La política como camino a la riqueza
“Si la política es un espacio en donde muchos participan, pero solo pocos gobiernan, nos debería interesar un poco más su lado pragmático, no tanto el filosófico”.
Me sudan las manos al imaginar que este título será interpretado como una apología. De ninguna forma lo es. Por el contrario, observo con preocupación que muy lejos del purismo democrático, los actores políticos reconocen en la práctica clientelista una manera de legitimar el poder y superar barreras económicas propias y de su entorno.
Quiero ofrecer una reflexión del gravoso problema que supone el clientelismo político, especialmente en una época electoral como la actual en la que es imposible dar licencia a los sentidos. De la incesante publicidad, las muy variopintas, renovadas o tradicionales opciones para elegir, vale la pena preguntarnos qué motiva a los candidatos a hacer política y qué incentivos persiguen el nutrido grupo de líderes que apoyan sus causas.
Sin entrar a cuestionar el liderazgo como factor de transformación y revitalización de las sociedades, cuando menos inquieta que casos como el de la Casa Blanca y la Merlano, en su momento ‘Ñeñe’ Hernández, ambos con la aparición de presunta compra de votos, y tantos otros miles que conocemos y otros que ignoramos aún, sean las analogías a través de las cuales los ciudadanos percibimos la política.
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Si la política es un espacio en donde muchos participan, pero solo pocos gobiernan o alcanzan espacios de representación, nos debería interesar un poco más su lado pragmático, no tanto el filosófico; la práctica y no la teoría. Entender por qué quienes se atan a su red ven en ella una inmejorable oportunidad de ascenso social y progreso económico.
Tal vez porque en Colombia la tasa de desocupación es desbordante, porque las oportunidades para la iniciativa individual son escasas, porque el sector privado no es determinante en la construcción de riqueza y, en consecuencia, en la mayoría de los territorios, es el Estado el mayor empleador. Quizás porque encuentran un buen escaparate para potenciar sus negocios o porque entienden que alinearse con el poder, ‘pegarse de la rueda’, es una garantía para un éxito individual.
Elección tras elección, nacionales o subnacionales, la movilización política nos hace creer que, con justa causa o no, la política es un camino eficaz para personas cuya necesidad más apremiante es el dinero, a quienes les importa hacerse ricos primero y filosofar después. Para muchos es el mejor escaparate para la movilidad social ascendente y efectiva, es decir, la mejor ruta para superar sus obstáculos, para adquirir bienes y servicios y ganar estatus social.
Al margen de las razones que lo propician, el muy estudiado fenómeno del clientelismo político, reconocido también como las ‘maquinarias’, ofrece pistas certeras sobre cómo comprender el problema y, cómo es el interés del suscrito, que cada quien en buen uso de su intimidad, libertad y buen criterio tome mejores decisiones electorales.
De una manera sencilla, el clientelismo es la relación entre el líder (por lo general un candidato) y sus seguidores. La relación se consuma si el primero consigue que sus bases o apoyos, consigan acceder a recursos económicos a cambio de una movilización efectiva del voto.
Es de notar que tradicionalmente el clientelismo se nutrió de premios y recompensas materiales, pero más recientemente ha mutado vergonzosamente en el otorgamiento de transacciones y prebendas asociadas a la contratación pública. Un fenómeno que explica también el concepto de la “captura del Estado” y su histórica evidencia, por ejemplo, con las de “fichas” extraordinarias de proyectos para la ejecución del gasto público y las de nóminas paralelas en las distintas entidades públicas.
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Amén del delito que supone la compra de votos, genera ruido que las maquinarias desdibujen el sentido del mérito. Y aclaro que estoy de acuerdo con la tesis, según la cual no toda maquinaria es corrupción. De hecho, si de buena fe se asume el principio de disciplina interna de partidos, estas no solo tienen que existir sino funcionar jerárquica y ordenadamente en función de apoyar candidaturas. Lo cuestionable es que cada jefe político, especialmente en los ámbitos regionales, decida sobre los muchos puestos burocráticos y sobre el flujo de dineros públicos a merced de su propia conveniencia y de la su colectividad.
Es triste, pero hoy la efectividad de este ‘modelo de negocio’ es incluso parecida a la de aquellos socialmente condenados como mafiosos: el narcotráfico, la minería ilegal o la extorsión de los llamados ‘gota a gota’, entre otros. ¿Se podría concluir entonces que la manera de hacer política es mafiosa? Juzguen ustedes…
Lo cierto es que sería injusto condenar aquellas expresiones que proponen formas distintas de hacer política; las hay y muchas, algunas con errores en la manera de competir, otras débiles en argumentos, pero en todo caso existen y, a propósito de estas líneas vale la pena observarlas con detenimiento, a pesar de su poca visibilidad.
También es seguro que, mientras el sistema político electoral no corrija sus fallas, la corrupción alejará de lo público los buenos talentos, incluso hasta llevarlos al exilio, extenderá su dominio en todas las instituciones públicas y privadas, e incentivará la codicia en detrimento de lo que filosóficamente llamamos el interés general.
Aclaro que no hay nada malo en querer hacerse rico. El deseo de riqueza se basa en el legítimo derecho de tener una vida plena y abundante. Preocupa, en todo caso, creer que la democracia debe ser la respuesta a la función de buscar rendimientos.
Por @dialbenedetti
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3 Comentarios
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Excelente reflexión que sin lugar a dudas refleja una realidad válida en cualquier País que presuma de poseer una Democracia representativa con todos sus políticos al servicio del Pueblo