Jesús Abad Colorado, el testigo que deja memoria del horror y la resistencia en Colombia
Hasta el 31 de enero estará abierta ‘El testigo’, la exposición que reúne más de 500 fotos sobre el conflicto armado colombiano. Diario Criterio la visitó y habló con Jesús Abad Colorado sobre sus intenciones con la muestra, sus vivencias y la realidad del país luego del acuerdo de paz.
En octubre de 1998, Jesús Abad Colorado estaba en Machuca, un corregimiento de Segovia (Antioquia), porque el día anterior había ocurrido una de esas tragedias inhumanas e imposibles del conflicto armado colombiano.
Un grupo de guerrilleros del ELN le había hecho un atentado al Oleoducto Central de Colombia y justo cuando el combustible se propagaba por el río Pocuné, decidieron volar el puente que atravesaba el corregimiento. El contacto del fuego con el combustible fue fatal: el incendio no solo se propagó por el río, quemando árboles, animales y naturaleza, sino que también acabó con la población. Murieron, calcinadas, 84 personas y otras tantas quedaron heridas de gravedad.
Puede interesarle: ‘Luz de la noche’: un ‘podcast’ para ponerse en los zapatos de las víctimas del conflicto
Cuando él, en medio de la desolación, estaba a punto de tomar fotos para el periódico en el que trabajaba, las víctimas le pidieron que no levantara la cámara. No querían exponer su dolor.
Al inicio accedió, resignado, pero luego lo pensó un poco más.
“Tengo que hacer esto –les dijo–. Piensen en las imágenes de Vietnam o en los campos de concentración nazis con las cámaras de gas y los miles de muertos. Sin esos testimonios no se conocerían esos hechos y alguien los negaría”.
La anécdota, que aparece brevemente contada en una de las salas de la exposición El testigo, junto con algunas de las fotos que tomó ese día, resume perfectamente el espíritu de este fotógrafo colombiano, que durante casi 30 años ha recorrido el país –incluyendo los lugares a los que nadie más se atreve a ir– para dejar un testimonio gráfico de la crudeza del conflicto armado y del sufrimiento de las víctimas.
Quiere hacer memoria y dejar registro. Y no solo para que sus imágenes queden guardadas en los libro de historia, sino para que los colombianos de este tiempo, que muchas veces no tienen ni idea de lo que está pasando en el campo o en las regiones apartadas, se den cuenta del país que habitan, reflexionen y hagan algo para que el horror y la tragedia de la guerra deje de repetirse de forma cíclica. Y para que la clase política, según él, la gran culpable de lo que vive Colombia, deje de hacerse la de la vista gorda.
El regreso de la exposición
El testigo: Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado, la exposición que reúne más de 500 fotografías que el reportero gráfico ha tomado a lo largo de su carrera, fue una de las más exitosas entre octubre de 2018 (cuando abrió las puertas) y febrero de 2020 (cuando cerró por la pandemia). En ese año y medio recibió a 1.500.000 personas, todo un récord que la convirtió en una de las más visitadas del país.
Ahora, más de un año después, volvió a abrir sus puertas en el mismo sitio: el Claustro San Agustín, ubicado en el centro de Bogotá (en la Carrera 8 # 7-2), justo al lado del Palacio de Nariño y del Ministerio de Hacienda, y a solo unas cuadras del Congreso de la República y el Palacio de Justicia. El registro del horror y del sufrimiento de las víctimas, justo en medio de las tres ramas del poder público. Allí estará hasta finales de enero.
Le puede interesar: Memoria histórica, ruinas y raíces: esta es la agenda de exposiciones de arte para visitar en diciembre
Curada por María Belén Sáez de Ibarra y producida por la Dirección de Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de Colombia, la exposición reúne fotos tomadas entre 1992 y 2019 en varias partes del país: campesinos desplazados en el Urabá, familias con fotos de sus seres queridos desaparecidos en los pueblos de Antioquia, indígenas llorando a sus muertos en el Chocó, niños con la mirada perdida por haber visto el horror en el Meta, casas destruidas en La Guajira.
En fin, la radiografía de un país adolorido que, curiosamente, ha despertado el interés de millones de personas.
“Volver a abrir esta exposición era algo que todo el mundo pedía –explica Jesús Abad a Diario Criterio–. El sábado abrimos y cuando vine el miércoles fue increíble ver a la 1:30 de la tarde a 40 o 50 personas en una sola de las cuatro salas, incluyendo a un ministro. Y a la gente diciendo ‘oigan, esto hay que mantenerlo’. Una persona, incluso, me dijo que era la séptima vez que venía”.
Ese éxito, ese interés de la gente por ver una exposición con imágenes crudas del conflicto armado, lo explica el fotógrafo por la necesidad de memoria. “Es que nuestro país no se había mirado en el espejo roto de lo que deja una guerra”, dice. Por eso cree que esta exposición “es una forma de ver eso y de entender todo lo que hemos perdido como colectivo, como sociedad. De tomar conciencia de eso y también de toda la esperanza y la dignidad que tiene la gente en el campo”.
Porque para él si Colombia no se ha derrumbado no es por su clase dirigente, sino por el talante de su gente: los líderes sociales, los maestros, los equipos misioneros y los campesinos, indígenas y víctimas que resisten con dignidad y siguen adelante.
“Esta exposición es para darles rostro y nombre a esos que generalmente no hacen parte de esas historias oficiales”.
El rostro de las víctimas
“No podemos seguir así generación tras generación”, dice en la pared de una de las cuatro salas de la exposición. Abajo destaca la foto de una niña pequeña, mirando fijamente a la cámara desafiante, con dolor y resignación, junto con su abuela, de la que se ven solo sus manos, un poco arrugadas.
Jesús Abad, como sucede con casi todas las fotos que ha tomado a lo largo de su vida, se sabe sus nombres y recuerda la historia al detalle. Fue en 2001 en Peque, un pueblo del occidente antioqueño, donde los paramilitares habían cometido una masacre de ocho personas en las afueras del pueblo.
Puede interesarle: ‘Frente al espejo’: el reto de contar la verdad sobre el conflicto armado en la televisión
En ese momento, la abuela, llamada María Solina Tuberquia, y su nieta, Érika Tatiana, estaban en la calle, junto con el resto del pueblo, viendo cómo trasladaban los cadáveres, cargándolos en palos de guadua y amarrados en costales de plástico (la foto de ese momento también está en la exposición, junto a la de ellas dos).
Cuando él le preguntó a la señora si podía tomarles una foto, ella aceptó y luego le dijo: “Hace 50 años yo viví esta misma tragedia. Nos dijeron que iban a pasar y pasaron, se llevaron a varios de nuestros hombres, perdimos la cosecha de maíz y frijol, y se robaron algunas de nuestras pertenencias. Y hoy estoy repitiendo la historia con mis hijos y con mis nietos”.
Jesús Abad cuenta la historia con mucho sentimiento. Hace cuentas: María Solina se refiere a los años cincuenta, la guerra entre liberales y conservadores. Él tomó la foto en 2001, en plena guerra territorial entre las Farc y las AUC. Y ahora, cuando Érika Tatiana ya está grande y tiene un hijo –se enteró luego de averiguar por ellas, porque planea ir a ver cómo están–, el pueblo está a merced del Clan del Golfo, las mal llamadas Autodefensas Gaitanistas de Colombia.
“Es muy doloroso para mí. En esa foto Érika Tatiana me mira con esa mirada, pero no solo a mí, sino a todo el país, a la clase política. Y no solo a los corruptos, sino a esos que no son capaces de juntarse para hacer un proyecto de país que nos ayude a salir adelante, que se quedan en sus pequeños círculos de politiquería y no piensan en el anhelo de paz de la gente, de los campesinos”.
Así como con ellas, se sabe las historias y los nombres de muchas de las personas fotografiadas. Recorrer con él las cuatro salas (dedicadas al desplazamiento, la desaparición forzada, la violencia en civiles y las manifestaciones por la paz) es dar un paseo no solo por un registro fotográfico de la historia reciente del país (enfocada en la gente que sufrió y no en los poderosos), sino por un mar de memorias del conflicto, de historias de vida y de resistencia, muchas conectadas entre sí.
Puede leer también: “Este gobierno no hizo nada para detener el nuevo ciclo de violencia”
Él habla, casi sin descanso, de la hija de Gloria Milena Aristizabal, una mujer desaparecida a la que hallaron en San Carlos, Antioquia, y a la que fotografió dos veces: una, mientras encontraban los restos de su madre y otra, años después, junto con sus hermanos. O de Mónica Hoyos, a quien retrató cuando pequeña, mientras protestaba por la desaparición de su papá y de su hermano, y luego se la encontró muchos años después, como estudiante de periodismo. Ahora son amigos.
De todas las fotos tiene historias, historias que condensan el horror del país, pero también la dignidad y la esperanza de un futuro mejor.
El libro: su gran proyecto
Jesús Abad quisiera compartir toda la información que tiene en la cabeza, todos sus recuerdos e historias, con la mayor gente posible. Cree que eso es clave para que muchos entiendan lo que viven y han vivido los más vulnerables de este país.
Si pudiera, dice, haría visitas guiadas de más de una hora con cada una de las personas interesadas. Pero como eso es humanamente imposible, tiene otro proyecto, en el que lleva trabajando casi desde 2018 con María Belén Sáez y su equipo, y que adelantaron bastante durante la pandemia.
Se trata de la publicación de cuatro libros que condensan y amplían la exposición de El testigo, uno por cada una de las salas. Saldrán al público en abril (si todo sale bien) y allí no solo se podrán encontrar más fotos de las que hacen parte de la muestra; también estarán las historias que él ha ido recolectando en estas tres décadas.
Lo más clave: podrá contar el cuento completo, el que ha podido seguir durante varios años de trabajo, pues a los sitios y a muchas de las víctimas las vuelve a visitar con el paso del tiempo.
“La exposición tiene muchos hilos que solo se ven con el paso de los años y que en el libro uno puede contar mejor –explica, emocionado–. Por ejemplo, qué estaba pasando en Bojayá (Chocó) antes de la tragedia y qué ha sucedido después. O en la región de Urabá. El trabajo de edición y curaduría que hemos hecho es impresionante, es como si la exposición cobrara vida y tuviera alas”.
Le puede interesar: “En Colombia es delito defender la vida”: indígenas en Colombia claman por protección
La esperanza y el horror
En el libro saldrá también el trabajo que ha venido haciendo luego de la firma del acuerdo de paz: el asesinato de líderes sociales y firmantes, la esperanza de muchos territorios como Montes de María o Meta en los que por fin se están viviendo tiempos mejores (que le demuestran que sí valió la pena firmar el acuerdo con las Farc) y el horror en sitios como el Pacífico colombiano, en donde ve con preocupación la expansión del Clan del Golfo a sangre, fuego y complicidad de las autoridades y la fuerza pública.
Él compara esa situación, a la que pocos en el país le están prestando atención, con lo que pasó con las AUC en Urabá durante los años noventa.
Eso está muy conectado con los ataques a la naturaleza y el medioambiente, un tema que se ha vuelto preocupante en algunas zonas desde que salieron las Farc. “Este país se jacta ante el mundo de decir que este es uno de los más ricos y diversos, pero uno que lo camina lastimosamente tiene que decir: sí, probablemente éramos uno de los más ricos y diversos, pero eso lo estamos destruyendo”, dice.
La razón es la misma que ha mantenido el país en guerra: la sed de tierra. Porque para él el narcotráfico no es lo esencial. Lo que buscan los grupos armados va mucho más allá y está pensado a largo plazo: es controlar territorios estratégicos, sacar a la gente, para que luego, muchos años después, lleguen grandes capitales (incluso extranjeros) a montar megaproyectos. Muy parecido a lo que pasó con Urabá y el Chocó, en donde ahora quieren montar el puerto de Tribugá.
Le puede interesar: Mancuso y paras: alianzas, exterminio de la UP y despojo en el Urabá, puntos clave en su nueva intervención
Por eso, dice, todo se reduce a la corrupción y a la indiferencia de la clase política colombiana con la gente que de verdad sufre las consecuencias de la guerra. El verdadero problema de este país y la razón por la que nació esta exposición, justo en 2018, unos meses después de que hubiera ganado la presidencia un partido político que prometía “hacer trizas la paz”.
Quería contrastar esa realidad campante con la dignidad de las víctimas, de los líderes, de los campesinos que pueblan el país y que, a pesar de haber sufrido las consecuencias del conflicto, no abandonaron a las ciudades ni siquiera durante la pandemia, pues mandaron los alimentos y los insumos para que la gente pudiera encerrarse en su casa.
Él tampoco los abandonó a ellos. Siguió viajando a los lugares más recónditos, en donde la violencia está disparada, para seguir dejando registro.
En diciembre pasado, por ejemplo, se fue hasta Bahía Solano, porque el Clan del Golfo en su expansión por el Pacífico colombiano había matado al líder indígena Miguel Tapí. “Si uno no va, nadie de este país va, porque los medios ni siquiera van, a nadie más le importa –dice–. Y uno se gasta de pronto el peso que tiene, deja de pagar la cuota de la casa, por irse a contar una historia”.
Pero él sabe que ese esfuerzo vale la pena. Porque gracias a sus fotos (y a los videos que ahora está haciendo) el país no ve a los muertos y a las víctimas como una estadística, como una cifra más, sino como gente con un rostro y una historia de dolor que quedará para la posteridad, para que nadie nunca diga que eso no ocurrió.
Le puede interesar: “Luego de ver el dolor, la gente saldrá con esperanza”: víctimas en Montes de María tendrán su museo
* ‘El testigo’ estará abierta hasta el 31 de enero de 2022 en el Claustro San Agustín (Carrera 8 # 7-2, Bogotá) de miércoles a domingo, exceptuando días festivos. La entrada es gratuita.
Foto de apertura: Marcha de los ladrillos en Granada, Antioquia. Octubre 14 de 2001. Foto Jesús Abad Colorado.
10 Comentarios
Deja un comentario
Muy buena crónica sobre este trabajo de Jesús Abad Colorado ,que muestra la cruda realidad de violencia de nuestro país y como todos volteamos la mirada para no verla y sentirla
Excelente crónica sobre el trabajo fotográfico de Jesús A. Colorado. Es obligatorio ir a la exposición.