La suerte de la Séptima

“Las calles son también la patria”, dice Borges en su poema sobre las calles de Buenos Aires. En Bogotá, la Séptima es eso. Además de ser un trazado urbano, tal vez el más anárquico de la capital, es también el país en galería de museo, en Hemeroteca Nacional, en expediente judicial.   

Las grandes tragedias políticas del último siglo ocurridas sobre esta importante calle marcaron, más para mal que para bien, el destino del país: los asesinatos de Rafael Uribe Uribe (1914), de Jorge Eliécer Gaitán (1948), el golpe militar de 1953, el holocausto del Palacio de Justicia (1985) y el atentado al Club el Nogal, hace 20 años. En menos de un kilómetro comparten vecindad la Casa de Nariño, el Capitolio y el Palacio de Justicia. La Santísima Trinidad del poder.

Empecemos por llamar las cosas por su nombre: se llama Avenida Alberto Lleras Camargo y antes fue la Calle Real. Pero la verdad es que Bogotá, con pocas salvedades, no es muy dada a bautizar o a llamar a sus avenidas con nombres de próceres o políticos. Para eso están los barrios y los parques: Policarpa, Kennedy, Turbay, Simón Bolívar.

Del centro hacia el sur, la Séptima es una resignación. Estrecha, escasa de andenes y bordeada de barrios antiguos con sus misceláneas y ventas de líchigo; gritada por buhoneros y bendecida por el Niño Jesús del 20 de Julio.

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Hacia el Norte, hasta la Calle 26, es un rebusque. El trayecto peatonal es un bazar del mundo globalizado que ofrece chucherías de China; minutos, cables y carcazas para celular; García Márquez y Paulo Coelho pirateados. Ahí se juntan la realidad del desplazamiento colombiano con la migración venezolana.

De la 26 hacia el Norte, la Séptima es un tema de honor. En ese punto, que era antes el ombligo de la ciudad, la Séptima se devora a la carrera 10 que muere en una estación de TransMilenio con pretensiones de estación de Metro. Según el ego de cada alcalde —ellos dicen que de visión— la han querido convertir en troncal, tranvía, TransMilenio ligero y ahora un corredor verde, liderado por la alcaldesa Claudia López, que estaría listo en 2026 con buses eléctricos, ciclovías, puentes para tomar la Circunvalar y menos semáforos.

Según la Alcaldía, “el nuevo corredor verde facilitará la movilidad de unos 12.000 pasajeros por hora por sentido en el área de Chapinero y el Centro Internacional (con la posibilidad de ampliar la capacidad a 15.000) y aproximadamente 18.000 en el sector de Usaquén. Reducirá hasta en un 50 por ciento sus tiempos de viaje. Beneficiará a más de 1,5 millones de personas, principalmente en las localidades de Santa Fe, Chapinero y Usaquén”.

Render corredor verde por la Carrera Séptima
Render corredor verde por la Carrera Séptima

La propuesta suena bien, pero algo no le ayuda. Quienes vienen del norte, entre la 100 y la calle 94, aún no entienden por qué les quitaron, a la brava, un carril para que circulen pocas bicicletas. Ahora, según el proyecto, solo habrá carril vehicular de sur a norte. El costado del sentido norte-sur hasta el centro perderá el carril vehicular. A esto se oponen comerciantes, políticos opositores y algunos residentes, a quienes se les debería escuchar más. 

Es claro que hacer una intervención a la Séptima no ha sido fácil. En Chapinero y Usaquén hay sectores con influencia política y económica. Cualquier metro cuadrado que se toque puede representar miles de millones entre la 72 y la 100. Por cada kilómetro que se contrate habrá un edil, veedor o un concejal dispuesto a atravesarse.

Hoy, “La política del atraso” de la que habla en su columna de El País Juan Pablo Calvás, parece haber hastiado a la gente que clama a gritos por la construcción del metro. Y ahora quiere una Séptima que tenga cara de ciudad moderna. La gente quiere que el desarrollo del capital deje de ser un discurso. Que deje de ser un render.

@caobregon

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