Las voces del Sumapaz: ‘La paramera’, de Laura Acero

En su primera novela, la escritora bogotana se adentra en el páramo para contar una historia fantasmal sobre la maternidad, la violencia, los cuerpos y las brechas que existen entre las personas. 

Hacia la mitad de La paramera, la prima novela de Laura Acero, la protagonista extiende dos rollos de papel craft sobre una mesa. Enseguida le pide a una mujer que se recueste encima: quiere trazar su silueta. El ejercicio, que consiste en hacer un mapa simbólico del territorio, hace parte de un taller que la protagonista -una escritora cuyo nombre desconocemos- dicta a un grupo de mujeres en el campo colombiano. Poco a poco, ellas empiezan a participar. Con témperas, marcadores y colores, el mapa-cuerpo se va llenando de matas medicinales, ríos, quebradas y caminos. La curiosidad de la escritora, sin embargo, pronto incomoda a las mujeres. Ella es, al fin y al cabo, una extranjera. Una de las señoras, entonces, alude al turbulento pasado de la región: “Dicen que la pelea fue por la tierra, las luchas, pero aunque no se diga, la guerra fue por nuestros cuerpos”

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La paramera cuenta la historia de un cuerpo geográfico -el páramo de Sumapaz- que, como los cuerpos de las mujeres que lo habitan, ha sido asediado por múltiples formas de violencia. Es una novela que, más que avanzar en el tiempo, avanza en el espacio. A medida que la trama se desenvuelve, la geografía del páramo se va revelando y Acero empieza a señalar, una a una, sus cicatrices: los despojos, los abusos, los falsos positivos. Las heridas se hacen visibles para la escritora, pero no del todo: ella es consciente de que, entre ella y las mujeres del taller, existe una brecha que las separa. “Pienso en ellas -dice-: las campesinas son personajes que no logro entender; hablan en otro idioma, entre murmullos, con risas y dichos que sé que corresponden a la tierra, a sus costumbres, a formas de hablar antiguas y, para mí, incomprensibles”

La paramera libro de Laura Acero
La paramera, Laura Acero

En el transcurso de las 124 páginas que componen la novela, Acero intercala la voz de la escritora con las voces de las campesinas. El libro, así, adquiere una dimensión coral: las habitantes del páramo se turnan para relatar detalles de sus vidas, a veces con poemas, a veces con anécdotas. Sus relatos tienen una aire fantasmal: tan pronto son enunciados, dan la impresión de desaparecer con la niebla. De esa manera, la autora logra transmitir una sensación de evanescencia que, en los mejores momentos, desemboca en imágenes inquietantes que parecen brotar del mismo páramo, como la de un perro comiéndose a un potrillo que nació muerto. En otros momentos, sin embargo, el hilo de la narración se desarticula en la transición de una voz a otra.

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La paramera también es un libro sobre la maternidad. Acero, con destreza, hace un juego de espejos entre la vida privada de la escritora -que tiene una relación compleja con su pareja y con su bebé recién nacido- y la de Adriana, una profesora que, justamente, dejó a su esposo y a su hijo en la ciudad para vivir en el páramo. “No me digas que es una bendición ser mamá -dice la primera en un momento dado- cuando en todas partes, excepto en este taller y con estas mujeres que son de la tierra y entienden, se me ha maltratado tanto solo por serlo”. En el páramo, ella no solo encuentra las historias de las mujeres, sino que empieza a soñar con vivir entre ellas. Pero debajo de ese deseo late, acaso, otro: el de eliminar la distancia que la separa de las campesinas para poder, realmente, entender el dolor y el sufrimiento de ellas. 

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