Había una vez ‘Un cuento perfecto’…

Una carta de amor para quienes nos volvemos locos por las comedias románticas y no nos da pena admitirlo. A propósito de ‘Un cuento perfecto’.

No me acuerdo de la última vez que no me dio pena decir que me había gustado una comedia romántica. Creo que, inconscientemente —y se repite un montón—, si una serie, libro o película es muy romántica, voy a asumir que es mala, y por eso voy a tener más cuidado al decir que me gusta, y esto, porque la reacción de la gente suele ser: ‘eso, tan bobo’, ‘esas películas son como muy light’, ‘todas son iguales’, o la peor, ‘eso es para niñas’.

Más allá de la gran aversión que tenemos como sociedad de no apreciar el valor de las historias de amor, como si por ser ‘tradicionalmente femeninas’ sean menos, como si tuviéramos que eliminar completamente algo tan innato para el ser humano como las relaciones interpersonales, para que estas sean realmente poderosas; como si el amor no empoderara. Por eso he decidido que no me vuelve a dar pena recomendar una serie o película de ‘niñas’.

Un cuento perfecto es una miniserie española basada en la novela de la reina de las comedias románticas en español, Elísabet Benavent, una historia simple, que parte de la premisa de que, aunque queramos, aparentemente veamos que pase para otros o en papel funcione, las relaciones no son cuentos, y estos, casi nunca, como tal, son perfectos.

La novela debutó en 2019 y, como otras adaptaciones e historias de Benavent, donde la historia de amor es el gancho, el tema principal va más allá.

Elísabet va a hablar de crecer, de autoestima y amor propio; del síndrome del impostor, de la importancia de los amigos y de la fuerza de estos vínculos; de las expectativas y la presión que nos ponen encima otras personas —o nosotros mismos—, de cuando hay que dejar ir, de las mil caras que tiene un duelo, de soltar y aprender. Todas esas batallas cotidianas que no parecen extraordinarias, pero son las que constituyen la experiencia humana. Y ahí no veo nada ni muy ‘light’, ni muy bobo, ni algo necesariamente exclusivo de ser mujer.

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Juliana, una de mis mejores amigas, leyó Un cuento perfecto en 2021, y no fue sino terminarlo para que empezara a recomendárnoslo sin descanso. Como ella les dirá, frente a mis recomendaciones, Juliana es muy juiciosa, haciendo caso casi inmediato cuando me pongo de intensa con una serie nueva.

En cambio, yo no soy tan aplicada. Siempre las escucho, solo que me tardo en llegar a ellas. Un cuento perfecto no fue la excepción, y debo de admitir que cuando lo empecé a leer, mi primer instinto fue el de ‘por debajear’ la historia, ya que empieza listando todas las razones por las que la vida de Margot, la protagonista, es perfecta.

Mi primera incursión en la historia fue entonces frustrada por las mismas razones que expresé al principio de esta columna y, en este caso, me alegro mucho de no haberme dejado llevar por estos juicios sin sentido.

Un cuento perfecto cuenta la historia de Margot (Anna Castillo) y David (Álvaro Mel). Los dos son muy diferentes y tienen problemas muy diferentes: ella es la heredera de un imperio hotelero, pichón de socialité, tres apellidos y un prometido italiano, guapo, respetuoso y que está loco por ella.

David, en cambio, tiene tres trabajos, vive con su mejor amigo, su novia y su bebé de nueve meses; duerme en un sofá, se siente libre y aún no sabe qué hacer con su vida. Se conocen y reconocen por sus ‘ojos tristes’ y forman un vínculo muy a pesar y en contra de lo que sus diferencias sugieren.

Si me preguntan (pues es algo que están haciendo, porque están leyendo mi columna), la mejor manera de disfrutar esta historia leyendo es primero el libro y, luego, viendo la serie. Pero si estás leyendo otra cosa o simplemente quieres ver algo este fin de semana, la miniserie en Netflix es, en mi opinión, una de las mejores historias que ha estrenado la plataforma este año (que ha estado muy floja en producciones estadounidenses, especialmente porque de La primera vez no tengo quejas ni reparos).

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Dirigida por Chloe Wallace y escrita por Marina Pérez, Un cuento perfecto lleva a la pantalla las sutilezas, los detalles y el corazón de la novela.

La producción audiovisual es impecable, la serie hace uso del color para enriquecer la historia y destacar lo que los personajes están sintiendo en el momento; los diálogos son inteligentes, chistosos, y simples, inyectando de realismo las interacciones de los personajes; y remata como un diseño de arte precioso y un elenco con una química excepcional.

Los primeros capítulos son, en mi opinión, una de las adaptaciones más fieles de los últimos años, y, aunque hay cambios, estos no son innecesarios; más bien le dan un toque diferencial y único a la serie, pequeños guiños que honran la materia original sin dejar de ser un producto único y fresco.

Muchos detalles de la trama no daré, porque, como nos pide la autora, quienes se acerquen a esta historia tienen el derecho a disfrutarla, a sacar de ella los mensajes, aprendizajes o conclusiones que más resuenen con su vida y, por qué no, irse más por A que por B —igual, los finales están para uno llenarlos de significado—.

Yo solo quiero que quienes estén como yo, redescubriendo su amor, un tanto reprimido por las historias románticas de un todo y por todo, encuentren sus respuestas en alguno de los cinco capítulos de esta serie.

Si algo nos enseñó la película de Barbie (o el éxito de historias como Orgullo y prejuicio, Notting Hill y When Harry met Sally) es a volver a apreciar eso que nos hace humanos, que lo propiamente femenino no tiene por qué ser menos (de la misma manera que lo opuesto funciona igual).

Y con esta conclusión en mente, creo que me atreví a volver a abrazar eso que nos dijeron que no valía que nos gustara. Y a mi sí que me gustan los romances: el ‘chico conoce a la chica’, el ‘vivieron felices y comieron perdices’.

Me cansé de bajar de categoría estas historias.

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