La frase

Dentro de cada uno de nosotros en este momento hay una frase. Puede ser una frase corta, o una frase larga. Puede tener puntos adentro, pero esos puntos son solo la respiración que hay en la frase. Basta con sentarse a escucharla.

No hablo de ese tipo de frases que no van más allá de sí mismas y están absolutamente dictadas por la estrechez aparente del tiempo y el espacio. Esas las conocemos, de ellas parecemos a veces estar hechos, pero son más bien señales, reacciones de una mente cansada, habituada, algo sin ritmo y con la puntuación equivocada, algo que no tiene la continuidad ni la vibración del sonido, la cualidad fluida de una frase. Sentencias mecánicas, sin vida propia, sílabas sacudidas sin frescura ni gracia.

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La frase puede ser un párrafo, una página; pertenece al libro infinito del que los libros demoniacamente hermosos son espejos. Lo que en verdad llevamos adentro es un sonido vivo y rebosante que nos llena como si fuéramos “una jarra de agua viva y de agua muerta”. Tenemos adentro talmudes diminutos, Gargantúas y Pantagrueles replegados, relatos con las danzas y los instrumentos secretos del Yuruparí, cantos y poemas escritos en lenguas extrañas.

“Es una misma naturaleza la que lee y la que escribe”, fue la intuición de Emerson: somos la creatividad intensa a la que pertenecemos, por la que nacimos, por la que nos hemos escapado del salón de clase cuando las cosas se ponían realmente aburridas ahí adentro. Es nuestro lo que no sabemos que sabemos, no lo que nos han enseñado y creemos que debemos aplicar, con tanta vanidad y tanto esfuerzo.

Lo que sabemos realmente lo sabemos por haber caminado al atardecer en la ciudad, por haber tenido que pasar horas en un bus para volver a casa, por haber bebido mucho con amigos estruendosos, por haber hecho carreras en bicicleta contra el viento cuando en casa nadie se preguntaba dónde estábamos, ni nosotros preguntábamos quiénes éramos. Lo que de verdad sabemos, y no sabemos que sabemos, lo sabemos por haber visto, una vez al menos, las estrellas. Es por la estrella de la mañana que sabemos.

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Imagen: Sonia Delaunay, Prismas eléctricos

Por eso a la intuición de Emerson tendríamos que agregar: es una misma naturaleza la que lee, la que escribe y la que vive. Los sermones de Mateo fueron escritos por los pájaros, no por un discípulo que se tomara a su maestro tan en serio. O Schopenhauer que escribió: “todo amor es compasión”. ¿De dónde lo supo?

Si leen, por ejemplo, las primeras páginas de Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal, oirán probablemente la frase que llevan dentro: es una continuidad, un flujo y una fuente al mismo tiempo, una soledad radiante.

Hace muchos años leí ese libro escrito por esta especie de platónico que bebía jarras de cerveza, tenía trabajos insólitos, prensaba papel viejo, y murió al caer cuando intentaba alimentar a las palomas desde la ventana del hospital en el que estaba internado. Lo que me llevó a quedarme en ese libro fue la forma en que podía oír una frase que sentía que también era mía. Cuando esa música puede oírse, cuando ya no estamos leyendo, sino que estamos sumergidos en algo que nos pertenece, en un río de sonido silencioso, la distinción entre adentro y afuera pierde sentido.

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“El diálogo del alma consigo misma” fue el nombre que le dio Platón a esa frase que realmente es nuestra. Ese diálogo profundo, ininterrumpido, es la estrategia discursiva, filosófica y contemplativa de Platón. Pero no es una técnica, ni se trata de algo de filósofos o de escritores. Se trata de la posibilidad de escuchar la frase de la vida, escrita con cuatro letras en una hermosa espiral de dos hélices. No tiene una lengua determinada, es absolutamente libre; en algunos se expresa directamente en color, o en música, en silencio, otros ríen de forma especialmente armoniosa, o solo sonríen. Algunos verán, al escucharla, imágenes pasando como las páginas ardientes de un libro.

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