesto a su servicio. Para controlar a esos cuerpos de inteligencia del Estado las mafias del narcotráfico habían puesto en la delegada para la policía judicial al abogado Guillermo Villa Alzate, quien hacía la primera voz en el diálogo que nos había puesto a escuchar el procurador general. La segunda voz de la grabación era de Miguel Rodríguez Orejuela, el segundo hombre del cartel de Cali. 

En un breve discurso Arrázola expresó su dolor e hizo pública la decisión que había tomado. 

—Estoy muy decepcionado. Aquí tengo la resolución mediante la cual declaré insubsistente al traidor de la Constitución, de la entidad y de todos nosotros. Fui el primer traicionado porque lo nombré, creyéndolo honorable, pero resultó un criminal de marca mayor. ¡Cuántas diabluras haría este bandido durante más de un año que estuvo en el cargo! Accedió a miles de documentos secretos que la Procuraduría General guardaba sobre las actividades que el Bloque de Búsqueda adelantó para capturar a Pablo Escobar. Conoció desde documentos de inteligencia hasta informes sobre los resultados de seguimientos a las mafias del narcotráfico, en especial al cartel de Medellín. Lo peor de todo eso es que Villa Alzate, a cambio de gruesas sumas de dólares, les pasaba la información a los del cartel de Cali. Después de este episodio tengo la certeza de que la mayor amenaza de la democracia de Colombia no está en la guerrilla sino en el narcotráfico y su poder corruptor. Queridos amigos, les agradezco mucho que hayan concurrido a esta reunión y los dejo que trabajen en sus oficinas. No tengo ni cinco de ánimo para hacer una evaluación mesurada de este doloroso tema. Seguramente, en días venideros volveré sobre el asunto con algunos de ustedes o con todos. Mil gracias.

La fuga de Pablo Escobar novela

 Después de esa reunión pasó el tiempo y con este los altibajos de temperatura en la ciudad de Bogotá: en las madrugadas de algunos días a 2 grados centígrados y al mediodía y en las primeras horas de la tarde a 24 o más. Al ritmo de esas oscilaciones climáticas, parecía moverse y tambalear mi cargo. Por absoluta ignorancia del terreno que pisaba, uno de esos viernes de intenso calor, después de terminar la jornada de trabajo, invité a Paulina Cifuentes, una joven y hermosa abogada, a comer un helado. De manera inexplicable, a primera hora del lunes siguiente, la viceprocuradora general me mandó llamar a su despacho, y en tono airado, sin permitirme tomar asiento frente a su escritorio, mientras ella estaba muy cómoda en su silla, dijo: 

—Doctor Molinares, necesitamos que presente su renuncia inmediatamente. No pregunte el motivo porque es inoficioso.

—Perdone doctora Cabal, ¿quiénes necesitan que presente mi renuncia?

—Nosotros, la Procuraduría.

—Pero el señor procurador no me ha dicho nada.

—Se lo estoy diciendo yo, Melisa Cabal, viceprocuradora general de la nación.

—Bueno, doctora Cabal, hablaré con el señor procurador.

—Ahórrese ese trámite, doctor Rodolfo Molinares, y como no tenemos nada más de qué hablar, bien pueda salir de mi despacho a redactar y presentar su renuncia.

A pesar de lo confundido que me dejó la vice, hice caso omiso. Continué con mi trabajo como si nada hubiera sucedido. Mi tranquilidad obedecía a que Juan David Arrázola, procurador general de la nación, antes de nombrarme procurador delegado para la vigilancia judicial, no me mandó a decir con nadie que si le aceptaba el cargo. Él sabía que cuando me hizo el ofrecimiento yo era magistrado del tribunal superior de Bogotá, adonde había llegado por concurso, y que, por esos mismos días, me habían tentado con una magistratura auxiliar en la Corte Suprema, dignidad que había declinado por preferir la estabilidad laboral que me daba el hecho de haber ingresado a la carrera judicial mediante oposición. “Imposible…”, pensaba yo, “…que Arrázola me haya hecho renunciar a la magistratura para ofrecerme un cargo de libre nombramiento y remoción y luego me mande a decir con otra funcionaria que estaba despedido”. En mi argumentación silenciosa, decía: “El procurador es un hombre de suficiente carácter y decencia, por lo que no necesita mandarme una razón con una tercera persona. Si algo tiene que decirme me llama a su despacho y me notifica su decisión”.

 Así pasó toda esa semana y como no presenté la renuncia, el martes siguiente la viceprocuradora me llamó por teléfono y sin saludar dijo:

—¿Qué ha pasado con su renuncia, doctor Molinares?

—Antes de responderle, señora viceprocuradora, le doy los buenos días. Con toda franqueza doctora Cabal, le digo que quiero redondear mi quincena, que se cumple este viernes, al tiempo que pensaba: “si esta vieja hijueputa no se da cuenta que bromeo, entonces le quedaron debiendo neuronas”.

—Si para el próximo lunes no está la renuncia en mis manos, tendremos que declararlo insubsistente. Que pase un buen día, doctor Molinares.

—De igual manera, doctora Cabal, que este sea un gran día para usted.

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No obstante, esa arremetida de la viceprocuradora, actitud de la que yo no tenía explicación alguna, continúe tranquilo en mi escritorio, pero tomé la decisión de que, si el viernes a las 4 de la tarde el procurador general no me había llamado o enviado un memorando, le pediría una cita para aclarar mi situación. No tuve que esperar hasta el viernes a las 4, porque el jueves a las 5 de la tarde la secretaria de Arrázola me llamó para decirme que el señor procurador me necesitaba con carácter urgente, que subiera a su despacho. Siempre que el procurador hacía esos llamados de urgencia era porque ocurría un hecho muy grave que había que resolver con prontitud, por lo que aproveché para tantear la situación en la que yo podía estar. 

—¿Es una citación general o es a mí solamente? —le pregunté a la secretaria.

—Es solo a usted, doctor.

—¿Tiene idea de qué asunto se trata?

—No señor. 

—Gracias, ya subo.

El llamado del procurador general me puso muy nervioso, pues podía ser desde el requerimiento por un fallo que estuviera pendiente, hasta la petición de la renuncia del cargo. Esos empleos de mucha responsabilidad y de buena remuneración tienen sus riesgos, y aunque el procurador siempre me había ratificado su confianza y pese a los argumentos que yo tenía a mi favor, el puesto no me lo había escriturado. En vez de darle largas al asunto por unos minutos más y torturarme con la incertidumbre, lo mejor era subir del piso 13 en el que me encontraba al 25 donde él tenía su despacho y, ahí, frente al jefe máximo del Ministerio Público, sentado o de pie, esperar sus órdenes o las exigencias que me hiciera. 

—¡Qué hubo Molinares! —fue su saludo.

—Todo bien señor procurador.

—Dichoso tú que ves que todas las cosas andan bien. Yo no tengo la misma opinión.

—¿Alguna novedad señor procurador? —le pregunté mientras mi angustia crecía. “En qué momento se vendrá con alguna andanada que culmine con la solicitud de mi renuncia” –pensaba con mi boca reseca–. Él debió darse cuenta porque me dijo: 

—¿Qué te ofrezco, café o agua?

—Gracias, señor procurador. Prefiero agua.

—La situación es muy grave, Molinares.

—Por más grave que sea, la resolveremos, señor procurador —le dije, dándome ínfulas de que yo sería parte de la solución.  

—Ojalá, Molinares, tú me ayudes, no me digas que no, ni me pidas explicaciones.

—Claro que sí, señor procurador —le dije temblando, porque veía venir la petición de la renuncia. “Esa es la ayuda que me pide”, pensé. “Que no le dé disculpas, ni le ponga problemas”. Con esa angustia y sin otra alternativa le pregunté: 

—¿En concreto, de qué se trata señor procurador?

—En concreto, Molinares, tenemos que responder dos preguntas: ¿cómo se fugó Pablo Escobar de La Catedral? y ¿quién o quiénes son los responsables? Han pasado cuatro personas por la delegada para las Fuerzas Militares y ninguna ha sido capaz de comprometerse a resolver esos dos interrogantes, quiero que tú lo hagas.

—Pero yo soy delegado para la vigilancia judicial —le dije y tomé un sorbo de agua para celebrar, pues ya estaba seguro de que no me había llamado para pedirme la renuncia.  

—Eso es lo de menos, Molinares, encargamos a alguien en esa delegada y te nombro en la de Fuerzas Militares.

—¿Y el señor procurador piensa que yo soy capaz de obtener las respuestas a esas dos preguntas? 

—De que eres capaz no tengo la menor duda. Otra cosa es que quieras arriesgar tu vida. Sin más rodeos, quiero pedirte que investigues la fuga de Pablo Escobar de La Catedral y profieras el fallo a que haya lugar. No me respondas ahora. Tómate el viernes y el fin de semana para que lo pienses y lo consultes con tu familia. La respuesta me la das el lunes.

Rafael Ballén
Rafael Ballén, Ph. D. en Derecho Público por la Universidad de Zaragoza. Fue magistrado del Tribunal Superior de Bogotá y procurador delegado para la Vigilancia Judicial y para las Fuerzas Militares.

—Gracias, señor procurador, por la confianza. Pero no necesito tres días, ni uno, ni tres horas, ni 30 minutos, ni siquiera minuto y medio. Acepto. Si le consulto a María Isabel y a mis tres adolescentes –Dolores, Alejandra y Rubén–, con toda seguridad, mi respuesta sería no, porque mi mujer me diría que lo que busco es un pretexto para estar más tiempo fuera de casa y encontrarme con mis amantes. Mis hijos me dirían a una sola voz: “Pa, no te metas en ese problema porque Escobar es un matón»” Por eso, lo mejor es afrontar la responsabilidad, asumir los riesgos en silencio y por el camino ir contando los hechos. 

—Sé que tu mujer te cela, pero pensar que eres capaz de arriesgar tu vida solo para tener más tiempo de estar fuera de casa y así hallar la oportunidad de verte con otras viejas, eso sí son celos patológicos. Por eso, Molinares, valoro aún más tu compromiso conmigo y con la entidad.  

—Sí, procurador. María Isabel cree que, si me encierro en mi estudio y pido que por favor nadie me interrumpa es porque les estoy escribiendo cartas de amor a mis amantes. Y que tan pronto atravieso la puerta de la casa, no me voy al trabajo, sino a encontrarme con ellas en un apartamento de soltero que tengo. Esa es la idea que les ha vendido a mis hijos. En relación con la investigación de la fuga de Pablo Escobar, solo le pongo, con mucho respeto, señor procurador, unas condiciones. 

—Ponme las que quieras, que te las concederé. 

Con esa libertad que Arrázola me dio, pensé en ponerle como primera condición botar a la viceprocuradora Cabal, por la manera tan irrespetuosa de proceder, con él y conmigo, sin ninguna causa ni explicación. Pero guardé prudencia y le exigí unos requisitos que guardaban íntima relación con la nueva función que me asignaba.

A pesar de tener mucha información sobre el tema, yo no quería asumir solo la responsabilidad de investigar el caso del mafioso más audaz de Colombia. Por eso, le puse como primera condición permitir que me apoyara Alejandro Carrascal, jefe de la oficina de investigaciones especiales, debido al conocimiento y a la experiencia que él tenía, pues llevaba muchos años en la Procuraduría. El apoyo tenía que incluir consultas permanentes, traslado de pruebas, oír los testigos y analizar sus declaraciones, por lo que sería necesario acondicionar una salita desde donde se viera y escuchara, sin que el declarante se diera cuenta de que, además del que lo interrogaba cara a cara, había otras personas que lo veían y escuchaban.  

—Perfecto me parece, dijo el procurador. ¿Qué más necesitas?

—Gracias, señor procurador. Además del apoyo de Carrascal, le pido que me permita escoger un equipo de los cinco mejores investigadores que haya en la Procuraduría; permitirme continuar con el más bajo perfil durante todo el proceso de la investigación; sin escolta, tanto en la oficina, como en los desplazamientos por la calle y en la residencia, tampoco cambiar de carro ni de chofer; buscar el apoyo de la Policía Nacional para que le facilite a la Procuraduría un helicóptero para las visitas que haya que hacer a La Catedral, en el municipio de Envigado, departamento de Antioquia; permitirme que escoja un asesor para que se encargue de los asuntos más urgentes de la Procuraduría delegada para la vigilancia judicial. Por último, le pido darme un término de seis meses para adelantar la investigación. 

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—Cuenta con todo eso. Por mi parte, te recomiendo varias cosas. El objetivo general, el propósito mayor o meta final, es lograr las respuestas a las dos preguntas que ya te mencioné –¿cómo se fugó Pablo Escobar de La Catedral? y ¿quién o quiénes fueron los responsables? –, porque son las que hace todo el mundo. No hay reunión, cena, coctel o almuerzo al que me inviten donde no me las restrieguen. 

“En coherencia con esas dos preguntas, debes centrarte en los hechos de la fuga, pero también debes estudiar a fondo el contexto general de esta sociedad: el narcotráfico, el terrorismo, la extradición, el asesinato de Galán, las matanzas perpetradas y, en general, la guerra que Escobar le declaró a todo aquel que se oponga a sus propósitos. La investigación que adelantes, con el apoyo de la oficina de investigaciones especiales, debe servirle no solo a la Procuraduría, sino a los demás organismos del Estado. Sé que no te cuesta trabajo condensar en pocas páginas los antecedentes y contextos de cada caso, porque así lo he visto en muchos de tus fallos de magistrado y de procurador delegado. Además, el soporte socio-jurídico de Carrascal será de vital importancia, por esa visión universal y crítica que él tiene de la sociedad. Otra cosa, quiero que tengas la decisión en menos de seis meses. 

—Gracias, otra vez, señor procurador, por toda su confianza. Espero no defraudarlo y hacer la investigación en el menor tiempo posible.

—Adelante Molinares. Ahora mismo hablaré con Carrascal y, como sé que ustedes dos son buenos amigos, no tendrás dificultad en obtener todo su apoyo.

—Sé, señor procurador, que su sola insinuación, compromete a Carrascal.

—Ah, pero no te vayas sin antes tomarte un café conmigo. Debo celebrar con un cigarrillo y un café bien amargo tu aceptación de manera tan pronta e incondicional.

—Le agradezco mucho. Cuando termine la investigación espero que brinde con un whisky.

—Claro, Molinares. Faltaba más.

Se Busca a Pablo Escobar
La fuga de Pablo Escobar de La Catedral fue el comienzo del fin para el capo del cartel de Medellín.

Salí del despacho del procurador, que no me cambiaba por cien viceprocuradoras. Si Arrázola quería que yo adelantara la investigación de la fuga de Escobar de La Catedral, era porque jamás había contemplado la idea de pedirme la renuncia. Era puro invento de la doctora Cabal, por causas hasta ese momento desconocidas por mí. Aún sin haber casado una pelea con ella y únicamente con mi paciencia de dos semanas sentía que le había ganado la partida. Bajé a la delegada para la vigilancia judicial y, sin compartir con nadie mi nueva responsabilidad, seguí trabajando como de costumbre. A las siete de la noche abandoné la oficina y fui a refugiarme en el estudio de mi apartamento. No quise contarles nada ni a mi mujer ni a mis hijos, para evitar un problema antes de tiempo. Pero esa noche no pude dormir, primero por la emoción que me causaba la confianza que el procurador tenía en mí y segundo por pensar en los riesgos que corría al asumir la más grande investigación de toda mi vida.  

Tenía información privilegiada, obtenida de primera mano por distintas causas: por estar en el lugar de los acontecimientos en el momento que habían ocurrido, por haber investigado los hechos cuando aún estaban frescos, o por haber escuchado su descripción de boca de los protagonistas o de los testigos presenciales. Debido a todos los antecedentes que había vivido, sabía que todas las instituciones, incluida la Procuraduría, estaban infiltradas por Pablo Escobar, quien mandaba matar a todo aquel que lo investigara, apoyara la extradición o se atreviera a publicar en los medios de comunicación sus crímenes –ministros, jueces, policías, magistrados, procuradores, periodistas, políticos, etcétera–. Por eso, al día siguiente y todo el fin de semana, estuve haciendo memoria, juntando documentos personales y recortes de periódicos y revistas, y pensando en cómo asumir la investigación sin que Pablo Escobar y sus hombres se enteraran de manera inmediata –antes de que yo conociera el expediente– que la procuraduría y que, concretamente, Rodolfo Molinares, asumiría la investigación por su fuga. 

El libro, publicado bajo el sello Ícono Editorial, se consigue en las principales librerías del país. 

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