Higiene menstrual, un lujo para las más vulnerables en América Latina
Aunque Colombia fue el primer país americano que quitó el IVA de los productos de higiene menstrual, en 2018, estos aún son inaccesibles para millones de mujeres y jóvenes en Latinoamérica que viven en condiciones de pobreza.
“Cuando llega el período, falto al clases tres o cuatro días. En casa no tenemos plata para comprar las toallas sanitarias que necesitamos mi hermana y yo. Nos colocamos telas para recoger la sangre, aunque a mí me produce una erupción que es molesta”, cuenta Omaira*, de 15 años, estudiante de secundaria.
Vive en la humilde barriada Brisas del Sur, en Ciudad Guayana, a 500 kilómetros al sureste de Caracas.
“Tampoco compramos pastillas para calmar el dolor, y mi período es irregular, no aparece todos los meses, pero aquí no hay servicios médicos para ir a tratarse eso”, agrega.
En Venezuela, “una de cada cuatro mujeres no cuenta con productos de higiene menstrual e improvisan alternativas antihigiénicas, como ropa vieja, paños, cartones o papel higiénico para elaborarse compresas que funcionan como toallas sanitarias”, dice la activista Natasha Saturno, de la organización no gubernamental (ONG) Acción Solidaria.
“El gran problema con estos insumos es que pueden provocar, en el mejor de los casos, incomodidad y vergüenza, y, en el peor, infecciones que comprometen su salud”, expone Saturno, directora de exigibilidad de derechos en la ONG, que conduce programas de asistencia, encuestas y documentación en temas de salud.
La activista señala que, en un día cualquiera, más de 300 millones de mujeres en todo el mundo están menstruando, y cita un estudio del Banco Mundial que estima que un total de 500 millones carecen de acceso a productos menstruales e instalaciones adecuadas para la gestión de su higiene íntima.
“Hoy, más que nunca, necesitamos visibilizar la situación de mujeres y niñas que no cuentan con el acceso a una higiene menstrual. La comunicación hace la diferencia”, resalta, por su parte, Hugo González, representante en Perú del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
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El UNFPA considera que hay un amplio acuerdo sobre lo que las personas necesitan para una buena salud menstrual, y sostiene que los enfoques integrales que combinan la educación con la infraestructura y con los productos y esfuerzos para combatir el estigma son los más exitosos para lograrla.
Los productos esenciales son los suministros seguros, aceptables y confiables para manejar la menstruación; privacidad para cambiarlos; instalaciones para lavarse de forma segura y privada; e información para tomar decisiones adecuadas.
“Se convierte en un círculo vicioso, porque se afecta su rendimiento académico o laboral, dificultando sus posibilidades de desarrollar su máximo potencial y acceso a mejores ingresos”.
Natasha Saturno, ONG Acción Solidaria.
Aun sin IVA, productos de cuidado menstrual son ‘lujo’ para muchas mujeres
Nueve de 31 países de la región consideran como productos de primera necesidad los de higiene menstrual, lo que permite que estén exentos de impuesto al valor agregado (IVA) o este sea menor, según el estudio Impuestos Sexistas en América Latina de la Fundación Friedrich Ebert (Alemania).
Ese ‘impuesto rosa’ determina el precio de productos de higiene menstrual —toallas desechables, reciclables y copas—, que se tornan especialmente gravosos en países con inflación alta y moneda depreciada, como Argentina y Venezuela.
Tras la campaña ‘Menstruación libre de impuestos’, Colombia se convirtió en 2018 en el primer país americano que eliminó su IVA de 16 % a los productos de higiene menstrual.
Luego se sumaron Ecuador, Guyana, Jamaica, México (en cuyas calles se hizo campaña contra ese impuesto), Suriname y Trinidad y Tobago.
Diez toallas sanitarias desechables, promediando los precios de las marcas más económicas, pueden costar menos de un dólar en México; 1,50 en Argentina o Brasil; 1,60 en Colombia, Perú o Venezuela; y casi dos dólares en Costa Rica.
Pero en algunos países, como Venezuela, se mantiene el impuesto al valor agregado (IVA) a los productos de higiene menstrual. Este es aun más elevado (entre 18 y 22 %) en Argentina, Chile, República Dominicana y Uruguay.
Otros países, como Costa Rica, Panamá, Paraguay y Perú, han aplicado reducciones; mientras que en Brasil el IVA difiere entre estados y promedia 7 %.
“Es un problema importante”, destaca Saturno. “En un país como Venezuela, en el que la mayoría de la población vive en la pobreza y el salario mínimo —aunque ampliado con algunos bonos— todavía se mantiene en cinco dólares mensuales”.
“Los muchachos y hombres adultos lo ven como algo sucio”
“Si no puedes comprar toallas sanitarias con frecuencia, ese es el problema más pequeño. Lo peor es la pena (vergüenza) si al ir al trabajo la tela o el paño falla en tapar la sangre sobre la ropa o si agarras una infección”, dice Nancy*, quien, a sus 45 años, ha sido trabajadora informal en numerosas puestos y oficios en Caracas.
Madre de cuatro jóvenes, vive en Gramoven, humilde barriada del noroeste capitalino. Sus dos hijas, de 18 y 22 años, han pasado por angustias como las de Nancy camino del colegio, en el vecindario, en el autobús y en el metro.
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“Es que el período no se ve como algo natural, los muchachos y hombres adultos lo ven como algo sucio. En los trabajos a veces no comprenden que si hay dolor uno debería quedarse en la casa, y, cuando uno trabaja por su cuenta, tiene que salir como sea, porque si no sales, no ingresa plata”, comentó.
“Se requieren mayores esfuerzos para derribar los tabúes que se revierten en vulneración de derechos fundamentales a la salud”.
Carolina Ramírez, ONG Princesas Menstruantes.
La activista de Acción Solidaria destaca que “la pobreza genera que adolescentes y mujeres falten a días de colegio (educación media) o de trabajo por no contar con los insumos para atender su menstruación”.
“Se convierte en un círculo vicioso, porque se afecta su rendimiento académico o laboral, dificultando sus posibilidades de desarrollar su máximo potencial y acceso a mejores ingresos”, añadió.
Pero el problema “va mucho más allá de los insumos; no se agota en la obtención de productos, y comprende educación y condiciones dignas de trabajo para las mujeres”, dice, desde Medellín, la psicóloga Carolina Ramírez, quien dirige en esa ciudad la ONG educativa Princesas Menstruantes.
Por ello, “nosotras no empleamos el término ‘pobreza menstrual’ y hablamos de dignidad menstrual, reivindicando la necesidad de que la sociedad, las escuelas, los centros de labor y los Estados promuevan la educación en torno a la menstruación y se desmonte el analfabetismo en esa materia”, expuso Ramírez.
Como ejemplo, mencionó el rechazo persistente al uso de tampones y copas “por los viejos pruritos de que la vulva no se toca, la vagina no se mira”, amén de que muchas áreas y colectividades en países latinoamericanos no solo carecen de espacios o útiles para esterilizar productos, sino que, a menudo, no disponen de agua limpia.
Una preocupación que plantearon tanto Saturno como Ramírez es la de la gran vulnerabilidad en que están, en materia de salud menstrual —y general–, así como de seguridad, las mujeres migrantes en la región, que, en los últimos 10 años, ha recibido el aluvión de seis millones de personas desde Venezuela.
Otro tema preocupante es el de las mujeres en la mayoría de las cárceles de América Latina, pues están imposibilitadas de procurarse una higiene menstrual adecuada, al no acceder ni a productos desechables ni a posibilidades de lavar otros insumos.
En toda la región “se requieren mayores esfuerzos para derribar los tabúes que se revierten en vulneración de derechos fundamentales a la salud, la educación, el trabajo y el libre tránsito, y para que la menstruación pueda ser una tranquila experiencia humana”, concluyó Ramírez.
*Nombres cambiados para proteger la privacidad de las entrevistadas.
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