La decadencia de ‘Semana’

Semana va de mal en peor. Hasta sus Confidenciales, una sección muy leída, conformada por notas breves del chisme político, ha caído en una penuria lamentable.
Las Confidenciales de la edición que circula son de un fanatismo vergonzoso. De las ocho notas que la componen, cinco están enfiladas contra Gustavo Petro. Una de ellas tiene que ver con la visita a La Picota de Juan Fernando Petro. La trampa, papayazo, chambonada o lo que haya sido se cayó finalmente porque el engendro no tenía ni pies ni cabeza.

Los protagonistas del “Pacto Histórico del perdón social, a cambio de votos“, como lo llamó ‘Fico’ Gutiérrez con muy buen humor, son presidiarios que están lejos de ser amigos de Petro: entre el abultado prontuario de Marquitos Figueroa está su relación con la ‘ñeñepolítica’, el gran lío del duquismo.

Álvaro ‘El Gordo’ García es uno de los históricos de Colombia Democrática, el partido que Álvaro Uribe y su primo Mario Uribe fundaron en 2003. Parapolítica pura y dura.

Otro en la fila, Iván Moreno, que está en La Picota por las denuncias de Gustavo Petro contra el megatorcido del ‘carrusel de la contratación’.

Por su parte, ‘Kiko’ Gómez, que purga cárcel por homicidio y otro sartal de delitos, es de las entrañas de Cambio Radical.

Pero la pieza que cerró el caso fueron las declaraciones de Franklin Germán Chaparro, miembro del Partido Conservador y condenado por homicidio, que negó que Juan Fernando Petro hubiera prometido rebajas de penas.

Lea, de Julio César Londoño: La mediocre baraja de los ‘vices’

Para completar el fracaso de la conspiración, a hoy, abril 22, se conocieron los resultados de la nueva encuesta del Centro Nacional de Consultoría, sondeo que arrojó que Petro aumentó su diferencia sobre Fico a 38 contra 24 por ciento, que serían los resultados en la primera vuelta.

Otro de los confidenciales se refiere a la moción de censura que el ministro de Defensa, Diego Molano, deberá enfrentar por la masacre ejecutada por el Ejército en Puerto Leguízamo (Putumayo). ”Esto marca un récord como la administración que más debates de moción de censura ha enfrentado desde que se creó esta figura. Esto es una prueba de la feroz oposición que ha enfrentado este Gobierno”, concluye la nota, pero calla que el ministro Guillermo Botero salió por ocultar información sobre el bombardeo a un campamento guerrillero en el que varios menores murieron. Tampoco explica que la aplanadora del Gobierno en el Congreso salvó a la ministra de las TIC de la moción de censura y que la señora huyó rápidamente del país.

El resto de la revista es igual de petrotemática. Con el elegante pretexto de analizar la guerra de Ucrania, Salud Hernández se despacha contra el comunismo en general, lo que es solo un pretexto para censurar (con toda razón) los desastrosos regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Con sutileza, sin embargo, la periodista deja en el aire la moraleja de su ecuación: “Rusia = Venezuela… = Petro”.

Sin venir a cuento, Hernández hace un gran descubrimiento en materia dictatorial: “Esa es la diferencia (en lo que antecede no hay diferencia alguna, pero ella está inspirada) entre los dictadores de izquierda y derecha y por la cual el general Pinochet tuvo que dar paso a la democracia por las presiones internacionales y de sus propios conciudadanos”. Salvo por los vacíos lógicos, sintácticos y morales, hay que reconocer que estamos ante una proposición admirable.

La columna de María Andrea Nieto se titula La ignorancia de Petro. Nieto es la señora que amaba a Juan Manuel Santos cuando la nombró en la dirección del Sena. Luego ella acusó a su antecesor de negociados, pero las investigaciones arrojaron que la manilarga era ella, así que Santos la destituyó y, desde entonces, se volvió una uribista apasionada. De manera harto previsible, su columna termina hablando de Maduro y Venezuela, y deja en el aire las mismas conclusiones tácitas de Salud.

Lea: La soledad de Ucrania

Casi toda la edición está dedicada a atacar a Petro. El número anterior lo enfilaron contra Fajardo porque les aterra que le pueda arañar votos a Fico, como, en efecto, sucederá.

Pero la perla de la edición de la revista que circula viene en la portada: “La dictadura de La opinión”: esta nueva modalidad para imponer una “verdad”, que busca silenciar y hostigar a quienes piensan diferente, le hace daño a la democracia en Colombia. Algunos periodistas están aplicando esta estrategia.

Cuando leí esto pensé que Semana se estaba autoevaluando, pero no, el artículo solo busca demeritar el reportaje realizado por tres medios de Bogotá: “Seis periodistas, algunos de ellos afines a la primera línea y reconocidos por su activismo de izquierda“, dice la nota editorial, “viajaron desde Bogotá a la zona de los hechos, recogieron testimonios de un solo lado en los que se criminalizaba a las autoridades y los presentaron como una verdad absoluta”.

Semana. Dictadura de la opinión
Portada de la última edición impresa de Semana.

La palabra “izquierda” se repite varias veces en la nota editorial de Semana. El redactor la emplea como un adjetivo descalificativo, con la seguridad de que ella prueba, por sí sola, la existencia del sesgo periodístico del reportaje o de perversión moral de los periodistas.

En realidad, es Semana la que recoge “testimonios de un solo lado”, el del Ejército, y ni siquiera se tomó el trabajo de enviar a un reportero a Putumayo (los banqueros son avaros). Los tres medios que se unieron para realizar este trabajo fueron Cambio, Vorágine y El Espectador, y sí tuvieron en cuenta las declaraciones de las partes. Fueron justamente las contradicciones de las declaraciones de los generales, su incongruencia con las primeras investigaciones de la Fiscalía y con las declaraciones de los pobladores de Alto Remanso —la vereda de Puerto Leguízamo donde ocurrió la masacre— las que prendieron las alarmas en las redes y provocaron las protestas de los observatorios de Derechos Humanos y la reacción de la prensa.

Hay un pie de foto que vale su peso en oro: “La Armada reportó en un oficio, en poder de Semana, que movió dos cuerpos porque estaban a punto de naufragar en el río Putumayo”. Dejando a un lado el temor infundado de que un cadáver pueda “naufragar”, este pie de foto revela la conmovedora fe de la revista en los comunicados oficiales y una contradicción crasa entre este “oficio” y las declaraciones iniciales del Ejército, en el sentido de que los cuerpos de las víctimas no se tocaron antes de la llegada del CTI de la Fiscalía.

Entre las muchas preguntas que ha suscitado la masacre en Putumayo hay que destacar tres:

¿Cómo es posible que una operación planeada durante seis meses, y contra una estructura criminal pequeña, tenga un final tan chapucero?

Si la vereda Alto Remanso solo tiene una entrada y una salida, el embarcadero, ¿por qué el Ejército no controló ese punto y exigió la rendición de los sitiados, en lugar de provocar esa matazón atroz?

¿Por qué el Ejército afirmó, desde el primer momento, que todas las víctimas eran narcotraficantes o disidentes de la guerrilla, antes de cualquier investigación?  

Según mis fuentes, la violencia de la operación obedeció a que fue adelantada por una compañía militar distinta a la que operaba a la zona. ¿Era una compañía que no estaba en la nómina de los narcotraficantes de Puerto Leguízamo?

Nota uno. Permítanme una obviedad: la filiación política del periodista es irrelevante a la hora de evaluar su trabajo. Ser de izquierda no lo descalifica, así como ser de derecha tampoco garantiza nada. Ignoro la filiación de los directores de Cambio Colombia y Vorágine. Supongo que están más comprometidos con el buen periodismo que con las ideologías. Varios de sus integrantes se formaron en Semana, cuando era la mejor revista política de América Latina, antes de que cayera en las garras del banquero. En cuanto a El Espectador, todos sabemos que lo dirige un periodista que está por encima de toda sospecha, Fidel Cano, y que pertenece al Grupo Santo Domingo, cuyos nexos con la primera línea son bastante improbables.

Nota dos. Esta alianza de medios para adelantar una investigación riesgosa me recordó el segundo quinquenio de los años ochenta, cuando asesinaron a Guillermo Cano, director de El Espectador, y los capos tiraban bombas como locos en las capitales para presionar la revocatoria del tratado de extradición. Entonces, los periódicos se aliaron para hacer reportajes sobre los capos y los carteles, y los publicaban de manera simultánea, con las mismas fotos y la mismas infografías, pero sin firma. Fue su manera de decirles a los carteles, ’si nos van a matar tienen que matarnos a todos. Somos una sola voz’. Es uno de los momentos más grandiosos del periodismo colombiano.

Hoy, cuando el país vive nuevamente momentos muy oscuros, la opinión pública debe rodear al periodismo serio y a los portales independientes. Son cruciales para salvar los jirones de democracia y de buena información que aún nos quedan.

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