No es cuestión de gustos, es gobernabilidad

“Contrario a lo que se cree, el enfoque de la gobernabilidad no es social, es estrictamente gubernamental. Se refiere a las capacidades, condiciones y comportamientos del Gobierno frente a las tareas que constitucionalmente le corresponde ejercer”.

Obsesionados por revertir el curso de la historia, el ‘Gobierno del Cambio’ incrementa la desconfianza social en las instituciones. Que se paren de cabeza si lo desean, pero que hagan bien la tarea de gobernar.

No pierdo la esperanza que como país avancemos hacia una menor trivialización de los asuntos públicos. Que nos dejemos de pendejadas y atinemos a conducir el país desde el consenso y la materialización de proyectos. Libertad y orden, ¡por supuesto! Métricas, cálculo y técnica, el necesario complemento. Quizás un atisbo de lo que venía sucediendo tras el muy desafortunado viraje de 2018.

Reconocida por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre otros, la Colombia de la década pasada transitaba por un predecible camino hacia la consolidación de importantes logros: de un lado con respecto al ritmo sostenido de crecimiento económico, la reducción de los niveles de pobreza y el leve mejoramiento del clima de seguridad, tanto a escala nacional como territoriales. De otro, repensándonos el modelo de descentralización y montados en una interesante expectativa de integración global, muy a propósito de comprender las vecindades —con excepción del hoyo negro venezolano— y la importancia del libre mercado como incentivo para la productividad y la oferta de servicios.

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La Colombia de hoy dejó de priorizar estos frentes y parece sumirse en el letargo de la estupidez política; la miopía económica y el desenfreno social. La desidia absoluta por la autoridad y desde la autoridad, que no comprende que las transiciones, no son a las patadas, ni abusando de la patente de corso que supone la voluntad popular. Se pone en cuestión la gobernabilidad: reformas plausibles, medibles y predecibles a luz de las demandas que el país le arroga.

Contrario a lo que se cree, el enfoque de la gobernabilidad no es social, es estrictamente gubernamental. Se refiere a las capacidades, condiciones y comportamientos del Gobierno frente a las tareas que constitucionalmente le corresponde ejercer. Como se hizo popular durante los gobiernos de la Seguridad Democrática, tampoco es un llamado exclusivo a ejercer control territorial mediante la disposición e incremento de Fuerza Pública. Menos lo es suponer que, por contar con mayorías legislativas y cooptar organismos estatales, se tiene el camino libre para ejercer la jefatura del Estado. 

Situaciones de ingobernabilidad como las que vivimos, especialmente en las regiones más afectadas por la ilegalidad, pueden prevenirse siempre y cuando los gobiernos comprendan que su idoneidad no resulta de la proporcionalidad entre coherencia ideológica y afinidad política. Por el contrario, la gobernabilidad es sinónimo de capacidades para guiar de modo eficaz a la sociedad, satisfaciendo demandas, resolviendo problemas, controlando conflictos, reduciendo la inseguridad y la incertidumbre jurídica.

Aunque el Gobierno ha entendido razonablemente la necesidad de evitar el centralismo y promover la convergencia territorial, en el marco de las próximas discusiones legislativas alrededor del Plan Nacional de Desarrollo (PND), se posan muchas dudas alrededor de la negociación del articulado y la asignación definitiva del Presupuesto General de la Nación. Ojalá que la hoja de ruta de nuestros próximos cuatro años no se trace con el lápiz del clientelismo, en el papel del escenario electoral de 2026.

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Algo de confianza generan los anuncios de Jorge Iván González, director de Planeación Nacional, quien ha asegurado que el PND tiene como bandera garantizar la eficiencia en la inversión, cerrando las brechas regionales mediante proyectos de alto impacto que se ocupen de acercar esa extensísima Colombia rural a las dinámicas económicas y de servicios que, de manera a veces impredecible, ocurre en la urbana. Todo muy bien hasta ahí.

Pero en la práctica, ¿qué tipo de hipótesis simplistas o estrategias se están utilizando?, ¿las mismas de la filosófica transición energética que desatiende el sector que mueve la chequera? ¿La de los trenes interoceánicos? ¿La de la Paz Total, sin hoja de ruta y que cohonesta con el delito del narcotráfico? 

Me alejo del frívolo y clasista debate sobre los helicópteros, los torpes pronunciamientos de algunos de los líderes del gabinete. Consideraré paisaje las prácticas nepotistas, amiguistas y favoritistas, costumbres imprescriptibles de nuestro sistema y adoptadas cómodamente por el petrismo. Sí me demanda profunda atención la responsabilidad sobre el gasto y la alarmante probada incapacidad que están mostrando nuestros líderes en sus diferentes carteras.

En gran parte por la heredada polarización y la excesiva politización, no ha sido posible leer una respuesta convincente a la pregunta de hacia dónde queremos ir como país.

El ‘Gobierno del Cambio’ llegó, no termina de instalarse y genera zozobra en quienes no le votaron y en quienes comprendemos que el desarrollo se construye desde los proyectos, la planificación y los resultados.

Como van las cosas, ¿podrá el Gobierno Petro transformar sus propuestas en metas tangibles? ¿Podrá cumplir los cuatro grandes objetivos de la gobernabilidad? En su orden, una economía que garantice mayor nivel de bienestar, una sociedad más igualitaria y solidaria, una sociedad de ciudadanos que respeten las instituciones —con y sin uniforme—, libres y responsables; y poner al Estado al servicio de los ciudadanos.

Álvaro Benedetti (@dialbenedetti), gestor de proyectos, consultor y estratega político.
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