De Julio César Turbay a Iván Duque, un chiste no tan chistoso
Duque recoge ese liberalismo de derecha intransigente que encarnaba Turbay y que se mantiene vivo en la política colombiana.
A la llegada de una gira por el país del norte, el presidente Julio César Turbay dio una rueda de prensa. Un periodista le preguntó: “Doctor Turbay, ¿qué fue lo que más le impresionó de su visita a Estados Unidos?“. Y Turbay respondió: “Que los niños saben inglés a los 3 años“.
Esta aparente anécdota, jamás sucedió, hace parte de una gran cantidad de chistes que se hicieron a cuestas del presidente que gobernó a Colombia entre 1978 y 1982. Su voz aguda, su estampa y sus declaraciones surrealistas fueron insumo para crear una versión jocosa de Turbay que sirvió para afrontar un gobierno caracterizado por la violación a los derechos humanos, “el clientelismo, el militarismo y la crisis económica“, como bien señaló un artículo de la revista Semana de septiembre de 1982.
Si bien, con la masificación del humor político que hubo en los noventas, todos los presidentes fueron objeto de burla, Iván Duque se llevó el campeonato. O por lo menos eso le dijo Daniel Samper Ospina a Diario Criterio hace un tiempo: “El presidente de turno siempre es más cómico que el anterior. Pensé que nadie podía ser más cómico después de Uribe, pero Santos tenía unas salidas de humor involuntario sensacionales. (…) Me ha sorprendido Iván Duque. Ha hecho una cosa de humor involuntaria que es fascinante. Cuando uno cree que no hay tema para el video, para la obra o para la columna, Duque siempre acude al rescate de uno“.
Las fotos en las que Duque posa de estadista o sus lapsus en discursos al estilo “así lo querí” han sido materia prima para centenares de memes y videos burlescos. Incluso, el humorista Juan Pablo Riaño, en la serie ‘Juanpis González’, transmitida en Netflix, se atrevió a crear un personaje llamado Ivancito, que guarda ciertas similitudes con Duque.
Duque y Turbay
Sin embargo, al igual que sucedió con el expresidente de corbatín, chaleco y gafas de marco grueso, la invención de un Duque jocoso va de la mano de una realidad más bien trágica. Y es en este punto en donde se tejen las conexiones entre dos gobiernos con casi cuatro décadas de distancia. No en vano, muchos líderes de opinión han señalado las semejanzas entre Duque y Turbay que van más allá de los chistes y que comienza por el turbayismo del padre del actual presidente.
A raíz de la promulgación de la Ley de Seguridad Ciudadana, periodistas y académicos han vuelto a traer las similitudes entre ambos gobiernos. En su columna de El Espectador (11 de enero de 2022), el exministro de Justicia Yesid Reyes escribió: “No deja de ser curioso que la reciente Ley de Seguridad Ciudadana guarde similitud con el Estatuto de Seguridad expedido por Turbay en 1978“. Y Ana Bejarano Ricaurte, columnista de Los Danieles aseguró que, del mismo modo que el Estatuto de Seguridad de Tubay había sido una retaliación por el paro de 1977, la Ley de Seguridad Ciudadana era un ajuste de cuentas por las protestas de abril de 2021.
Las comparaciones suelen ser odiosas y las históricas, peligrosas porque se puede caer en anacronismos. Por supuesto, entre los mandatos de Turbay y Duque, Colombia ha cambiado. Ahora ya no se gobierna bajo un constante Estado de Sitio (aunque muchos le pidan al presidente declarar la Conmoción Interior). Sin embargo, es difícil dejar de hacer paralelismos, sobre todo, porque Duque recoge ese liberalismo de derecha intransigente que encarnaba Turbay y que Álvaro Uribe mantuvo vivo.
De estos gobiernos hay muchas cosas por comparar. Ambos llevaron a cabo dos reformas tributarias que aliviaron las cargas tributarias de los grandes capitales y agravaron el problema de déficit fiscal. En ambos periodos ocurre un recrudecimiento del conflicto armado y un renacimiento del ELN. En esta ocasión se traerán a colación dos elementos poco discutidos: el clientelismo y las peleas internacionales.
Hijo de turbayista sale…
En julio de 2018, a unas pocas semanas de asumir la Presidencia, Iván Duque lanzó Arqueología de mi padre, un libro en homenaje a Iván Duque Escobar que compila sus discursos y reportajes sobre él y que, en últimas, revela su profundo turbayismo. Según Duque, su padre decía que Turbay era “la persona a la que más afecto profeso después de mi padre”.
“Un turbayista de racamandaca”, así denominó a Duque Escobar un periodista que, en 1981, hizo una crónica sobre su vida y que aparece reproducida en este libro editado por la Gobernación de Antioquia, en el mandato de Luis Pérez. Allí el padre del presidente contó cómo a los 20 años se volvió turbayista:
“Fue el 7 de diciembre de 1957, por la noche, en el Club de Profesionales. Él era Ministro de Minas y se le rindió un homenaje de parte de un grupo de gente de aquí, entre ellas, la Juventud Liberal (…) y tuve la oportunidad de conocer al doctor Turbay (…) posteriormente, volvió a Medellín ya como Canciller a una conferencia en la Universidad de Medellín. Fui al aeropuerto, prácticamente de ‘lagarto’, pero a la primera persona que saludó fue a mí. Desde entonces he sido turbayista“.
Bajo el abrigo de Turbay, Duque Escobar saltó de la política antioqueña a la nacional y se convirtió en un influyente líder liberal. Bajo este gobierno, ocupó la presidencia de Sofasa Renault, la gerencia del Instituto de Crédito Territorial y la Gobernación de Antioquia. Según Duque Márquez, su padre no solo le transmitió valores sino la admiración por Turbay.
Pero la vertiente turbayista del presidente también viene por parte de su padrino político, Álvaro Uribe, que lo apalancó a la Presidencia de Colombia. El expresidente inició su carrera política en el gobierno de Turbay, cuando fue nombrado director de la Aerocivil, en 1980. Turbay forjó una amistad con Uribe hasta el punto de pelearse con la dirección del Partido Liberal por crear el movimiento Patria Libre y apoyar la reelección de Uribe.
Antes de ser presidente y mientras era senador, Duque dedicó parte de su legislatura a preservar ese legado turbayista. En 2016 propuso un proyecto de ley para “rendir honores a la memoria y obra del expresidente Julio César Turbay Ayala, con ocasión del primer centenario de su natalicio“, que se convirtió en ley en julio de 2018. Y un año y seis meses después de asumir su mandato, en febrero de 2020, emitió el decreto para crear el Comité Especial, encargado de hacer cumplir lo dispuesto en la ley de homenaje a Turbay.
Pero ese legado no solo se encuentra depositado en la mencionada ley. Duque, con su discurso y forma de gobernar al país, se ha encargado de mantenerlo vivo.
“El gobierno defiende los derechos humanos”
El 6 de septiembre de 1978, en pleno Estado de Sitio, Turbay puso en marcha el tristemente célebre Estatuto de Seguridad. El nuevo gobierno buscaba derrotar de una vez por todas a las guerrillas y de paso acabar con todo rastro de inconformidad social y esta nueva ley relajaba aún más los procedimientos legales para perseguir, capturar y enjuiciar a todo aquel sospechoso de sedición.
El Estatuto de Seguridad cumplió con su objetivo. En las capturas masivas cayeron un buen número de guerrilleros, pero fueron mucho más los apresados inocentes. Las sobrepobladas cárceles se convirtieron en tribunales donde militares hacían consejos verbales de guerra y condenaban a jóvenes con pocas pruebas.
El gobierno dio su parte de triunfo. Afirmaba que, en pocos meses, el Estatuto había logrado debilitar a las guerrillas. Y no era una exageración. Miembros del M-19 recuerdan que, hacia a la mitad del gobierno de Turbay, casi toda su cúpula se encontraba encarcelada. El problema era que ese éxito contrainsurgente se hizo pasando por encima de los derechos humanos.
Al tiempo que las cárceles se llenaban, aumentaban las denuncias de torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales. El gobierno las negó y constantemente repetía que las fuerzas del Estado actuaban bajo la ley y si en alguna ocasión alguien de sus miembros cometía algún delito de lesa humanidad sería castigado.
El informe de Amnistía Internacional
Sin embargo, las acusaciones aumentaron y llegaron a oídos de la comunidad internacional. En una jugada de astucia política y con la intención de calmar la marea internacional, el presidente Turbay invitó a Amnistía Internacional para que constatara por ella misma que en Colombia no se violaban los derechos humanos. La comisión llegó al país en enero de 1980 y en abril entregaron las recomendaciones.
Con fotografías, informes de Medicina legal y otras fuentes, el organismo internacional constató la existencia de presos políticos y validó las denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos. En el caso de la tortura el documento afirmaba: “Amnistía Internacional puede afirmar, sin temor a equivocarse, que en Colombia se tortura a presos políticos en las dependencias militares, en una medida tal que no se puede considerar como casos excepcionales y fortuitos sino al contrario, como una práctica sistemática”.
El informe poco gustó a Turbay y atacó al organismo tildándolo de “gaseoso”, “deshonesto” y “poco serio”. El 21 de abril, El Espectador reprodujo una de las reacciones del gobierno: “Es evidente y ostensible que dicho informe carece de pruebas que apoye sus conclusiones y recomendaciones; que los cargos que formula son vagos e indeterminados y que revela en todo momento una tendencia política extremista cuyo ánimo no es otro que desacreditar ante la comunidad internacional a la democracia colombiana”.
Cuarenta y un años después…
Cuarenta y un años después Duque tuvo un enfrentamiento con la comunidad internacional por la violación a los derechos humanos, en este caso con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), prácticamente calcado por el protagonizado por su faro Turbay. Este affaire ocurrió en medio de las protestas de 2021 cuando ONG de derechos humanos denunciaron los abusos de la fuerza pública en la contención de las masivas manifestaciones de abril.
Los informes sobre el tema llamaron la atención de la CIDH, que , el 14 de mayo, pidió al Gobierno autorización para venir a Colombia. Marta Lucía Ramírez, en reunión con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, le dijo de manera diplomática, que el gobierno Duque estaba abierto a las visitas de comisiones internacionales, pero que en este momento no era conveniente.
“En este momento, consideramos que hay que esperar a que los propios organismos de control acaben de hacer su tarea, investigar cada uno de los casos y organizar, ojalá, en el curso de las próximas semanas cualquiera de las visitas“, dijo la vicepresidenta.
Las declaraciones de Ramírez fueron rechazadas por un sector de la sociedad colombiana. Para calmar un poco el clima de indagación, la vicepresidenta, que se encontraba en una gira diplomática por Washington, afirmó que, tras una reunión, la CIDH y el Gobierno acordaron que la visita se podría hacer luego del 29 de junio. Pero ante las presiones, la Presidencia dio luz verde para que la comisión llegara al país entre el 8 y 10 de junio.
Un nuevo rechazo
En su informe, la CIDH documentó caso de abuso de la fuerza por parte de las entidades del Estado y violencias de género, étnicas y contra periodistas. Además de las recomendaciones, el organismo internacional anunció que, con el fin de monitorear el desarrollo de las protestas sociales, “la instalación de un Mecanismo Especial de Seguimiento en Materia de Derechos Humanos para Colombia que contribuya a la consolidación de la paz en los diversos sectores de la sociedad”.
Como era de esperarse, el informe no cayó bien en el Gobierno. Y fue el mismo presidente Duque el encargado de arremeter contra el trabajo de la CIDH. Las palabras del presidente eran similares a las pronunciadas por Turbay hace 41 años: “Nadie puede recomendarle a un país ser tolerante con actos de criminalidad (…) Yo creo que aquí tenemos que ser claros. Número uno, nadie puede recomendarle a un país ser tolerante con actos de criminalidad. Nosotros hemos sido un Gobierno que, como se lo expresamos a la CIDH, sobre todo hemos sido un país respetuoso de la protesta pacífica, como una expresión de la ciudadanía”
Exaltación del clientelismo
Quizás la mejor descripción de la forma en que Turbay gobernó la hizo la revista Semana en el artículo anteriormente citado: “En lo que se refiere al clientelismo es necesario entender que la selección de Turbay como candidato liberal tuvo lugar en un referéndum entre el clientelismo y el anticlientelismo en el cual, sometiéndose a todas la reglas del juego, triunfó el primero. De ahí que Turbay pueda reclamar cierta legitimidad en el estilo de gobierno que realizó. Esta legitimidad, sin embargo, no desvirtúa el hecho de que la explosión burocrática en que se tradujo este estilo, condujo a graves trastornos económicos, morales e institucionales“.
Turbay no se inventó el clientelismo, simplemente fue uno de sus mejores exponentes, tanto es así que la repartición milimétrica de los cargos burocráticos a sus amigos y miembros de otras facciones de los partidos Liberal y Conservador ha sido objeto de investigaciones en las ciencias sociales. Entre estas se encuentra ‘¿Lo que el viento se llevó?: los partidos políticos y la democracia en Colombia, 1958-2002’ de Francisco Gutiérrez Sanin, en el que se explica como el turbayismo se convirtió en una poderosa facción en la historia política del país.
El gobierno de Duque también es heredero del clientelismo turbayista, aunque eso no quiere decir que sus antecesores hayan abandonado esa práctica. Duque prometió en campaña luchar contra “la politiquería, el clientelismo, la corrupción y la mermelada“, pero una vez en el poder ha hecho todo lo contrario. Desde el 7 de agosto de 2018 los episodios en los que se le acusa de clientelista han ocurrido constantemente.
De los últimos escándalos vale la pena mencionar el de la reforma a la Ley de Garantías, incluida dentro de la Ley de Presupuesto de 2022 y aprobada en octubre de 2021. Esta iniciativa, impulsada por el Gobierno, ha causado indignación no solo porque podría ser inconstitucional, sino porque contradice totalmente el discurso anticorrupción que Duque tenía cuando, en el papel de senador, se opuso a un intento de reforma a la mencionada ley.
En 2015, el gobierno de Juan Manuel Santos intentó suspender temporalmente la Ley de Garantías con el fin de facilitar la aplicación de los acuerdos de paz. En el Senado, Duque se opuso vehemente. “Hay que buscar que la Ley de Garantías se mantenga porque da ejemplos en la contratación estatal y evita que el partido de Gobierno perpetúa sus instancias de poder con los candidatos de sus afectos“, dijo en un debate.
Ahora, Duque presidente buscó la excusa de la reactivación económica para derogar una parte de la Ley de Garantías que impedía la realización de contratos interadministrativos en épocas de campaña electoral. Una medida que de acuerdo con expertos fortalece el clientelismo. Al respecto, Marlon Pabón, coordinador de Administración Pública y Transparencia de la Misión de Observación Electoral, dijo: “Considerando que el clientelismo y la corrupción son de los principales problemas de las elecciones en Colombia, resulta totalmente inconveniente y peligroso para la democracia que se modifiquen las reglas de transparencia, pues los recursos pueden ser empleados para favorecer campañas”.
A Duque también se le acusa de clientelista por inducir a la elección de funcionarios afectos al Gobierno en importantes cargos como en el caso de Margarita Cabello en la Procuraduría, Carlos Camargo en la Defensoría del Pueblo y Francisco Barbosa en la Fiscalía, su gran amigo desde la universidad. Una estrategia para tener bajo control a los congresistas y lograr apoyos.
Esta “jugadita”, cuadra casi perfectamente con el modelo clientelar de Turbay descrito por Semana: “Dentro del concepto transaccional, era normal que una vez elegido presidente diera a sus amigos posiciones claves en todos los organismos del Estado, dejándoles una amplia autonomía para hacer nombramientos”.
Tragedia y farsa
En El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Karl Marx escribió: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío“.
Y continúa: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal”.
¿Podría aplicarse esta reflexión a Duque con respecto a Turbay?
7 Comentarios
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Dice la nota periodistica que las comparaciones son odiosas y se vuelven anacronismos, pero esto no le quita que Duque, en su forma de gobernar y hacer clientelismo y saquear al pais por intermedio de sus amigotes, es un calco del gobierno de Turbay. Hasta en eso se le puede catalogar como un ” plagio” en su gobernanza. Y lo mas desesperanzador es que toda esta corrupcion y podredumbre la volvimos un chiste, la redujimos a un meme mientras este malandrin despedazaba al pais. Con du nadadito de perro, fue el, el que se burlo del pais