La cuchara de plata

Supongamos que nuestras mentes no pudieran retener nuestros recuerdos. Las imágenes, las impresiones que se graban en el cristal del ojo caerían ahí como cae la luz en un espejo o en un plato. Supongamos que nuestras propias impresiones, todo lo que vemos en un día, los viejos que andan despacio, los perros, las filas interminables de árboles, los millones de botellas y de frascos que se exhiben en los supermercados, los ojos verdes de nuestra hija, todas esas impresiones, no se fueran almacenando en el pozo de las imágenes, sino que atravesaran nuestras cabezas y quedaran hechas polvo sobre nuestras almohadas igual que pasa con muchos de nuestros sueños. Es solo una suposición. ¿Qué tendríamos adentro? ¿Qué murmuraría en nosotros?

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Supongamos que no nos atáramos con el deseo y la ansiedad a lo que está en otra parte, lejos de nosotros. A lo que no nos conoce ni nos ama. A lo que nos ha quitado su palabra. Supongamos que, en vez de pensar en lo ausente, en lo que no hemos conseguido, en lo que hemos perdido, en lo que haremos mañana (cuando estaremos pensando en qué haremos pasado mañana), tratáramos solo de comprender la sencillez de las gotas de agua, suplicándole a esa hoja extraordinaria que arroje reflejos dorados en el sol de la tarde. ¿Seríamos tontos? Supongamos que nos encomendáramos a la cuchara de plata que una vez robamos por pura superstición y que ahora lavamos en el lavaplatos. Esa cuchara… ¡qué extraña! ¡Qué extraño sería todo! 

¿De qué hablaríamos con los demás? ¿Qué escribiríamos y qué soñaríamos? ¿A qué nos sabría el agua? ¿Qué movimientos interiores se agitarían en nosotros al dejar rodar un cuchillo sobre la corteza blanda del pan? ¿Lloraríamos? ¿Sería aburrido? ¿Interesante? ¿A qué llamaríamos concentrarnos?

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Spinoza dice: no caigas en la trampa de pensar en lo que no es, o en lo que hubiera podido ser. Son pensamientos sin sentido, dice. Que diga que es mejor no pensar en lo que no es, lo comprendo; pero que diga que son pensamientos “sin sentido” es algo que no he podido comprender. Por eso me gusta tanto. El poder de Spinoza para estar absorto en el presente, en las cosas tal y como son, desterrando los movimientos tormentosos de lo que él llamaba “imaginación”, era quizá lo que le regalaba horas de alegría, puliendo cristales ópticos, viendo las cosas bajo esa perspectiva extraña que él llamaba sub specie aeternitatis, bajo la mirada de la eternidad, como deben ver y estar las piedras y todo lo que simplemente forma parte del todo y no tiene puertas al pasado, ni al futuro, todo lo que es espejo del cielo, como quizá serían nuestros ojos sin todo lo que hay detrás de ellos.  

A pesar de que Spinoza es para mí un maestro al que obedezco siempre, empecé estas líneas diciendo: “supongamos”. Y suponer hace parte de lo que para Spinoza no tiene sentido. Es hablar de lo que no es y de lo que no somos… Y la verdad es que, tal y como es, nuestra mente tiene mil caminos que nos alejan del presente puro, y esa es, para bien y para mal, nuestra condición. Que podamos ser devueltos al presente, en momentos de extraña lucidez, de alta conciencia o de juego, es solo un regalo que recibimos, muchas veces sin buscarlo, y por el que a veces, pudiendo ser niños de nuevo, ni siquiera damos las gracias. 

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Es parte de nosotros ser también lo que no somos, lo que recordamos y llevamos adentro, lo árboles de bosques andados hace tiempo, en otras vidas. Eso también nos hace fieles y dignos, aunque nos confía a la ansiedad y a la añoranza de lo que perdemos. 

¿Pero qué sería de nosotros si solo fuéramos lo que somos, es decir, un vacío radiante, un lugar de apertura, dos manos y dos ojos flotando en la inmensidad de la ciudad rodeada por la lluvia? Es verdad que la pregunta misma no tiene sentido, y se amontona ahora junto a las nubes enrojecidas que vuelan sobre las ramas del parque.

6 Comentarios

  1. Alejandro Suárez

    Tus ensayos son la vida misma del pensamiento. Ojalá pudieras ser la editora de mi novela, siempre ha sido mi sueño y creo que podrías nutrirla enormemente. Saludos.

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