La lucha contra las drogas, el gran teatro estadounidense

Si la política tiene mucho de actuación teatral, la que fuera otra la pomposa guerra de los Estados Unidos en contra del narcotráfico, se desarrolla ahora como una comedia ante el gran teatro del mundo. Y continúa con unas consecuencias que no son artísticas sino trágicas.

Como en Vietnam, como en Afganistán, esa guerra la perdieron los americanos. La diferencia está en que no quieren reconocerlo; y el costo político menor, consideran, estriba en continuarla como un simulacro ante los medios y la opinión.

Aquí, las acciones se convierten en saludos a la bandera. Efectistas, pero son solo eso: parodias.

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El mejor ejemplo de lo anterior es lo que el periodista Jesús Esquivel llamó en un libro Los Narcos Gringos. Ahí están, los pueden detectar las autoridades de ese país, pero lo hacen solo a medias. O menos.

Estado de Arizona, territorio USA, frontera con México. Allá pululan los ranchos o haciendas sin ganado, en donde sus dueños, gringos, reciben las toneladas; las almacenan; luego las entreguen a los brokers o intermediarios gringos, que las transportan hacia las ciudades de ese país.

Me acuerdo como, en una conferencia de hace más de 30 años, un general norteamericano, refiriéndose a la vigilancia satelital mundial de los Estados Unidos, muy gráficamente dijo: “cuando el señor Marulanda (a. Tirofijo), sale al descubierto de la selva, y si acaso se sonríe, nosotros le podemos contar los dientes que exhibe con esa sonrisita”. Y me acuerdo también cómo la DEA publicó en El Tiempo, hace unos de 35 años, unas fotos de Pablo Escobar cargando, Él, personalmente, unos camiones con cocaína. Se le veía hasta el bigote.

Después de estos años el progreso de la tecnología ha sido inmenso, por lo que allá hoy podrían retratar, aún mejor, a los ganaderos gringos sin ganado, que facilitan el negocio y que  no podrían explicar sus buenas ganancias fruto de las reses fantasmas. Contarles los dientes, ratificarles el bigote, certificar los bultos del alcaloide y proceder a enjuiciarlos. ¡Oh!, claro que lo hacen, pero solo con unos pocos y mucho después de que han pasado toneladas de la droga. Son estas noticias muy poco efectivas para lo pertinente, pero sabrosas para notificarle a la opinión que la guerra continúa.

Los brokers, recibida la droga de los “hacendados” gringos, la transportan al interior y la entregan, a su turno, a pandillas de motociclistas que las distribuyen en las ciudades. Con un poco de interés se podrían capturar a muchos de esos motociclistas, para que señalaran a las personas que les entregan el estupefaciente. De vez en cuando ocurre algo. Alguito. Para los medios y no más.

Una ciudad, El Paso, en Texas, al oeste de ese estado, ostenta, en número y en tamaño, las más importantes bodegas para almacenar la droga.  La base militar de Fort Bliss, situada al nororiente de la ciudad, aunque es muy de altas campanillas,  permanece muy quieta allí, casi al lado de las magnéticas bodegas, indiferente a su contenido.

Hace unos años se anunció que se había programado genéticamente un hongo que destruía las hojas de la coca. Se ensayó y dio resultados; algunos alertaron el peligro de que podría acabar con otros cultivos. La solución la dieron los científicos: se trataría de programar esos hongos para que no comieran sino la hoja de la coca, igual a como ocurre con muchas otras plagas que son selectivas en su menú. La investigación se suspendió.

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¿Dónde están los narcos gringos? Las autoridades de allá muestran unos resultados y aseguran que se encarcelan diariamente unas 780 personas por vinculación a las drogas. Buena noticia para los medios, pero lo que no añaden es que se trata, en su inmensa mayoría, de latinos y de afros; y además por temas menores. Al contrario, la mayoría de los anglosajones que están en lo mismo, pueden continuar con lo mismo; y aún con lo más jugoso.

He demorado hasta aquí la otra razón de fondo para que la lucha contra las drogas, en los Estados Unidos y como está planteada, sea considerada como una fachada, como una comedia. Y lo saben todos los que estudian el narcotráfico: si este se acabase se afectaría gravemente la economía norteamericana. Y la mundial también.

Supongamos que de un día para otro el mundo dejase de consumir el trigo o el arroz. Los primeros quebrados serían los cultivadores; después los que trabajan con esos alimentos; seguirían  los bancos; luego otros muchos más y al final el trauma lo sería para la economía mundial. Ahora bien, supongamos que una varita mágica hiciese que mañana mismo no se consumiese un solo gramo de estupefacientes. Ocurriría algo parecido, cierto que en grado un poco menor, pero también con un trauma económico inmenso, porque saldrían 300 millones de consumidores en el mundo, y se generaría semejante efecto dominó.

Esa guerra, si así puede llamarse, continúa. Con desgano. Saben ellos que están luchando por un imposible. La soberbia de considerarse los más poderosos les impide reconocer su equivocación. No se trata de legalizar todas las drogas, y sí de rectificar, que sería lo correcto. Pero persisten. Eso es lo que en su tiempo se llamó el postulado Nixon: si un error no se soluciona con otro error, insiste con el tercero.

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Foto portada: Wikipedia Commons. 

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