¿Tenemos siempre que identificarnos con las series que vemos?
El año pasado escribí un libro, Series largas, novios cortos, en el que conecté historias personales (unas muy reales, otras un poco inventadas) con algunas de mis series favoritas. Por ejemplo, hablé de una depresión y una relación con alguien adicto y eso lo conecté con BoJack Horseman. También, hablé de cómo alguna vez me sentí como Rory Gilmore en una relación. Y conecté historias de violencia sexual con I May Destroy You, entre otras.
En mi libro y en mi vida en general, veo un gran valor en el momento en el que una serie levanta un espejo ante tu vida y te hace pensar: “¡Carajo! Esa soy yo” o “Esto fue exactamente lo que yo sentí”. Pero últimamente vengo pensando mucho en que ese no puede ni debe ser el único criterio con el que califiquemos una serie, porque muchas de las mejores series que veremos no tienen nada que ver con nuestras vidas y nuestras experiencias.
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Como dije, venía pensando en esto desde hace rato, pero fue con el estreno de la segunda temporada de Euphoria, que terminé de cerrar la idea que tenía sobre la identificación con las series. Algunas de las críticas que leí y oí durante la segunda temporada de la popularísima serie de HBO consistían, en resumen, en que a las personas les parece que no es una buena serie porque “así no es la experiencia de los adolescentes”.
Primero, creo que acá hay que aclarar que Euphoria nunca intentó ser una representación general de la experiencia de todos los adolescentes del mundo. Si nos fijamos en su estilo visual que a veces parece sueño, a veces pesadilla y muchas veces un videoclip, está claro que esta no es una serie realista. Esto no es The Wire, esto no es una radiografía de una sociedad.
Lo que sí es: una serie ultra estilizada que basa la trama de la protagonista en la experiencia específica de adicción en la juventud de Sam Levinson, su creador. Entonces, no es una serie que hable de todos los adolescentes, habla de unos muy específicos; por eso no todo el mundo se va a ver reflejado en esta secundaria donde todo el mundo se va vestido como para una pasarela y donde todo el mundo es guapo y donde todo el mundo tiene problemas con P mayúscula.
Quizás algunas personas (como Levinson) sí sientan que sus adolescencias fueron como las de Rue, Jules, Maddy, Nate o incluso Fezco, pero ese no es el punto, porque Euphoria se puede disfrutar (o criticar) así no sintamos que está hablando de nuestra experiencia personal porque nos está mostrando otras experiencias, otra forma de vivir la vida, otro mundo.
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Si yo solo pudiera disfrutar series en las que me vea reflejada, entonces no podría haber disfrutado The Sopranos, porque no soy un mafioso cuarentón con problemas familiares, ni The Americans, porque no estoy casada y nunca lo estaré, ni Never Have I Ever, porque no soy una adolescente de ascendencia india con problemas de ira que acaba de perder a su papá. Viendo esas series y muchas otras, no me sentía “vista”, pero sí sentía el placer de entrar a otras vidas y entenderlas, así yo nunca vaya a vivir nada ni remotamente parecido.
El famoso crítico de cine Roger Ebert decía que “todos nacemos con un paquete. Somos quienes somos. Dónde nacimos, como quiénes nacimos, cómo nos criaron. Estamos metidos dentro de esa persona, y el propósito de la civilización y del crecimiento es ser capaces de extender la mano, acercarnos y empatizar un poco con otras personas, descubrir qué les motiva, qué les importa. Para mí, las películas son como una máquina que genera empatía”. Y así como las películas, las series también tienen esa capacidad, la de hacernos entender y empatizar con persona(je)s diferentes a nosotros, a quienes nunca tendríamos chance de conocer si no fuera a través de una pantalla.
Vuelvo a mi consejo de siempre, a mi filosofía transversal: la diversidad en todo es lo que hace buena la vida. Entonces, no tiene nada de malo querer ver series que hablen de nuestras experiencias y que nos sirvan para procesar y entendernos a nosotros mismos. Pero también es necesario diversificar el contenido que vemos y ver series que no tengan nada que ver con nuestras vidas, series que nos permitan entender a otras personas y otros puntos de vista. Porque, parafraseando a Fran Lebowitz (aunque ella lo decía sobre los libros, pero creo que aplica para la ficción en general), las series nos pueden servir de espejo, sí, pero también deberían ser una puerta.
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