‘Adiós, pero conmigo’: la búsqueda desesperada de una razón para vivir
En su nueva novela, Juan Diego Mejía cuenta la historia de un estudiante universitario que no sabe qué hacer con su vida ni con su amor a las matemáticas. Todo en medio de la desesperanza de la Medellín de los años ochenta.
Desde que comenzó a escribir, hace 40 años, Juan Diego Mejía ha intentado plasmar en sus libros los hechos y eventos que han marcado su vida. La militancia política de izquierda y el amague con la lucha armada, la vida en la Medellín de los años sesenta y setenta, el desamor y el amor, y las dudas ante el destino y el futuro.
En sus libros (ya son nueve), el escritor paisa ha logrado armar un universo reconocido, un mundo literario propio. Uno en el que sus protagonistas, casi siempre basados en él mismo y con quienes suele compartir su nombre (Mejía o, en el más reciente caso, J.D.) se enfrentan a situaciones que los cuestionan y que, inevitablemente, los van a cambiar para siempre.
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El más reciente, Adiós, pero conmigo, publicado este mes por Alfaguara, no es la excepción. Su protagonista, un joven que vive en la Medellín de los años ochenta, estudia matemáticas en la Universidad Nacional (igual que él, solo que una década atrás) y sueña con dedicarle su vida a la ciencia, como los genios matemáticos de la antigüedad.
Pero a mitad de carrera se siente un poco perdido, con mucha incertidumbre sobre su futuro y su verdadero lugar en el mundo. Sus profesores, a quienes él imagina como su guía en ese camino, parecen igual de perdidos e incluso comienzan a suicidarse o a enloquecer. Y sus amigos, compañeros y amores (hasta los platónicos) parecen destinados a irse y a dejarlo solo.
Una novela de iniciación a la adultez que reflexiona sobre temas como la muerte, el futuro, la amistad, el amor y la posibilidad de hacer ciencia. Un texto lleno de melancolía, aunque en entrevista con Diario Criterio su autor explica que esto no fue predeterminado.
Diario Criterio: En varios de sus libros se respira un sentimiento como de nostalgia y melancolía. Pero en este lo sentí muy enfáticamente, ¿ese sentimiento fue lo que lo impulsó a escribir este libro?
Juan Diego Mejía: No fue algo premeditado, pero puede ser debido a mi forma de ser. O a que los personajes que evoco me atraen por melancólicos y cuando los describo o los pongo en escena, es lógico que destilen ese sentimiento. Pero no sé si se me fue la mano, porque ha habido una coincidencia entre los lectores acerca de esa sensación y no me la esperaba. Pero tampoco la puedo negar: si estuviéramos en la época de Durero (un personaje histórico que se menciona en el libro) yo estaría en la isla de los melancólicos, a donde se llevaban a las personas de la edad medía con melancolía, porque los consideraban locos y los aislaban. Creo que hasta tenían razón, porque la melancolía es contagiosa. Pero también era como un requisito para la creatividad.
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Diario Criterio: En este libro vuelve a escribir de usted, como lo ha hecho en casi todas sus novelas anteriores. ¿Cómo es ese proceso de sacar elementos de la realidad y llevarlos a la ficción?
J.D.M.: Sí, todos mis libros son muy autobiográficos. Eso lo que indica es que yo busco las historias que me interesan dentro de mí, que siempre hay una exploración interior. Incluso la de una modelo que se suicida, que conté en Era lunes cuando cayó del cielo, me interesaba porque la viví, solo que esa vez lo narré desde su punto de vista. Yo creo que todos mis personajes tienen algo de mí porque yo lo que hago es tratar de repartir mis cosas entre todos ellos y así logró tener cierta distancia y no pegarme al monólogo interior. Además he aprendido a ver mi vida como si yo estuviera por fuera de mí mismo, y aún así sentirla como mía, y eso me ha servido mucho.
Diario Criterio: En ‘Adiós, pero conmigo’ no se ve tanto la huella de la militancia en la izquierda, que explora en otros libros, y eso que el protagonista estudia en la Universidad Nacional, ¿fue premeditado?
J.D.M.: Yo estudié en la universidad en los años setenta. Si realmente hubiera sido fiel a la realidad, habría ubicado esta historia en esa década. Pero como varias de mis novelas anteriores ocurren en los setenta y no quería repetir, yo decidí desplazar la época diez años. Eso me obligó a pensar en un contexto un poco distinto para que los hechos tuvieran validez. Si bien los años setenta habían estado marcados para mí por la militancia en la izquierda, cuando entendí que ese periodo había terminado, volví a la universidad y me entregué en cuerpo y alma a las matemáticas. Así que me enfoque en ese segundo periodo. La militancia ya la he contado en varias novelas y los ochentas tienen un contexto que me gusta.
“He aprendido a ver mi vida como si yo estuviera por fuera de mí mismo, y aún así sentirla como mía, y eso me ha servido mucho”.
Diario Criterio: ¿Por qué?
J.D.M.: Porque si bien había agitación de la izquierda en la universidad, también había una búsqueda distinta. Por esos años era muy importante la presencia de Estanislao Zuleta en los estudiantes, los profesores y los intelectuales de este país. Él era muy cuestionador, le movía a uno el piso. Y la gente que estaba a su alrededor se acostumbró a vivir con la difícil, no con la fácil. Y eso me atraía: me gustaba que no nos contentáramos con ser ingenieros y con aprender una técnica para repetirla el resto de la vida, sino en explorar e investigar.
Diario Criterio: De eso hay mucho en la novela, que explora la crisis y la incertidumbre de un joven que estudia matemáticas…
J.D.M.: Sí, me dediqué a reflexionar acerca de un muchacho que solo sueña con hacer ciencia, a la que ve como una esperanza para su vida. Pero es una tabla de salvación muy incierta, porque ni él ni sus amigos saben exactamente qué es la ciencia. Y allí se dan cuenta de que ni siquiera sus profesores tienen esperanza, y que se están suicidando. Ese desasosiego, esa desesperanza, les llega a ellos y los permea, llegan a un callejón sin salida. Lo que te decía antes: la melancolía es contagiosa.
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Diario Criterio: El tema de la muerte, por los suicidios, es muy fuerte y atraviesa la historia, ¿por qué se enfoco en eso?
J.D.M.: Tengo ese recuerdo de la universidad, de cuando yo estudiaba matemáticas y había un compañero que era el más brillante de todos. Un personaje muy extraño, que venía del campo, pero tenía una capacidad impresionante para resolver todos los problemas, aunque nunca tomaba notas en clase. Pero un día, después de una pausa por uno de esos paros largos de la universidad, él no volvió y a mí me impactó mucho. Me dejó una sensación de orfandad. Y eso coincidió con el suicidio de unos profesores. Yo no quería dejar pasar ese acontecimiento que me estremeció en ese momento. Tampoco quería que se sintiera tan fuerte en el relato, pero era inevitable: la muerte deja una sombra muy fuerte y no es posible seguir de largo. Así que cuando se fue imponiendo en la novela, decidí no eludirla.
Diario Criterio: ¿Este es un homenaje a las matemáticas, su carrera original?
J.D.M.: No solo un homenaje, es una forma de saldar una deuda pendiente que tenía con esa disciplina. Yo no puedo describir la emoción que sentí cuando entré a estudiar esa carrera. Ni siquiera le decía “matemáticas”, sino “matemática”, por la ciencia. Pero la vida me fue llevando por diferentes circunstancias a otros lugares y terminé dedicándome a la literatura. Fue un alejamiento accidental, pero siempre sentí que estaba traicionándola.
“Ese desasosiego, esa desesperanza, les llega a ellos y los permea, llegan a un callejón sin salida. Lo que te decía antes: la melancolía es contagiosa”.
Diario Criterio: Habla mucho de Évariste Galois, un matemático del siglo XIX…
J.D.M.: Ese personaje es una especie de sol que ilumina a estos muchachos, pero que también los enceguece. En particular el protagonista piensa mucho en él porque cuando oye nombrarlo en una clase, le dicen que era un matemático que murió a los 20 años y descubrió la teoría de grupos. Él se asombra porque tiene su misma edad y para cuando murió ya había hecho historia en las matemáticas. “Nosotros no somos nada”, piensa.
Diario Criterio: ¿Qué mensaje quiere dejar con el final del libro?
J.D.M.: Estos muchachos buscan desesperadamente una razón para vivir, un motivo, un amor a quien entregarle la vida. Por eso yo quisiera que los lectores salieran de esta novela con un sentimiento de esperanza. Es la historia de un descenso a los infiernos, pero al final hay luz y queda la sensación de que ahora sí empieza la vida. En el mismo título lo digo, “adiós, pero conmigo” significa que aunque sé que las cosas que quiero se acaban y las personas que quiero se van, de alguna manera se quedan conmigo porque no las voy a olvidar.
Foto Sergio González
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Interesante entrevista, se abordan temas profundos y complicados de la vida. Se aprecia un escritor complejo y melancólico.