Gaviria, encartado con Gaviria
Como la Real Academia Española define el término ‘encartados’ como personas que se encuentran sometidas a un juicio penal, me veo obligado a acudir a Wikipedia. Y aunque no soy amigo de citas largas, voy a proceder así, porque la palabra también es un colombianismo, que identifica muy bien el laberinto en el que se encuentran ciertos dos personajes de la política nacional. Se trata de dos Gavirias, el uno César y el otro Alejandro.
Wikipedia acude en mi ayuda:
“En Colombia, la palabra ‘encartado’ se utiliza más que todo para referirse a alguien que está cargando muchas cosas a la misma vez o una persona que no sabe qué hacer con algo (con un objeto o una persona). Por ejemplo, se podría decir: ‘Manuela está encartada con ese bebe’”.
Y en otro aparte. “Dicho de un jugador de naipes: Tomar o quedarse con cartas del mismo palo que otro, de modo que tenga que servirle, sin poder descartarse de las que le perjudican”.
También lea de Luis Guillermo Giraldo: La izquierda y el fútbol
Hay otro. “Meterse en un problema o situación de la cual no se puede o es difícil salir o resolver. Me encarté con ese carro viejo que compré, me da más problemas que lo que me sirve.” (Cursivas del autor).
Los antecedentes.
César Gaviria es experto en inventarse candidatos “nuevos”, “diferentes”, especies de aspirantes frescos que no lo son, y que terminan tirados en la lona antes de que suene la campana en el ring electoral.
Año 2010. Fecha en la que puso a encabezar la lista de Senado a la doctora Cecilia López Montaño, de amplia experiencia burocrática, confiando en que ella le jalonaría votos al Senado. Salió elegida, pero de última en la lista de ese partido con misérrimos 32.558. Si atrajo votos, como lo anhelaba el césar del liberalismo, sí acaso lo hizo fue de para atrás. Parecido año 2010. Aquí igual se la jugó por la candidatura a la Presidencia de Rafael Pardo. Resultado: 638.302 votos. Y el “muy honroso” sexto lugar. Año 2018. Fecha en la que puso en primer lugar de la lista del Senado a Mauricio Gómez Amín, relativamente joven, costeño, creyendo que sería un imán de votos sacados de la cantera electoral caribeña; este ni siquiera quedó de primero dentro del mismo liberalismo, y obtuvo todavía menos sufragios que otros seis senadores de otras colectividades.
El mismo año 2018, igual siguió así, pero a lo peor, limpiamente hacia atrás. La cereza encima del pastel de esa errática estrategia electoral. Casi que no consigue, ayudándole mucho, que De la Calle le ganara a Cristo en esa “consultica” interna que nos valió 40.000 millones. Y luego, ¡oh desgracia!, su candidato, Humberto, quedó de último en la primera vuelta presidencial. Permítaseme una chueca expresión de mi parte: “Menos que misérrimos” 400.151 votos. Y eso que en esa elección participaron 19.336.134 votantes. Con ese 2,06 por ciento de Humberto, casi que no alcanza ni a figurar en los registros (redundancia) de la Registraduría. Este ha sido el máximo error de cálculo del jefe liberal.
También lea: Duque, teatro en varios actos
A lo anterior se añade a la situación de nuestros dos Gavirias.
Hoy mismo, quien es César y además poderoso caballero, repite, y por eso el del liberalismo se nos ha venido con un candidato de circunstancias parecidas a las de los anteriores, de nombre Alejandro Gaviria. Este, en breve lapso, ha demostrado ser muy novato en las lides políticas. Participé con él en el programa Hora 20, una vez, y me pareció dogmático, intolerante con las opiniones de los demás; un poco agresivo con nerviosismo; su lenguaje y su talante traducían la ruda expresión de sus ojos. Lo cual no es censurable. Lo que acontece es que como candidato se creyó que él era de centro; y que en el centro se habla como San Francisco de Asís. Ahora es hermano lobo, hermano… hermano, lánguido, con voz suave, entrelazando los dedos en son de oración. Opino, es opinión mía, aclaro, que se está violentando y que está tratando de aparecer como lo que en realidad no es.
Errático. Invitado por Semana al foro con Peñalosa, Barguil, Fico, Echeverry y Rodolfo, se negó a asistir. ¿Soberbia? No. ¿Temor? Claro, el del novato. Disculpa, peor: que no iba a foros con candidatos de derecha. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! Si precisamente en democracia se debate es con aquellos que piensan diferente, para que la opinión contraste y escoja. Si ese va a ser su comportamiento futuro, nunca tendremos la oportunidad de escucharlo, a este Gaviria, en foros con aquellos a quienes este mismo Gaviria llama de la derecha. ¿Solo debatirá con los de la izquierda o con los de su propio centro o solo con sus amigos?
Y continúa con las novatadas. Antes de aceptar, era el candidato de los desengañados con la política tradicional; el adalid de los jóvenes escépticos; el profesor independiente de las camarillas partidistas. Y ¿qué pasó? El apoyo tácitamente aceptado de César Gaviria lo convirtió en algo muy distinto. Y con gran ingenuidad, insiste. Lo oigo asegurando que para hacer el cambio se necesita de los partidos. O que nada tiene de malo que un buen congresista liberal lo apoye. ¡Gran novatada, Alejandro! En política, cuando alguien trata de explicar sus incoherencias, como en la tierra movediza, se hunde más. No insistas. Ya estás en medio de la arena movediza del Gran Partido Liberal.
También ha enredado a Sergio Fajardo. Ayer este lo rechazaba, temeroso de que el apoyo de César Gaviria lo derrotara dentro de los de la Esperanza. Hoy lo llama, tal vez más tranquilo al mirar las encuestas, que colocan a Alejandro un poco abajo.
Encuesta tras encuesta, Alejandro no marca. Y además tampoco hacia el futuro pinta bien. No ocurrió que se desinfló: fue que nunca se infló. El César liberal, Gaviria, está encartado con su candidato, que es Gaviria, Alejandro, quien se encuentra estático y parece que así va a seguir.
Y este último, Alejandro, también está enredado con César. Es un encarte de doble vía. Aquel se le acerca un poco a este, así de remolón, retrechero, penoso, ruboroso del apoyo del césar liberal. ¿Lo mira como a las cortesanas, de las que hay que disfrutar, pero también esconder? O sea que ese mismo Gaviria, Alejandro, a su vez, está encañingado con César, también Gaviria, porque no lo reciben en los rincones de su querencia, si abiertamente no reniega de la compañía del césar del partido liberal.
Oliver Sacks, un serio científico, experto en temas del cerebro humano y sus estrambóticas derivas cuando algo le falla, escribió un libro titulado El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. En nuestro caso se trata de un reconocido dirigente político que confundió a Alejandro Gaviria con un candidato.
Siga leyendo: La lucha contra las drogas, el gran teatro estadounidense
5 Comentarios
Deja un comentario
Alejandro Gaviria no es político por eso no ha podido encarrilarse como tal ; es un docente pensador, escritor pudo ser Ministro , (creo que lo logró), pero Presidente con toda la Maquinaria de siempre que maneja ese cargo
¡Mejor que no !
La maquinaria sucia, malevola de Cesar Gaviria, partido de la U, y otros, no son mas que carteles de mafiosos que todo lo enredan, confunden, todo lo que tocan al igual que Uribe lo vuelven mierda. Hicieron lo mismo con Mockus otro academico pero un poco menos ingenuo debido a su talante mas contestario que el de Alejandro Gaviria, logro sobrevivir un poco mas pero finalmente fue invisibilizado y aplastado en el mundo politico. Igual paso y seguira pasando no solo con Alejandro Gaviria sino con cualquier otra figura publica que intente desafiar a estos carteles tan poderosos y sus entramados perversos