Guerra: orgasmo del falosistema
La penetración no consentida, la perenne invasión del territorio, del cuerpo suyo, mío, colectivo. Somos carne de cañón de un arsenal de misiles exitados y erguidos que eyaculan su ambición con aquella violencia que desgarra. El llanto corre por nuestra bragadura y deja a su paso una mancha inmensa de sangre a la que llamamos Estados-Nación. Ese es el acto fundacional del sistema en que vivimos.
Nacimos de la muerte.
Los falodroides nos prohibieron abortar ese régimen indeseado que nos fue carcomiendo el vientre hasta que logramos expulsar la criatura.
Agonizamos pero no morimos.
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Aquí estamos, queriendo interrumpir la gestación de un sistema que se reproduce sin cesar. Pero los mismos que hacen la guerra son los que se resisten al aborto. Mal paridos hijos de Putin. Todos son Putin: desde Colón, pasando por Napoleón hasta llegar a varios presidentes contemporáneos que son respaldados y elegidos por otros tantos falodroides hombres y mujeres. Así que no se escandalicen con las putas, háganlo con los putines. A ellas, y a todas, déjenos forjar nuestro destino, decidir sobre nuestro territorio y emprender otro modelo de convivencia entre las diversas comunidades del mundo.
Porque no siendo suficiente con el estupro, los bárbaros nos embutieron en una camisa de fuerza: la nación. Delinearon fronteras a su vulgar antojo y con un hierro ardiente nos marcaron en el lomo la identidad de una patria inexistente. A los que se resistían o no coincidían con el prototipo ciudadano (hombre “blanco”, hispanoparlante y católico para el caso colombiano), los excluían en el mejor de los casos y, la mayoría de las veces, los mataban, como le gusta a este falosistema que sigue tan vigente.
Nos condenan al imposible de la unicidad. Nos obligan al absurdo juego de las identidades hasta que nosotros y nosotras mismas, de tanto practicarlo, nos volvimos machos reproductores de odios al vecino y de cantos de guerra.
¿Qué demonios defendemos? Ni idea, pero vamos pa’ lante que hay que mear territorios y disparar sin cesar hasta alcanzar un orgasmo marcial. Eso sí, las tácticas y las estrategias para volverse patrias, naciones y potencias son todas féminas. ¡Cobardes! Asuman sus salvajadas y déjenos en paz, o al menos permítanos construirla. Sí, con ustedes también.
Eso sí, entendiendo que cuidarnos no es adorarnos pero tampoco matarnos. Reconociendo que debemos superar la adicción a esa fórmula de autoridad castrante y atemorizante que nos enseñaron a consumir.
Por ejemplo, el Duque que se desparrama en el sillón de la Casa de Nariño, inició su periodo proponiéndonos la autoridad del bacán: el joven “chévere” que toca guitarra, hace veintiuna con el balón y entona boleros desafinados. Mundano, “como nosotros”. Pero apenas caracterizó el papel, empezamos a despedazarlo. Suplicamos un patriarca a la altura de la República: ¡Que se ponga los pantalones!, ¿Qué ejemplo da ese señor?, ¿Quién da la orden?, ¡Mano dura es lo que necesitamos!, ¿Acaso va a gobernar dándoselas de cantante?. Nosotros mismo aclamando un falodroide.
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Los asesores del mandatario entendieron el reclamo y le pintaron más canas, le pidieron remedar la voz de su patrón, fruncir más el ceño, regañar, ordenar, disfrazarse con mayor recurrencia de policía, militar, vaquero, y concluir siempre con un ultimátum. El hombre hizo caso, pero lo que realizó con mayor destreza fue acabar con el país; y, sediento de sangre, nos sumergió de nuevo en el conflicto armado que tratábamos de superar luego de sesenta años de violencia.
Pero eso sí, la semana pasada condenó la guerra mundial que se arma en Europa del Este y, a la vez, evaluó la posibilidad de enviar tropas para salir de la guerra con más guerra. ¡Ah! Y calificó como atroz la despenalización del aborto. Cuanta crueldad, contradicción y estupidez.
Sin embargo, esa pose de autoridad imperial también la tienen varias palomas (no precisamente de la paz) y otras tantas falodroides que habitan dos de las peores tragedias que una mujer puede vivir: autodenominarse pro vida así eso signifique su enajenación y hasta su propia muerte; y la ausencia de ellas mismas en el ejercicio político. Ese que se erigió a imagen y semejanza del pene: empinado, rígido y fuerte. No en vano a Margaret Thatcher la denominaron, a modo de cumplido, la Dama de hierro.
Así son ellas, imitan esos patrones (y al patrón) pensando que es la única manera de entrar, “hacerse respetar” y liderar. Pero eso mutila nuestra propia voz, y en vez de abrirnos espacio en la escena política, lo reduce, porque se sigue llenando con lo mismo: falodroides femeninas. Y entre más contribuyamos a reproducir el falosistema, más lejos estaremos de nosotras mismas.
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Las comunidades a lo largo y ancho del globo terráqueo, los hombres que le apuestan a otras masculinidades y, las mujeres, hemos sido ultrajadas, despojadas de nuestros cuerpos, territorios y derechos. Pero nos le paramos de frente y sin armas a esa autoridad de leviatán a notificarle nuestra decisión de hacer de la política un mundo donde se honre el cuidado de la vida, y de abortar este falosistema que se reproduce como un semental entre orgasmos de guerra.
11 Comentarios
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👏🏾👏🏾 Que buena columna, increíble cómo logra articular los dos temas más relevantes de este momento, a través de un análisis poco convencional, que hace que uno se enganche leyéndolo.
Descripción real, de lo que sucede en este mundo en palabras entendibles, excelente columna.
Maravillosa, clara y contundente análisis! Gracias por poner en letras el sentir de tantos de nosotros! Hay que despertar! No más muerte, solo nos debemos a la defensa de la VIDA!
Gracias senora por recordanos que somos hijos de los Putos, y no de las putas!
💪🏽
Muy buena columna clara y contundente.
A ver si me fumo un porro bien sabroso y te entiendo mejor la columna…
María Camila excelente, lograste, con un lenguaje claro, llevarnos durante toda la columna, a sentir como el ansia de poder de unos pocos involucran a muchos en situaciones completamente inhumanas y a convencimientos contra natura. Felicitaciones