La confusión
Algunas veces nos sentimos confundidos. Es algo cercano a la tristeza, pero no es exactamente la tristeza, que puede ser a veces clara. Algo cercano al abatimiento, pero no es lo mismo. Me deja perpleja darme cuenta de que no tengo ninguna claridad sobre ese estado mental en el que muchas veces, a veces sin darnos cuenta, estamos embebidos.
La definición de Wikipedia, aunque sea una definición psicológica, me pareció por un momento de gran ayuda: “Es una disminución de la actividad de la conciencia”.
Tendemos a pensar, o al menos tiendo a pensar, que la confusión es un exceso de pensamientos. Pero hoy me doy cuenta de que la confusión puede experimentarse también como la recurrencia de un único pensamiento que nos atrapa, nos lleva a algo opaco, cerrado, y no nos deja libres. Al mismo tiempo que pienso intensamente en lo mismo, siento que es una parte ínfima de mi mente la que piensa, la que escribe. A lo mejor a eso se refieren los de Wikipedia.
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La confusión no es lo contrario de una claridad puramente racional.
Si es así, prefiero estar mil veces confundida. Aprender de los sueños, del olvido. Ser “simple como un tronco no esculpido”.
Pero quizá la confusión sí es la pérdida de otro tipo de claridad que nos permite comunicar inmediatamente con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. A esa claridad tranquila, sin razón, yo la llamo alegría.
La alegría es algo inmediato. Brota del corazón. Al abrir los ojos en la mañana, la sentimos. Muchos días. Antes de que empiecen las palabras. A cada instante sabemos qué hacer, sabemos lo que necesitamos saber, que es siempre muy poco, siempre muy simple. Esa es la claridad que perdemos cuando estamos confundidos. El corazón se nos cierra. La mente trabaja para un amo que la esclaviza, su adversario, una partecita muy pequeña de ella misma.
Pero debajo de la confusión, la claridad de la alegría sigue intacta.
ANo lo digo para aliviarme, ni como un consuelo. Lo que me digo es algo que todos sabemos, aunque no siempre encontremos rápido el camino. Ya llorar, si fuera el caso, o solo decir: “Estoy confundida”, es señal de que la alegría sigue intacta. ¿Por qué? ¡No sé! Pero ni siquiera lloraríamos si no fuera por la alegría. No nos daríamos cuenta de lo que pasa. No querríamos salir de ahí y recuperar esa relación transparente y directa con el mundo.
Es posible con suerte que la claridad vuelva hoy mismo. Pero eso no lo podemos hacer voluntariamente, ni racionalmente. Al menos yo no puedo. De la confusión saldremos más bien por una imagen, por algo que nos da risa, una chispa de inteligencia no racional, intuitiva. O por el sueño; por algún sueño en el que un río o un pájaro o un niño, atormentado por la belleza de los árboles, nos visite.
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