Respetado señor presidente, Gustavo Petro

De antemano, le ofrezco excusas por llegar a usted de esta manera tan accidentada, señor presidente. Me habría gustado pedir una cita con la debida anticipación, ya que no nos conocemos y jamás nos hemos topado así sea por accidente. Le aseguro que, si no fuera por el carácter urgente de esta comunicación, habría optado por renunciar a la tarea.

A pesar de no habernos cruzado nunca, como lo digo arriba, en un camino común, sí le puedo asegurar que usted me es familiar en el sentido más amplio de la palabra. Le cuento: tuve hermano guerrillero del Ejército de Liberación Nacional (ELN), Bernardo, que no dudo estaría aun embriagado de felicidad si hubiera estado vivo en este presente de Colombia, gobernada por usted. Lo vi llorar, compungido y con sollozo, la caída del muro de Berlín.

Mi hermano Germán trabaja en su partido. Pocas veces lo he visto tan incondicional de una causa. Usted lo conoce. Sabe que es hombre voluntarioso y fuerte. Bueno. Pues le cuento: es fiel y manso seguidor suyo.

Y, bueno, debe usted saber que nací en el barrio La María de Bogotá, Kra 3 # 9-41 sur.  Muchos días de mi vida, el bus que me transportaba pasaba por el barrio Policarpa y crecí entendiendo que ese era un sector de la ciudad en donde se sentía distinto.

En mi adolescencia, un estupendo profe de historia en mi colegio, la Casa Cultural Moreno y Escandón, me quiso reclutar para la guerrilla, pero las tesis eran tan ligeras que no pude creerle que si yo me sumaba a grupos de acciones subversivas íbamos a llegar al poder en un par de años, como él lo aseguraba. Mi tendencia al pensamiento concreto me fue alejando paulatinamente de cualquier afinidad con el comunismo.

La granja animal de George Orwell fue contundente en impedirme alimentar la quimera del régimen de Stalin. Creo que los estados que se pronuncian igualitarios terminan degenerando en la idea de que “todos los animales son iguales, pero hay algunos animales más iguales que otros”. No hay nada que hacer, somos seres humanos.

Voté por usted por una razón concreta: solo su Gobierno me garantiza el proceso y juicio por 6.402 asesinatos cometidos por el de Alvaro Uribe Vélez en contra de jóvenes inocentes y, además, indefensos que, al parecer, sí estaban recogiendo café. Y eso, señor presidente, se está cumpliendo.

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Ya quisiera yo poder autoelogiarme por mi voto y solazarme con una nueva Colombia en donde hubiera cesado la horrible noche.

No puedo, señor presidente.

Mi sentir de ciudadano de la calle es que el cambio que, per se, no tiene categoría, está obrando a favor de intereses grupales, mezquinos y personales, como ha sido desde que me conozco, hace 62 años, solo que no lo llamaban cambio.

El trágico descalabro de las acciones de su hijo con un dinero de oscura y maliciosa procedencia; las macabras maniobras de su amigo Benedetti, las acciones tenebrosas de su funcionaria Laura Sarabia, el nombramiento de una señora descalificada para dirigir el Bienestar Familiar, el suicidio de su jefe de seguridad Óscar Dávila, el abuso de Irene Vélez usando el poder público para sentirse ‘menos igual’ que el resto de los animales y llevarse por delante la ley, porque ella es privilegiada; sus recurrentes incumplimientos e impuntualidades, ya estruendosos, sin explicación o excusa.

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Sus arengas clasistas contra la clase media colombiana (un sector siempre en crisis financiera, social y cultural, pero el sector que mueve el país), su entusiasmo pendenciero exclamado en llamar “blanquitos, esclavistas y arribistas” a quienes lo controvertimos no son nada distantes de expresiones como “no estarían recogiendo café”.

Las cosas no van bien, señor presidente. El cambio prometido se está cumpliendo más en lo personal que en lo estatal. Cambian las personas: ahora el apellido no es Abudinen, sino Benedetti; pero los hechos siguen proviniendo de la misma fuente maliciosa que ha surtido los valores de la Colombia que queremos cambiar.

Yo quisiera creerle señor presidente, mi sueño sería más tranquilo si pudiera relajarme con la sensación de que el cambio está en las reformas que tan costosas le están saliendo en el Congreso, pero no lo logro. En mi calidad de hombre de la calle percibo las reformas como algo tan improvisado como los nombramientos que usted ha hecho desde la campaña, incluyendo el de darle a un hijo que usted no crio la responsabilidad de liderar las elecciones en una de las zonas más sensibles a la corrupción y el tráfico de votos.

Y ¿sabe?, me entregué a celebrar la elección de una ciudadana de ascendencia africana a la Vicepresidencia, y, se lo debo decir, también me lamento de la corta estatura que ha revelado la señora Francia Márquez.

Le pido que no se defienda, en el caso poco probable de que usted lea esta columna, con la idea de que soy insensato e ingenuo creyente de que un cambio como el que usted propone y como el que requiere Colombia se pueda hacer en once meses. ¡Claro que no! El cambio que necesita esta organización social tomaría décadas, en caso de que se iniciara positivamente en este instante. 

La razón por la que le digo que las cosas van mal es que quienes votamos por usted y que no somos borregos —y esos somos muchos— lo hicimos porque no queríamos entregarle el país a un adefesio como Rodolfo Hernández, y salimos a toda costa a las urnas a parar la maquinaria tenebrosa, criminal y destructora del uribismo y de su ‘sacamicas’ Iván Duque, pero esos, señor presidente, casi todos, blanquitos de clase media arribista y esclavistas, como usted nos tilda, fuimos el factor determinante para su elección.

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Y somos esos, precisamente, los que sentimos que el país, en sus manos, va mal, y va mal no por los hechos (doce meses no permiten medir la ejecutoria de una gestión de las proporciones que usted dirige), el país va mal porque se siente mal, porque los hechos (no las noticias) son tan graves como los que nos han acompañado los pasados 50 años.

Porque con reformas aún en el tintero, el cambio que estamos padeciendo es de personas y no de prácticas, y, sobre todo, por usted, señor presidente: usted. Caótico, arrogante, irrespetuoso y sordo, pudiendo no serlo. Eso es lo alarmante.

Usted tiene los últimos momentos de la gran oportunidad histórica que me prometió mi profesor de historia cuando decía que íbamos a cambiar Colombia. Usted llegó a la meta prometida en las letanías de la revolución, pero las cosas no le están saliendo bien, porque usted se está equivocando en materias en las que podría no errar. 

Nombrar a ciudadanos probadamente idóneos no es una variable que esté fuera de su control, conciliar desde su poco majestuoso balcón de Twitter sería realmente sencillo y muuuuuy conveniente; respetar la inteligencia de sus gobernados y responder sin sofismas los llamados de atención justos y objetivos que ellos hacen; desmontar la ola de animadversión a la prensa y producir hechos y contenidos que contrarresten la mala conducta de los periodistas arrodillados al sátrapa saliente daría una sensación térmica agradable.

Ya lo dije: usted me es familiar. No dudo de sus buenas intenciones, no dudo de que conoce la Colombia que ha sido ignorada los pasados 200 años, y tampoco dudo de que su resentimiento lo confunde y lo mantiene en pie de guerra y solidario con el discurso del clasismo y del odio.

Destituir funcionarios ciertamente es una acción relevante de su Gobierno. Venimos de la piñata de condecoraciones que Iván Duque prostituyó, otorgándolas a funcionarios y ciudadanos vergonzosos para la historia, como Guillermo Botero, por ejemplo.

Es conveniente, sin embargo, afinar el criterio de nombramiento más que el de la destitución; el daño del mal funcionario queda hecho, por más que usted haga gala de carácter al removerlo del cargo.

Podría usted decir que el problema que le señalo es de percepción, y estaría muy próximo a tener la razón; pero si así fuera, entonces hay que hacer algo con los hechos que están conformando esa percepción, porque, en últimas, es lo que creemos lo que existe y si no fuera así, ¿por qué los romanos dijeron que “la mujer del César no solamente debe ser honesta, sino parecerlo”?

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3 Comentarios

  1. Decir que solo los que votaron por Petro y hoy le hacen oposición no son borregos es de una arrogancia intelectual tan ridícula como la que critica. Comparar lo de Benedetti y Nicolás Petro con lo de Abudinen es poner una lupa con un vidrio deforme y esperar que quienes ven resulten tan tontos como quienes ven RCN, Caracol o Semana. Tiene los mismos argumentos que “la oposición inteligente”. Que hayan votado por él no los hace menos blanquitos, de clase media, arribistas y esclavistas, porque eso somos la clase media en Colombia. Pero son sus argumentos pseudouribistas (porque ni a uribistas llegan) los que cierran el trato. Hablar por todos los que votamos por Petro solo hace parecerse a los infiltrados de la campaña y el paro nacional.

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