Los tenis de la ira
“Mejor unos tenis bien llevados que un decrecimiento económico mal explicado”.
A raíz de la visita del presidente Petro a España, las redes sociales y algunos medios, incluidos varios de ese país, se han dado su banquete con galguerías rellenas de algodón dulce sobre el vestuario del presidente y algunos de los funcionarios de la comitiva en los actos oficiales.
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O por el baile de la primera dama en las afueras de la embajada.
O por el Rolls-Royce en el que llegó a la cita con los reyes.
En detrimento del periodismo y en beneficio de los likes, es más taquillero el video o la foto de los Adidas —no creo que sean marca ‘gato’— de la ministra de Minas que el discurso del presidente ante el rey Felipe, o la ausencia del frac del presidente en la cena de gala en el Palacio Real, que el análisis del impacto de la visita del jefe de Estado a un país clave para los intereses del país en Europa, incluida la paz.
La tendencia a confundir pasarela con poder viene ganando terreno desde hace un par de décadas.
En 2005, el entonces presidente Uribe fue objeto de burlas por el largo del chaleco que usó en la cena con el rey Juan Carlos, en Madrid.
El vestido de la primera dama, cualquiera que sea, se volvió más relevante que su discurso.
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Juan Manuel Santos estuvo a punto de aparecerse como un torero ante la reina Isabel, en 2016, en el Palacio de Buckingham, porque el pantalón que debía usar en la gala era de una talla menor. Lo salvó del oso uno de los edecanes que era de la misma talla del presidente.
Colombia no es una monarquía ni la Casa de Nariño. Es el palacio de Versalles, la pasarela de María Antonieta y Luis XVI. Por eso resulta pretensioso exigir a los gobernantes de Colombia que se vistan como reyes, así algunos de los que han llegado a la jefatura del Estado se crean monarcas.
Mejor unos tenis bien llevados que un decrecimiento económico mal explicado.
Los alemanes siempre se sintieron bien gobernados por la señora Ángela Merkel, que llevaba trajes tan sencillos como los de cualquier empleado oficial que toma todos los días el metro en Bonn. Michelle Obama fue más mensaje que moda, sin dejar de lado sus trajes llamativos.
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Tal vez hoy en el mundo no haya gente que irrespete los protocolos, sino más bien falta de evolución en las etiquetas palaciegas. Algo se ha avanzado. Por eso hoy las fábricas de corbatas y corbatines no la están pasando bien. Los jóvenes se ponen vestido con corbata escasamente para el grado.
Al Congreso han querido volverlo, cada 20 de julio, una pasarela con excentricidades —un ‘outfit’ entre moderno y ‘lobo’— y, por eso, en su interior ya no imperan el negro ni el azul ni las corbatas azules y rojas de conservadores y liberales.
La izquierda contestaria hoy es mayoría en el Capitolio y allí ha ratificado que lo suyo no es la combinación de colores.
Unos tenis (el zapato más cómodo para caminar) no deberían ser el activador de pasiones rabiosas de la oposición política, pero tampoco ser una prenda —nada barata, a menos que sean del Hueco, en Medellín— para retar a los críticos.
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La evolucion toda va en conjunto. La sociedad actual ha cambiado su forma de ver y actuar. Hoy dia la ordinariez, el mal hablar, la chabacaneria, lo insulso, la poca reflexion y muchos likes son la moda. La superficialidad en la politica, en lo economico, en lo social es lo que impera es la “nota de progreso” revolucion o cambio. Una sociedad cada dia de pensamiento menos critico y muy dada a la superficialidad donde importa mas lo grotesco y el hacer ruido para hacerse notorio