El último aval
En la cruzada final por obtener el solio de Bolívar se presentará el más irrazonable suceso: a pesar del uribismo, a pesar de la bifurcación a la que conduce la campaña, veremos del mismo lado a Álvaro Uribe y a Gustavo Petro.
Para quienes intentamos entender el poder nos resulta siempre familiar la distinción ‘amigo-enemigo’ teorizada en 1932 por Carl Schmitt en su obra El concepto de lo político. Esta distinción es para Schmitt lo que en el campo de la moral representa la del bien y mal, o la de la lindeza y la fealdad en el estético. Dice el autor que en la política solo es enemigo quien busca confrontar en el ámbito público, en un conflicto, una lucha abierta, una guerra. En lo privado, en las sombras, la amistad se negocia y otorga mercedes.
Como es conocido por todos, Gustavo Petro ha incorporado a un puñado de lo peor de la clase política nacional a fin de darle tracción y relevancia a su Pacto Histórico. Desde el plano nacional, entendió que la suma de irrelevantes no sería suficiente para competir contra las empresas electorales, ergo partidos tradicionales y figuras de alto vuelo regionales, como las que encabezan varios de los clanes insertos en la campaña de Fico Gutiérrez.
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Tampoco es un secreto que, como la historia lo muestra, en una democracia representativa casi siempre todos salgan ganando algo (la suma es positiva), porque las decisiones de los representantes se negocian de tal forma que cada uno siempre recibe un trozo del pastel. En nuestro maltrecho bicentenario, cada reacomodo posterior a elecciones nos da pistas de cómo las sangrientas luchas, en ocasiones, y macartistas diatribas de los perdedores, en otras, quedaron sosegadas por un reparto burocrático, quién lo diría, bastante equitativo. Esa ha sido Colombia.
Para ser la ‘pera en dulce’ de la campaña, Petro condujo perfectamente sus dos vehículos: por un lado, el de la agitación, el popular, de las masas, el de buscar culpables y activar la corrosión del continuismo, como táctica efectiva para movilizar los millones de excluidos, los “nadies”, románticos de la esperanza y la superstición que ven en él su nuevo mesías.
Por el otro, tejer una fina red con los hilos del clientelismo tradicional, aprendiendo de los errores de la izquierda en el pasado y comprendiendo que aún no es el momento para que un auténtico proyecto alternativo se instale en Colombia. Que la política, por ende, se hace con los políticos, con los más enquistados, los que serpentean en medio de las fallas del sistema, con quienes se pacta.
Si Petro ha sugerido en reiteradas ocasiones que “se volvió costumbre que, para bajar las tasas de homicidio, hay que hacer un pacto entre las bandas”, ¿considerará también que pactar con los corruptos sea la salida de nuestra honda crisis institucional? En este país de espejismos, parece que no solamente el caudillo lo entiende así sino al parecer una buena parte de la clase política y empresarial que hoy ve con buenos ojos que el aparente reformista se inserte en el núcleo duro del poder de la mano de quienes ya tienen asegurado su lugar.
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Tal vez por ello, no solamente esos políticos ven una inmejorable oportunidad de darse un lavado de cara frente a sus electores, sino que una buena parte del establecimiento empieza a tolerar su proyecto político. Tanto medios de comunicación, gremios empresariales y sectores especialmente de centro, hasta hace pocas semanas abiertos opositores, han moderado su tono, sus posturas y su sesgo frente al candidato. Con timidez, pero decisión y, también hay que decirlo, con un tufillo de resignación, hacen parte de esa alquimia congruente al sentir popular, al maremágnum de las encuestas, de los quizás 10 millones de votos que obtendrán en la primera vuelta.
De este poderoso imán no podía escaparse el expresidente Álvaro Uribe, quien, con el sol a sus espaldas, ya no pudo ser el titiritero principal en 2022. Cómo no le va a convenir a Uribe la sórdida propuesta de “perdón social” que lanzó Petro hace unas semanas, si al acorralado expresidente le reclaman ceder el timón de un barco en naufragio. “La soledad del poder se parece mucho a la soledad del escritor”, diría García Márquez y de esto sí que sabe el hoy el pasado de moda Uribe.
No obstante, en el otro lado de la calle, el uribismo observa con buenos ojos que Petro quiera respetar la memoria y el legado del padre de la Seguridad Democrática. Diferente como ha sucedido en las últimas dos décadas, y como sostuvo en la entrevista que le mereció ser portada de Semana, cuando se le inquiere sobre cuál sería la suerte del expresidente en su probable mandato, su postura ha sido la de respetar su investidura de exmandatario, no solo por él sino por el bien de la nación.
Por supuesto que no todo está arreglado. La campaña sigue, al menos con el norte puesto en una segunda vuelta que enfrente al petrismo contra el antipetrismo. No hay más. Con el bonachón de Fico a la cabeza, los continuistas buscarán asegurar por al menos cuatro años más sus cuotas burocráticas.
Perder, sin embargo, tampoco les significaría un mal escenario, pues desde 8 de agosto tendrían la oportunidad de construir el proyecto posuribista; el uribismo sin Uribe. Nuevos liderazgos, que, sumados al puñado de gobiernos territoriales y la fuerza parlamentaria, podrán ser la más fastidiosa astilla en el ojo para esta ‘izquierda’ sin identidad y que tendrá cuesta arriba garantizar gobernabilidad. Sin lugar a dudas, el mejor trampolín para catapultar un candidato propio y viable para la Presidencia en 2026.
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El silencioso pero connivente aval de Uribe será en todo caso un resquicio simbólico para que un puñado de políticos limpien su alma –y sus cargos– a merced del Pacto Histórico. La historia le dará la razón a Petro, que sabe que la sombra del amigo-enemigo y la dialéctica del odio son una realidad difícil de erradicar, especialmente en las masas, pero no en los políticos para quienes el “perdón social” es una oportunidad de continuar vigentes, agarrados de la teta pública. Un laudo de suma positiva desde el cual toda la clase política, empezando por el mismo expresidente, saldrá beneficiada.
¿De acuerdo con esta radiografía de cómo funciona el poder es posible que el proyecto petrista reverdezca la esperanza? Juzguen ustedes. En todo caso vale la pena recordar nuevamente la lucidez de Gabo el Otoño del Patriarca cuando en un nimbo de realidad relató: “…que carajo, si al fin y al cabo cuando yo me muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos de los godos, ya lo verán, decía, se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto, porque esos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo…”.
Por @dialbenedetti
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