‘La noche del crimen’: todos mataron a Clara
‘La noche del crimen’ (cuyo título original es ‘La Nuit du 12’) se estrenó fuera de competencia en Cannes y arrasó en los Premios César del cine francés. La película de Dominik Moll (‘Harry, un amigo que te quiere’) acompaña a un policía asediado por un crimen que no puede resolver, quizá porque su resolución no es individual.
En el corazón sangrante de esta película francesa hay un feminicidio que, al no resolverse ante la justicia, exige de quien la ve el desafío de asumir otra perspectiva, quizá una menos tranquilizadora que la punitiva.
El asesinato de Clara Royer, quemada viva una noche después de salir de la casa de su mejor amiga, permanece impune. La noche del crimen soslaya el ‘feliz’, pero quizá falso restablecimiento del orden y el equilibrio que viene tras la captura de un asesino.
No es un spoiler revelar que el caso judicial que sostiene el suspenso de la película no tendrá una resolución. Desde el inicio, el film dirigido por Dominik Moll nos prepara para esa frustración. Hay que fijar entonces la atención en otros lugares más inciertos, hacernos otras preguntas, quedarnos con otras inquietudes: “Cada año la policía judicial abre más de 800 investigaciones por homicidios y casi el 20 por ciento no se resuelve. Esta película es sobre uno de esos casos”.
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La investigación por el asesinato de Clara Royer queda a cargo de la brigada criminal de una ciudad francesa de provincias en la que Yohan (un magnífico Bastien Bouillon) se estrena como jefe. Yohan es hermético y obsesivo, y la película ofrece pocos indicios de su vida privada. Sin embargo, una y otra vez lo vemos dando vueltas en una pista de ciclismo, en lo que parece una lucha tozuda contra pulsiones que no conocemos, pero que se van traslapando con los fantasmas que en él despierta el caso que investiga.
Los detalles de la vida íntima de Clara son investigados por Yohan y Marceau, otro miembro de la brigada, mayor que el nuevo jefe, y quien asiste en paralelo al derrumbe de su matrimonio. Yohan y Marceau se van perfilando como esa pareja dispareja tan habitual en el cine de investigación criminal. Marceau, lo sabremos poco a poco, tiene una pasión por la poesía francesa que contrasta con el uso instrumental de la lengua del que es testigo todos los días por su trabajo. “Combatimos el mal haciendo informes”, dice desencantado.
Vea aquí el tráiler de La noche del crimen:
La noche del crimen progresa entonces en una doble dirección. En primer lugar como una película que reconstruye con crudeza naturalista esa vida de provincia alterada por un asesinato atroz, y en segundo lugar como cine que remite a otras películas y géneros que van desde el thriller psicológico pasando por series como Twin Peaks o The Wire, sin dejar de ser lo que en la tradición francesa llaman “polar”, un género –o quizá ante todo un tono y un estilo– influenciado por el film noir norteamericano que a su vez había sido nombrado como tal en Francia, país que aportó figuras icónicas como Jean Gabin, Alain Delon y Jean-Pierre Melville.
La película de Moll (adaptación del libro 18.3: Une année à la PJ, de Pauline Guéna) es un “polar” en tiempos en los que la militancia feminista ha tenido un fuerte impacto en el cine. La noche del crimen expone todas las contradicciones de la acción judicial en casos de violencia sexual y feminicidios. Cuando la policía empieza a investigar en el entorno de Clara y revuelve su vida afectiva y sexual, queda claro lo que muchos feminismos no se cansan de denunciar: las víctimas, en estos procedimientos, vuelven a ser victimizadas.
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Es como si Yohan, Marceau y los demás miembros de la brigada policial no pudieran hacer otra cosa que volver a quemar a la víctima. La mejor amiga sale al paso y les dice a los investigadores: “Me preguntan qué hizo con éste o con aquel y la hacen ver como a una puta, pero ella no cometió ningún crimen. ¿Quieren saber por qué la mataron? Porque era una mujer, por eso”.
A esa declaración de la amiga, que ocupa un lugar central en la película, se suma el hecho de que los investigadores tendrán que aceptar –como ya se sabe– la imposibilidad de encontrar un culpable: no hay pruebas contundentes, no se puede dar con una verdad. La conclusión es devastadora: cada hombre que la brigada investiga pudo haber matado a Clara (¿lo pudo hacer una mujer?); quizá ninguno lo hizo, o todos lo hicieron. Es como si la condición para que ese crimen sucediera fuera la banalidad con la que se refieren a ella y el desprecio por sus sentimientos. Tal vez las palabras, como cree Marceau, sí tengan, después de todo, mucho poder.
Tras el fracaso inicial, la búsqueda de un culpable se retoma, tres años después y a instancias de una jueza que se interesa por el caso. A su vez, a la brigada policial de Yohan llega una mujer. Nuevos pliegues de sentido se suman a la película. “Quizá algo anda mal en las relaciones entre hombres y mujeres”, le dice la jueza a Yohan. Nos enfrentamos a algo sobre lo que la justicia ya no tiene mucho que decir; algo inconmensurable y en lo que tod*s tenemos algo que ver. A ese marco más grande de interpretación es al que nos invita la película, a una responsabilidad compartida. Tal vez todo crimen no es otra cosa que un fracaso social.
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