Identidad y diferencia
El 4 de septiembre los ciudadanos de chile salieron a votar a favor o en contra de la constitución redactada por la convención constitucional durante el último año. Esta constitución, de haber sido aprobada, habría reemplazado a la actual, redactada en 1980 durante el gobierno ilegítimo del general Augusto Pinochet por la comisión Ortuzar, la Junta de Estado y la Junta de Gobierno Militar.
El nuevo borrador ponía especial énfasis en los derechos de los pueblos originarios, no reconocidos como tales en la constitución de 1980, y que constituyen entre el 10 y el 13 por ciento de la población actual de Chile. Uno de los debates generados por la versión sometida a votación el 4 consistía en el carácter plurinacional de Chile. El artículo uno decía: Chile es un estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico. Y el articulo dos: La Soberanía reside en el pueblo de Chile, conformado por distintas naciones.
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Para muchos chilenos, declarar al país como plurinacional habría puesto en peligro la unidad nacional en tanto algunos grupos, o naciones, particulares recibirían mayores derechos que otros. Por ejemplo, se preveía que al reconocer los sistemas jurídicos de los pueblos y naciones indígenas, no habría un sistema de justicia igual para todos los chilenos.
No me interesa asumir una posición en este debate sino más bien reflexionar sobre los conceptos de identidad y diferencia y su uso político. Todo acto político consiste o en un énfasis en identidad para contrarrestar diferencia, o un énfasis en diferencia para contrarrestar identidad. Generalmente si es un acto de exclusión, es decir, si por medio de él se intenta legitimar una subyugación o inferioridad natural de un grupo particular de humanos, se enfatiza la diferencia sobre la igualdad.
Es el caso de la justificación de la esclavitud y sistemas de explotación como la encomienda, para cuya legitimación se apelaba al carácter bárbaro y salvaje del habitante del continente africano, o del nativo del Nuevo Mundo; también es el caso de la función maternal de la mujer para determinar su papel en la sociedad como uno de simple reproducción biológica.
Existe igualdad entre los seres humanos, pero se les define de tal manera que excluya como humanos a algún grupo particular de seres: los que no son racionales, los que no han descubierto la propiedad privada o la ley, los que cometen sacrificio humano y prácticas caníbales, los que adoran ídolos, los que dan a luz, etc. Todo universal, en su imposición, contiene un elemento de exclusión que le permite definirse de manera más precisa en contraste con lo que no clasifica como universal.
Piénsese en la inconsistencia entre la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, según la cual entre las verdades que tomamos por evidentes está el que todos los seres humanos son creados iguales, con ciertos derechos inalienables, por un lado, y la Constitución de 1787 que distingue entre personas libres y otras personas, las cuales equivalen a tres quintas partes de una persona para efectos de representación e impuestos, por el otro.
También se ha utilizado el énfasis en identidad, excluyendo la diferencia, para mantener ciertas prácticas de discriminación, al negar la particularidad de la experiencia de discriminación de ciertos grupos: la mujer, el negro, el indígena, la persona no binaria, etc. Este énfasis en identidad permite mantener prácticas discriminatorias hacia ciertos subgrupos de la población originadas en el pasado porque la igualdad no aplica igualmente para todos si se impone por igual a grupos diferentes. Como decía Anatole France: La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan.
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Las luchas progresistas, también, a veces enfatizan diferencia y a veces identidad para lograr sus metas. Por ejemplo, la acción afirmativa se basa en la diferencia para intentar llegar a la igualdad. Es necesario crear condiciones de oportunidad verdaderamente iguales para todos antes de crear leyes universales que apliquen igualmente a todos. Volver ilegal la discriminación racial en la educación superior no logra cumplir su verdadera meta si por razones de discriminación económica un gran segmento de estas poblaciones no puede acceder a dicha educación.
Se requiere de políticas fundadas específicamente en ciertas diferencias para intentar igualar las condiciones de oportunidad para todos, y así poder proponer leyes verdaderamente universales. De otro lado, la radicalidad de las revoluciones francesa y americana yace, por lo menos teóricamente, en el énfasis sobre la igualdad de los seres humanos y sus consiguientes derechos inalienables (la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad), en tanto seres humanos, independientemente del papel que juegan en la sociedad, de su raza, religión o género.
En consecuencia, tanto el concepto de identidad como el de diferencia pueden ser utilizados para ampliar los derechos de grupos particulares dentro de un estado o para delimitar dichos derechos, manteniendo de esta manera ciertas discriminaciones tradicionales ocultas tras el velo de la igualdad. Por ello, ninguno de los dos debe ser defendido de manera absoluta sino más bien evaluado de manera contextual.
No se debe rechazar la política de identidad porque pone en entredicho un elemento universal en la experiencia humana, ni se debe rechazar una declaración universal de derechos humanos porque pone en entredicho las experiencias particulares de mujeres, personas de color, de género no binario, etc. La política podría definirse como la constante negociación, impugnación, rechazo y aceptación de las fronteras entre identidad y diferencia.
Esta negociación contiene como elemento constante el fomento del miedo, como acabamos de ver en Chile: miedo a una ‘monarquía indígena,’ a un estado con dos sistemas de justicia paralelos que ponen en entredicho su imparcialidad, a un estado plurinacional, cuya traducción al lenguaje del miedo significa: un estado indigenista. La acusación de racismo a la inversa generalmente sufre de esta absolutización de la igualdad: confunde una lucha por igualar las condiciones de oportunidad para grupos históricamente discriminados, por un lado, con un supuesto favorecimiento inmerecido a dichos grupos, el cual termina siendo un ataque a la igualdad de todos los seres humanos, por el otro.
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En lugar de intentar corregir las discriminaciones y subyugaciones materiales y culturales del pasado, se espera que al decretar la absoluta igualdad de todo ser humano ante la ley sin distingo de raza, genero, creencia religiosa, clase económica, etc., todos mágicamente terminemos siendo iguales.
Debemos siempre estar alerta al uso político que se les da a los conceptos de igualdad y de diferencia, distinguiendo entre un verdadero interés por la igualdad, por un lado, y un interés por mantener el estado actual de las cosas, por el otro, que ha beneficiado a ciertos segmentos de la población, y que se oculta bajo una supuesta igualdad de condiciones: a todos nos está prohibido dormir bajo los puentes y robar pan.
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Los del sur contaban 13 grupos diferentes de indigenas à la llegada de los espanoles. En América del norte los conservan en reservas. Latino somos todos los que no tenemos sangre de reyes, es decir los nadies.