La medida universal
Érase una vez un reino que vivía del comercio de sus textiles. Muchos años pasaron durante los cuales los mercaderes de telas concretaban sus negocios y los precios basados en referencias como el pie humano, o el tamaño del dedo pulgar y, aunque, no se alcanzaba una medida exacta con cada pie o cada mano, pues por más parecidas que puedan llegar a ser las partes del cuerpo, era casi imposible encontrar la igualdad entre ellas.
Entonces llegó un rey astuto y ladino que propuso medir las piezas de tela con una cinta elástica a la que llamó el Mūrkh (del sánscrito) con la que exigió que todos los fabricantes de tela del reino midieran los paños y los linos según sus necesidades o caprichos; y pasó por muchos años que cada negocio era un pleito y cada venta una batalla, pues los poseedores de la mercancía estiraban o encogían el medidor para sacar el mejor partido posible de cada transacción.
Algunos se hicieron muy acaudalados mientras tenían en su poder la cinta medidora, gracias a que la estiraban o encogían según su necesidad o capricho; y esos mismos quedaron paupérrimos cuando el dueño de la medida cambió y la puso al servicio de sus intereses, y entonces, lo que era corto, se volvió extenso; y lo que pasaba por largo se minimizó siempre a conveniencia del dueño de la cinta.
El reino, rápidamente, cayó en una trampa pendular que les hizo perder el sentido de la realidad y después de muchas guerras desaparecieron para siempre unos y otros sin que su reino pudiera ver las luces del porvenir.
Siglos después, en un reino llamado Francia, se percataron del gran error del monarca de los Mūrkh y se inventaron otra cinta para el mismo propósito a la que llamaron metro, que tenía no solamente la virtud de ser exacta, sino que, además, era de hierro. Los franceses, entonces, fueron prósperos y pacíficos entre ellos mismos.
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El Mūrkh, que en realidad significa “estúpido” en sánscrito, parecería ser la unidad de medida con la que Colombia mide, no sus telas, sino su realidad.
En El Topo, un podcast extraordinariamente inteligente y amable, como su autor, Miguel Reyes González, tiene en su librería, de octubre de 2019, una estupenda conversación con Carolina Sanín en la cual la invitada, en una rica charla, entre muchas anécdotas, relata aquella en la que un día, desprevenida de la tensión de sus pezones bajo una camiseta muy delgada, se encontró en una incómoda situación en la calle debido a la agresividad primaria y salvaje de algunos observadores masculinos que no lograron contener su orangután interno y la ‘piropearon’ groseramente con referencia a la reacción natural de su cuerpo al frío del medioambiente.
Carolina, con tono amable y jocoso, revela que a la segunda “fétida flor” lanzada acerca de la tensión de sus senos no resistió el hostil ataque y, según ella misma lo narra, golpeó al hombre con puños y patadas. El pasaje en la conversación con El Topo pasa tranquilo, amenizado por la risa de Sanín, a quien el hecho le parece accidentado, pero lo justifica en su legítima defensa, y vamos a decirlo de una vez por todas: Sanín tiene toda la razón en emputarse ante la agresividad de un orangután primario y maleducado que evidencia menos entrenamiento para vivir en sociedad del que tienen un perro o un asno.
Hasta aquí, toda mi coincidencia con el sentir y el pensar de la catedrática. Pero, ¿y qué tiene que ver este cuento con lo del Mūrkh?, se preguntará el lector desprevenido que espera de esta columna un mínimo de coherencia. Ahí va:
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Mi distancia con Sanín en esa historia tiene que ver con la vara con la que se ha medido. ¿Qué pasaría si la historia fuera contada por un hombre al que una mujer en la calle le grite o le diga algo ofensivo contra su cuerpo, algo como “negro o indio hijueputa”, y el tipo le propinara, como dice ella que lo hizo, un puño y una patada?
Pero, antes de concluir apresuradamente, vamos a otra latitud. Estamos en Hollywood, el 27 de Marzo de 2022, cuando el presentador Chris Rock hizo la conocida broma acerca de la alopecia de Jada Pinkett y se ganó un puñetazo de Will Smith. Las opiniones se amontonaron en el foro mundial con respaldo y rechazo a la acción del novio de la Pinkett. Finalmente, la Academia condenó al agresor a 10 años de exclusión de los Óscar. ¿Conclusión? Puedes estar muy furioso, es más, puedes tener la razón, pero no se acepta tu violencia.
Pero ¿qué tienen que ver ahora el Mūrkh, Sanín y Smith con el tema de la medida universal?
Volvamos entonces a la tierra de la changua y el bocadillo veleño, en donde creemos tener un sistema único y justo de medidas; y hablemos de la vara con la que estamos midiendo los hechos (espero que no esté pasando lo mismo con las telas).
Algunos vimos, con horror, aquel episodio en el que el vergonzoso Iván Duque le mintió al mundo en la ONU, mostrando unas fotografías tomadas en Colombia con las que pretendía demostrar que el ELN se alojaba en territorio venezolano. Los opositores del Gobierno de este disminuido personaje acusamos feroces la falacia, otra de tantas del títere del uribismo, y nos desgarramos las vestidura con el comportamiento de un gobierno pobretón y pusilánime.
Otro tanto nos pasó en un evento trivial con el vestido de foami de la mujer del títere, en su encuentro con el fatídico Trump, todo esto, para no extenderme en una enciclopedia de los pecados que le cantamos y condenamos al Gobierno más nocivo y mediocre que Colombia haya tenido.
¿Ya van viendo para donde voy?
Confeso elector del actual presidente veo con estupefacción como sus acciones compiten en grosería, en falsedad, en vulgaridad, en crimen y en corrupción con las de su predecesor y con las de sus antepasados, acerca de los cuales prometió y sostiene la promesa de distanciarse con el Cambio. Pero no me voy a ocupar en este espacio de los inmensos problemas de fondo del Gobierno (de eso hay que hablar largo y tendido en otro capítulo). Estamos ocupados de la óptica con la que estamos evaluando la conducta el gobernante.
Lea, de Mauricio Navas: Lo que está pasando sí es grave, ¡muy grave!
Resulta desconcertante la flexibilidad del medidor con que ahora tazamos la realidad. Es asombroso el cambio de unidad de medida que ahora pretende normalizar acontecimientos que, en el Gobierno anterior (si es que a eso lo podemos llamar gobierno) nos llevaban a los opositores a señalar y condenar acciones de muy graves que, ahora, a la luz de la nueva métrica, vemos condescendientemente y se les quita cualquier viso de gravedad para dar paso a una visión ligera sobre eventos sumamente sórdidos:
- El caso Nicolás Petro.
- El caso Benedetti.
- El caso Laura Sarabia.
- El caso Irene Vélez (ineptidud, antipatía y tráfico de influencias).
- El caso aplausos robados en la ONU.
- El caso de la muerte del coronel Dávila.
Para nombrar unos pocos de los eventos que son tan alarmantes y repudiables como los surgidos en el mandato (si es que se le puede llamar así) anterior.
Es inquietante en sumo grado el aberrante cambio de óptica que Colombia está sufriendo. El Gobierno del Cambio va camino a ser del cambio de manija y de lentes, pero, en lo esencial, muy a mi pesar, el tono y el fundamento sigue siendo el mismo, incluyendo la ceguera y fanatismo de los interesados en favorecer el poder vigente. Altaneros, agresivos, groseros, belicosos, arrogantes, desafiantes son muchos de los voceros oficiales y gregarios de Gustavo Petro. No admiten la más mínima posibilidad de error, incluida la prensa afín que minimiza sutilmente las gravísimas faltas del Gobierno y del gobernante.
Soy contundentemente antiuribista, considero que ese partido al que llaman Centro Democrático es un reducto de maldad y mezquindad donde, además, no brota la más mínima inteligencia, y, a pesar de tener toda mi esperanza confundida, creo que sí existe una salida para este remolino de angustia, incertidumbre y miedo en el que estamos atrapados.
Esa salida que aún no se cierra del todo será señalada por el pensamiento crítico y objetivo, no por el fanatismo ilustrado de los pensadores de “la Colombia Humana”, ni por la fe de carbonero de los soldados de Petro. También aseguro, sin lugar a duda, que, si no sucede el milagro de una ola de introspección honesta y humilde, el porvenir augura nubes tan negras y tormentosas como la mirada, el verbo e ideario (no dije pensamiento) de la tal Cabal.
Siga con más, de este columnista: Respetado señor presidente, Gustavo Petro
2 Comentarios
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Completamente de acuerdo, es una lastima ver como entre el Petro alcalde y el Petro presidente no se observa mayor madurez política ni administrativa…lástima, una vez más las ilusiones truncadas.
Solo un apunte, es tan brillante la tal Saravia que entre 50.000.000 de colombianos solo ella está preparada para cualquier puesto de gran responsabilidad, como diría Serpa, mamola!