‘La vegetariana’: crónica de una transformación que incomoda

En unos pocos meses, Corea de Sur será el país invitado en la FILBo. Por eso, decidimos reseñar ‘La vegetariana’ (2007), de Han Kang, la única obra de ese país en ganar el premio Man Booker Internacional.

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En las primeras páginas de La vegetariana, el esposo de Yeong-hye describe a su pareja como un ser anodino. No tiene, nos dice, mayores atributos, tampoco defectos significativos. A diario cumple las labores que él espera de ella: prepara el desayuno, plancha la ropa, le entrega el maletín antes de que él salga a trabajar. Su única peculiaridad, confiesa con algo de vergüenza, es que ella se rehúsa a usar un sostén.

La cotidianidad de la pareja, sin embargo, se altera un día cuando, después de tener un sueño, Yeong-hye decide no volver a comer carne. Esa noche ella abre la nevera y mete en bolsas de basura los filetes de anguila, los trozos de carne, la panceta de cerdo, la corvina deshidratada, los dumplings congelados. Ese cambio resulta ser el primero de muchos. Poco a poco, ella empieza a adelgazar y deja de dormir; pasa horas en silencio, los ojos abiertos, el cuerpo inmóvil. 

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La vegetariana, la novela con la que Han Kang ganó el Man Booker Internacional en 2016, es la crónica de una transformación que elude, como un jabón ensopado, a toda clasificación sencilla. A lo largo de la obra, publicada en español por la editorial Rata, su autora nos invita a presenciar la misteriosa metamorfosis de Yeong-hye desde las perspectivas de tres personas cercanas a ella: su esposo, su cuñado y su hermana.

De su interioridad solo tenemos destellos, frases parcas o fragmentos de sus sueños, poblados de sangre y amasijos de carne. Se trata de una decisión poderosísima: Kang sitúa a Yeong-hye fuera del alcance de sus conocidos, pero también de la misma autora: la novela, así, nos remite a la dificultad de entender las acciones de los otros. Por más que se analicen, se procesen, se debatan, existe un espacio, siempre, que nos separa de los demás. Quizás por eso la novela alude tanto a los sueños, que aparecen como portales para aproximarse a los personajes.

La vegetariana, editorial Rata
La vegetariana, Han Kang. Editorial Rata

Yeong-hye pronto se desentiende de las etiquetas sociales. Su libido desaparece. Su carácter se esfuma. En una escena, su indiferencia avergüenza a su esposo frente a sus compañeros de trabajo. En otra, su resolución de no comer carne despierta la animosidad de su familia.

A medida que se vacía de sí misma, los demás personajes intentan llenar ese vacío con sus propias interpretaciones. Se proyectan en ella. Porque La vegetariana no solo se trata de la transformación de Yeong-hye, sino de cómo esa transformación precipita una serie de crisis en los demás. Su cuerpo –su soberanía– se convierte en un territorio en disputa que desencadena en sus allegados una serie de debates internos sobre los roles de género, los límites del arte y el peso de los legados familiares. Como apunta su hermana, al romper con todas las convenciones, Yeong-hye también las ha visibilizado. 

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¿Se puede vivir sin hacer daño? ¿O está el impulso a la vida atado al impulso a la destrucción, como sugiere Dylan Thomas en el poema que lo volvió famoso, The Force that Through the Green Fuse Drives the Flower? En más de una ocasión, Kang ha dicho que el germen de la novela se encuentra en una frase del poeta coreano Yi Sang, que ella leyó en la universidad: “Creo que los humanos deberían ser plantas”. Hacia el final del libro, cuando el plan de Yeong-hye empieza a esclarecerse, las múltiples hebras de la novela se entrelazan para deletrearnos la siguiente pregunta: ¿No será que el gesto más humano es el de dejar de ser humanos?

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