Hospitalidad y dignidad

Llevamos años presenciando a migrantes venezolanos recorriendo el territorio nacional, con sus pocas pertenencias, sus niños tomados de la mano y sus bebés colgando a las espaldas. Últimamente se han sumado miles de haitianos y cubanos aglomerados en Necoclí, que quieren cruzar el Tapón del Darién para llegar a los Estados Unidos. 

Además de tener una importante población de refugiados e inmigrantes, Colombia es el país con más desplazados internos en el mundo, según el último reporte de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Alrededor de 500 indígenas de la etnia Embera, con decenas de niños y bebés, ocupan una sección del Parque Nacional bajo cambuches y toldos de plástico sostenidos por sogas amarradas entre las palmas. Fueron desalojados de varias casas en el sur de Bogotá, donde estaban escapando de la violencia que azota sus territorios ancestrales en el Chocó y Risaralda.

Entre 1537 y 1539, Francisco de Vitoria, filósofo, teólogo y jurista español, fundador de la Escuela de Salamanca, ofreció unas conferencias tituladas de Indis, o de los Indios. En ellas analizó la legitimidad de los derechos de la Corona española sobre los nativos del Nuevo Mundo y sus dominios.

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De Vitoria retomó el concepto de ius gentium, o derecho de gentes, del sistema legal romano de la antigüedad, el cual se basaba en la idea de costumbres o comportamientos compartidos por todo tipo de comunidades humanas sobre la Tierra, una especie de ley natural que cobijaba a todo ser humano. Como consecuencia de ello, defendió el derecho de dominio de los nativos sobre sus tierras y rechazó otras razones invocadas por España en la justificación de la conquista y colonización del Nuevo Mundo, tales como la autoridad universal del Emperador y del Papa, el derecho de descubrimiento y el rechazo de la fe cristiana de parte de los nativos.

Sin embargo, utilizando el mismo concepto de ius gentium, aseveró que toda comunidad humana poseía un derecho universal de comunicación que le debía permitir su libre movimiento, basado en una supuesta sociabilidad natural del ser humano. Este derecho exige un deber de hospitalidad de parte de los habitantes de un territorio hacia los forasteros.

Cabe preguntarse qué tanto promovió De Vitoria este derecho de libre movimiento para legitimar la presencia española en el Nuevo Mundo. Si el indio americano no le ofrecía su hospitalidad al conquistador español, este tendría derecho a su conquista y colonización. Al margen de la intención detrás de su postulación como parte constitutiva del derecho de gentes, quisiera enfocarme en este concepto de hospitalidad, el cual propondré como garante de la dignidad que merece todo ser humano.

Hospitalidad y dignidad, migrantes venezolanos
Migrantes venezolanos.

¿En qué consiste el deber de hospitalidad con otros seres humanos con quienes uno no comparte ni familia, ni tribu, y a veces ni lengua ni cultura? ¿Por qué obligarse ante el forastero, ante el otro? De Vitoria, en el siglo XVI, apelaba a la sociabilidad natural de los seres humanos, a la amistad natural entre ellos. No me parece fácil defender la existencia de una natural sociabilidad o amistad entre los seres humanos. Tal vez exista entre familiares, amigos o miembros de una misma tribu o colectividad, pero difícilmente con el forastero. Una mirada somera a cualquier época en la historia podrá darme razón.

Si no existen razones naturales, tampoco parece existir un fundamento religioso para dicha obligación ya que a lo largo de la historia se le ha negado hospitalidad al forastero invocando razones religiosas. Ejemplos de conflictos religiosos abundan en cualquier época. El deber de la hospitalidad no tiene, entonces, un fundamento natural ni religioso sobre el cual pueda descansar. Dicho deber tampoco habita en un marco legal que propugne al ejercicio de la hospitalidad bajo amenaza de algún castigo penal. Por lo tanto, no es el miedo a la punición lo que nos llevaría a abrirle la puerta al otro. Queda un último fundamento posible: el beneficio propio.

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Este beneficio no sería inmediato: ofrecerle hospitalidad al forastero requiere a corto plazo de un gran esfuerzo y sacrificio social y personal. Es más bien un beneficio a mediano o largo plazo, fundado en la capacidad de imaginarnos a nosotros mismos en el futuro teniendo las mismas necesidades que tiene el forastero, necesitando ayuda en algún momento futuro de nuestras vidas. Le ofrecemos hospitalidad al otro en tanto imaginamos la posibilidad de encontrarnos en algún momento en su situación.

Esta capacidad que poseemos de abstraer de nuestra situación y de imaginar ser diferentes a quienes actualmente somos (por ejemplo: desplazados, refugiados, indígenas, migrantes), no le viene de manera natural al ser humano. Es un ejercicio de abstracción para el cual necesitamos ser entrenados hasta que logramos ver el mundo de cierta manera, habitado por otros seres humanos diferentes a nosotros. Solo por medio de esta visibilización del otro, de ese espacio que no habitamos, pero en el cual siempre podríamos encontrarnos, podremos imaginarnos en su lugar, y de esta manera crear el impulso para ofrecerle nuestra hospitalidad.

Indígenas Embera en Bogotá: Hospitalidad y dignidad
Indígenas Embera en Bogotá: Hospitalidad y dignidad

Esta práctica de visibilización del otro, del forastero, constituye la base de una educación ética sin la cual el deber de hospitalidad no existiría. Aún así, el gesto ético consiste en la identificación con el otro y no en la identificación del otro simplemente como alguien que sufre. Esta última identificación generaría una actitud de lástima y, tal vez, de beneficencia, pero no de hospitalidad.

La hospitalidad radica no solo en ayudar al otro, sino en ser él. La radicalidad y dificultad de este movimiento genera incomodidad porque nos saca de nosotros mismos. Al vernos en el otro que tenemos al frente y nos mira vivimos una interrupción en la continuidad de nuestro ser. Esta mirada nos escinde entre quienes somos y quienes podríamos ser. Por eso es más fácil continuar nuestro camino y no devolver la mirada a los Emberas ni a las otras etnias y comunidades de desplazados que inundan nuestras ciudades.

Una postura ética sobre la hospitalidad, por lo tanto, está fundada sobre una capacidad imaginativa radical: aquella de dejar de ser nosotros mismos, creando así un espacio de otredad al interior nuestro, donde quepan tanto el migrante venezolano, el cubano, el haitiano como nuestros propios desplazados. Solo al albergar al otro podremos preservar su dignidad y la nuestra.

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