Hety: el eslabón del paraíso

A Hety lo asesinó una guerra que no era suya. Balas de unos clanes que se inventaron en el continente y que siguen acabando con las islas (y con toda Colombia). La muerte hecha un proyecto al que se han vinculado jóvenes isleños por falta de oportunidades y de esperanza.

Cayó la noche y en aquella loma ancestral se derrumbó un inmenso tronco raizal. Nadie nunca imaginó que parara de latir ese frondoso corazón de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. 

Un músculo arborescente en tierra y coralino en mar. Su esponjosa exuberancia se expandía hasta convertirse en una barrera arrecifal con la que protegía su cultura. Sabía de su fragilidad y de sus heridas abiertas, y por eso la abrazaba, la honraba, la sanaba. Pero la herida de muerte se lo llevó a él y un trozo de nosotros también dejó de vivir. 

Tres disparos que no tenían como destino su humanidad nos arrebataron al ‘king of creole’ (rey del creole). Ante la noticia nos desplomamos sobre el asfalto junto a los ya incontables muertos que ha dejado esa violencia despiadada que llegó del continente a inundar las islas hace dos décadas. 

Hety, el artista, el pacifista, el titán de agua salá aguantó tres paros mientras llegaba a lo que queda del Clarence Lynd Newball Memorial Hospital. Allí hicieron lo imposible por salvarlo, pero no había condiciones. 

Así como los marinos naufragan si su embarcación no es lo suficientemente robusta para aguantar mareas, los médicos no pueden hacer nada si la estructura hospitalaria no está equipada ni adecuada para operar en medio del mar. Ni siquiera hay banco de sangre ni un avión ambulancia propio para trasladar a los pacientes hacia hospitales de primer nivel en la lejana costa colombiana. 

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Se desangró un corazón que irrigaba fuerza creole por todo el maritorio. 

Al pueblo raizal le arrancaron una ceiba fundante de futuro y un arrecife enraizado en su mar ancestral. Uno de los últimos eslabones coralinos de ese paraíso. No el de consumos, excesos y playas doradas que venden en los paquetes turísticos del “todo incluido”. Ese edén es el infierno para los isleños: la colonización incesante. 

Hety
Foto: Daniel Parra.

El paraíso raizal es la comunidad aguamarina que allí habita. Los enlaces de esa cadena humana forjada por tradiciones, tensiones y encuentros de distintas cosmovisiones y paisajes que se recrean de maneras muy particulares en el Caribe insular. Una cultura hecha de diversidad y resistencia que se mueve entre la marejada.

Eso era Fabián Pérez Hooker, eslabón, paraíso, pieza poderosa que reunía lo más entrañable de un isleño: 

El piknini (niño) del Colegio Bautista que convenció a su mashtra (maestra) de español de que era más importante hablar creole que aprender una lengua foránea. 

El chico que hacía del golpe entre pupitre y borrador su propia percusión, y que en su temprana juventud conformó junto a Zambo Arigan Forbes la agrupación Hety & Zambo. 

El oleaje hecho cuerpo sonoro. Cadencia que replicaban los jóvenes al ritmo de Inna di canna (en la esquina) mientras coreaban: “gial move yoh wies and wine like a guana” (chica mueve tu cintura y menéate como una iguana). 

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El compositor que se arriesgó a escribir y a cantar en su propia lengua para presentarla al mundo con un orgullo conmovedor. 

Brisa pura hecha dancehall. Un sonido particular en el que él junto a Zambo mezclaron “la dulzura del reggae” (como ellos decían), su música tradicional y el estallido del beat del Seke seke. Otro éxito con el que liberaron a la especie humana a punta de baile. 

El torso fornido de esos hombres de ébano que pescan, siembran y construyen sus casas, sus botes y sus nasas. Aquellos que, como dice otra de sus canciones, “son más fuertes que un caballo. Parecen rudos pero son suaves como el flow”.

La paz de un manawar en pleno vuelo. La alegría de un atardecer en el que sol y luna gravitan hasta concebir la sonrisa de la verdad.

Todo en él era verdad. Siempre norte, apoyo, no weakness, como el título de otra de sus canciones. Fue de los primeros que viajó sin garantías a auxiliar a sus hermanos de Providencia después del huracán. “Hizo más por su comunidad que todos los políticos de San Andrés”, repitieron varios de sus amigos cuando se enteraron de su muerte.  

Hety (1)
Foto: Daniel Parra.

No era cualquier mundano, pero era humano y le arrancaron la vida sin razón. Como sucedió con Lucky Dube, el ícono del reggae africano, y con Peter Tosh, la leyenda jamaiquina del roots. Los tres mucho más que artistas: eslabones monumentales de su pueblo, corazones vibrantes de sus territorios negros y víctimas de proyectiles de un sistema que se funda en la desigualdad racial. 

A Dube le disparó su propia gente por hurtarle el carro. Había hambre y rabia. A Tosh lo aniquilaron en su casa por robarle el dinero obtenido en su última gira por Estados Unidos. Había miseria y resentimiento. Y a Hety lo asesinó una guerra que no era suya. Balas de unos clanes que se inventaron en el continente y que sigue acabando con las islas (y con toda Colombia). La muerte hecha un proyecto al que se han vinculado jóvenes isleños por falta de oportunidades y de esperanza.

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Y así como los homicidios de Dube y de Tosh desencadenaron movilizaciones llenas del dolor y la indignación de sus pueblos, el asesinato de Hety despertó a toda la comunidad insular y a la diáspora raizal. En especial a la juventud que, como nunca antes en la historia de San Andrés, salió a las calles de forma multitudinaria. 

Una maredumbre vestida de blanco se encontró en la avenida Newball frente al mural King Of Creole que pintaron en honor al artista en menos de 24 horas. Entre lágrimas, velones, lamentos y oraciones iniciaron el duelo colectivo. Cantaron al unísono todas las canciones del rey y se fueron desplazando como una gigantesca alma en pena hacia la Policía y el Coral Palace (Gobernación). 

La marea fue subiendo y el dolor se tornó rabia, gritos, desmayos y reclamos. No era para menos, uno de los eslabones más fuertes de esa cadena humana había sido destrozado y con ello se fue quebrando la comunidad mientras arengaba: “¿Qué queremos? ¡Justicia!, ¡seguridad!, ¡salud!”;¡no más hijos inocentes de nuestra tierra embutidos en pijamas de madera!”; “¡el hospital que hay es el cementerio inicial!”; “¡nuestras vidas no importan, matan al policía y en tiempo récord hacen capturas y dan recompensas, pero con Hety y con todos nuestros muertos ni una cosa ni la otra, queremos resultados!”. 

Ese mar de desconsuelo continuó agitándose los siguientes días entre movilizaciones, bloqueos y una infinidad de homenajes a la leyenda naciente: conciertos, coros góspel, murales, caravanas de bicicletas, compañía a la familia en el ritual tradicional de las nueve noches. Todo un bombeo de amor como el que el solía brindar.    

Pero el ocaso de ese corazón del paraíso se convirtió en el despertar de una juventud hasta entonces paralizada ante tanta pesadumbre. Se rompió el gran eslabón de coral pero se estrecharon los lazos de las demás piezas de esa cadena arrecifal que vuelve a ser comunidad. Común unidad para procurar el cambio de una sociedad que decae día a día por la falta de salud, educación, empleo, seguridad, recursos, inversión social y artística. 

Hety
Foto: Daniel Parra.

Los jóvenes se cansaron de ser silenciados y de tener que sobrevivir en un sistema en el que los políticos saquean y los turistas arrasan con sus recursos, con su cultura, con su tierra. Quieren ser eslabones de un nuevo paraíso. Por eso le prometieron al breda, broda, brother, bro, hermano, manito, Hety: somos eslabones de la cadena y la cadena no se rompe. Rest In Power, descansa en paz.

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Fotos: Daniel Parra

11 Comentarios

  1. Rosario Navas Camacho

    Camila escribe con el alma estremecida de dolor por la injusticia. Leerla siempre es un encuentro con la dura verdad de este triste país.

  2. Bello y necesario homenaje que Camila nos entrega a través de su conocimiento y compromiso infinito por nuestras islas, por las personas que las habitan…,,!
    Ahora entiendo la trascendencia de su muerte, lo que significa para su comunidad. Gracias por llevar esa voz; excelente escrito !

  3. Duele, duele mucho lo qué pasa en este país. No nos alcanzamos siquiera a imaginar todo lo que perdimos con la desaparición de Hety… un verdadero bacan. Duele, duele mucho.

    Bonito escrito, y aún así, duele, duele mucho.

  4. Silvia Venner smith

    Hermoso, es muy importante que el mundo conozca lo que realmente ocurre en nuestro territorio, no más tapujos. Los que usufructuan está isla venden una mentira sobre un supuesto paraíso que dejó de serlo hace muchos años, nuestros jóvenes están padeciendo e involucrandose en actos delictivos x falta de oportunidades. Bienvenido a la realidad.

  5. Esmeralda Vargas Vallejo

    Bello y conmovedor escrito que nos hace partícipes del dolor por la pérdida de un hombre talentoso y luchador . Importante conocer la realidad de nuestro territorio insular, promocionado para el turismo consumista pero abandonado a su suerte y entregado a los depredadores. Felicitaciones Camila por ser voz, poesía, canto y denuncia.

  6. Muy bello, conmovedor y doloroso escrito de esa realidad ineludible de nuestras paradisiacas regiones perdidas en esas historias de desencuentros y falta de oportunidades, laceradas con el latigo de la indiferencia del Estado. Gracias Camila por permitirnos recordar que quienes vivimos el sueño de su bella geografía y expectante cotidianeidad hoy estamos en deuda y debemos sumarnos a su recuperación

  7. Elizabeth MORALES VILLALOBOS

    Siempre, muy oportuno el comentario de esta columnista. CRITERIO, necesita mas columnistas de este talante femenino o feminista!

    1. Amparo Garzon Cifuentes

      María Camila tu pluma cada vez mas fina nos pone en contacto con ese territorio insular que desconocemos, y en esta columna en particular, nos muestra las condiciones en que viven sus habitantes por el abandono del estado. Triste historia y final de lo qué pasa con muchos Hety. Excelente columna

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