‘Gallo de pelea’: los rituales no cuestionados de la violencia
La semana pasada se estrenó en salas del país ‘Gallo de pelea’, tercer largomentraje del colombiano Harold de Vasten. Con esta película –rodada en Trujillo, municipio del Valle del Cauca– sale a relucir un cine nacional que busca arraigarse en elementos de la cultura popular y en un sistema de valores conservador para, a partir de ahí, generar otros vínculos con el público.
En los últimos años, las categorías que usamos para hablar –y en el caso de los críticos, para escribir– de cine se han quedado cortas ante la amplitud y heterogeneidad de películas que se producen en Colombia. Términos como cine comercial y cine de autor resultan insuficientes y dejan por fuera expresiones como los cines comunitario, indígena o universitario que tienen su origen en realidades y urgencias de grupos sociales diferenciados y específicos.
En los últimos años, la investigadora Luisa González ha indagado en lo que ella llama “cine digital popular” (puede leer sobre el tema aquí), un modo de producción que aprovecha la facilidad para grabar imágenes que ofrece el video y los circuitos de distribución abiertos por la piratería. Esta confluencia dio como resultado un tipo de película con un tratamiento de la acción, el sexo y la violencia muy influido por las narrativas de Hollywood, los seriados y la televisión, filtradas por una estética popular y con un fuerte acento local.
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Gallo de pelea, una película dirigida por el también actor Harold de Vasten, tiene algunos elementos que pueden vincularse con el cine digital popular, aunque en otros aspectos difiere de esa categoría. De Vasten tiene una trayectoria como actor de cine y televisión, y dispone de formación artística (en su caso teatral).* Esto se ve, en sus películas, reflejado en el uso más consciente del lenguaje del cine, y en un tratamiento no tan directo de la violencia, un asunto que obsesiona a casi todo el cine que se produce en Colombia, aunque se resuelva en aproximaciones muy diversas.
Vea acá el trailer de Gallo de pelea:
En Gallo de pelea (tercer largo de Harold de Vasten tras Viacrucis y El rey del sapo) el principal hilo argumental es el de un padre que pierde a su único hijo en una acción violenta y debe sumar esta pérdida a la de su esposa. La acción ocurre en Trujillo, un municipio del norte del Valle que ha sido escenario de una violencia continua y de múltiples variantes. Los ecos del conflicto hacen parte central de la trama de la película y, sin embargo, en la exposición de la violencia hay una fuerte tensión entre la leyenda, el mito y la historia.
Aparece el problema de la tierra y de su apropiación a través de las armas y la coacción, pero no se nombran los actores armados y en el desarrollo y resolución del conflicto predomina una mirada mágica (en su presskit la película es descrita como “un drama musical ambientado en el realismo mágico”). El gallo al que alude el título funciona como una metáfora que permite la restauración de un orden anterior a la violencia y, al mismo tiempo, no mirar esa violencia a la cara.
Esta queda entonces diluida en la leyenda (las peleas de gallos son también un rodeo a través del cual se logra hablar del machismo de forma ritualizada e indirecta), pues de ese modo es mejor tolerada, hace menos daño.
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Si bien Gallo de pelea tiene, como ya se dijo, una calidad técnica y narrativa superior a la del cine digital popular, son muy evidentes –por ejemplo– sus deficiencias de continuidad, la utilización enfática de la música y un humor basado en estereotipos de género o, para ser más precisos, bastante machista y misógino.
El uso reiterativo de planos aéreos de Trujillo revela una ansiedad por que la película sea asimismo un dispositivo publicitario, que se reconozca a Trujillo como tierra de paz y se pase la página de la violencia. Este anhelo, sin embargo, choca con la defensa que la película hace de un sistema de valores conservador, con la familia en el centro y personajes femeninos muy instrumentalizados.
La película tuvo un apoyo importante de la administración municipal y también tiene el logo de Cine Crea Colombia, marca oficial del cine colombiano apoyado estatalmente. Esto es otro distintivo de la película respecto al cine digital popular que se hace por fuera de lo que Luisa González llama el “circuito oficial y legitimado”.
La llegada de este cine a salas –un circuito al que el cine digital popular no aspiraba– supone exigencias técnicas y formas de visibilidad más estandarizadas. Por otra parte, la presencia como actor principal –y coproductor de la película– de Gilberto Obando, un cantante que ha participado en otras bandas sonoras (como la de Chamán: el último guerrero), abre vetas posibles de comercialización a través de la música popular y sus públicos.
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Gallo de pelea es pues una novedad dentro del cine que se realiza en Colombia, tanto por sus esquemas de producción como por su propuesta estética y narrativa. Aspira a conectar con públicos que buscan alegorías facilmente identificables que les den un lugar a los traumas de la violencia, pero sin grandes transformaciones o sacudidas. Como objeto cultural es fascinante, pero la fascinanción no tiene porqué significar anulación del sentido critico.
Es importante entender también las fuerzas políticas que una película como esta moviliza: el machismo o la ideología conservadora son fuentes de violencia. Y si el cine aspira a contribuir a una reconstrucción de lo simbólico en una sociedad herida (y este propósito ha sido expresado públicamente por los creadores del filme) debería empezar por preguntarse por el sistema de valores que apoya.
* Otros realizadores de cine digital popular también tienen formación profesional –entre ellos Andrés Lozano, director de La gorra y La gorra 2– , aunque lo más habitual es que lleguen al cine de manera empírica.
7 Comentarios
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Buena crónica de esta película “Gallo de pelea”, a pesar de que personalmente no gustan las películas machistas misóginas y/o violentas , si quiero verla para tener mi juicio