La vida de la verdad
Preocupa el impacto que pueda tener el informe final de la Comisión de la Verdad por el contexto tan adverso en el que se publicará.
En 119 días la Comisión de la verdad entregará su informe final sobre lo ocurrido en el marco del conflicto armado en Colombia, y es comprensible que haya preocupación sobre cómo lograr mejor el impacto de este informe, de modo que pueda ser reconocido y apropiado en el país, y ayudar a transformar algunas de sus dinámicas más violentas.
Hablamos, en este caso, de verdades fácticas, de la declaración irrenunciable de que ciertos acontecimientos y experiencias sucedieron y hacen parte del mundo. Más aún hablamos de acontecimientos imborrables, que desgarraron millones de vidas.
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Son eventos que exigen ser comprendidos, y cuyas razones y causas complejas la Comisión se ha encargado de investigar y narrar en los tres años en los que lleva funcionando. Esto indica algo que es constitutivo de la verdad fáctica: esta exige operaciones de verificación, de indagación, registro y archivo cuidadoso, pero a la vez requiere siempre ser narrada, mediada a través de lecturas que den cuenta de lo que aconteció, en su complejidad. Porque los acontecimientos no son meramente hechos que se imponen, sino que son eventos verificables que están en relación con otros, y cuyas redes se cruzan espacial y temporalmente.
Pero, desde un positivismo ingenuo, se piensa que la objetividad tiene que ver con dar cuenta de un hecho bruto, atrapable en cifras o datos, desde una pretensión de neutralidad, de acuerdo con la cual quien los recoge no está condicionado por ningún punto de vista. Por supuesto que los datos son fundamentales, pero estos se refieren a eventos de un mundo contingente, conflictivo, relacional y muchas veces opaco, del que justamente hay que dar cuenta también al narrar un evento. Por eso es más objetiva una narración que deja ver desde dónde escriben quienes la elaboran, y que declara cómo procedió la investigación, por qué recogió estos datos y cómo lo hizo.
“Hablamos, en este caso, de verdades fácticas, de la declaración irrenunciable de que ciertos acontecimientos y experiencias sucedieron y hacen parte del mundo”.
Más aún, el objetivismo positivista que se impone muchas veces en la manera en que medios de comunicación corporativos hablan de la verdad, es bastante susceptible de dar lugar a la manipulación de la verdad fáctica, a su borramiento y negación: se piensa, “basta con ocultar x o y cifra”, con omitirla, con poner el foco en otro lugar a través de alguna narrativa simplificadora, y usar la música de urgencia, la justificación de algún experto, y la voz neutra de la presentadora que nos quiere convencer de que se habla con neutralidad. Pero sabemos bien que esta no existe: se piensa, se habla y escribe siempre desde un lugar.
Otra cosa es la honestidad: declarar desde dónde se enuncia, e intentar recoger la mayor cantidad de puntos de vista sobre lo que aconteció, prestando atención sobre todo a quienes eran más vulnerables y resultaron más afectados. Algo bastante escaso, lo sabemos, en el periodismo que solo vela por los intereses de los poderosos y que, como lo decía alguien en Twitter, se ha convertido hoy en día incluso en “sicarial”: pues ha llegado a justificar, cuando no a animar, la persecución y represión de quienes se oponen a estos intereses.
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Preocupa entonces el impacto que pueda tener el informe final de la Comisión de la Verdad por el contexto tan adverso en el que se publicará: no solo porque tenemos un gobierno autoritario y descaradamente negacionista, apoyado por medios corporativos poco concernidos con el cuidado que exige la verdad fáctica, sino porque esta requiere ser no solo reconocida, sino aceptada y asumida en sus consecuencias.
Por ejemplo, hace tiempo se han revelado investigaciones con datos y testimonios escalofriantes sobre los mal llamados “falsos positivos” y sin embargo esa verdad no ha desgarrado, confrontando y alterado a la sociedad como tendría que hacerlo. Y no lo ha hecho en parte porque tal aceptación requiere de un espacio público plural, igualitario, expuesto al disenso, en el que esas verdades puedan aparecer, junto a las voces de lxs más oprimidxs y victimizadxs. Pero este espacio público es algo que tantos años de guerra en Colombia, visiones poco democráticas del orden social, políticas desigualitarias, y narrativas simplificadoras han bloqueado. Tendremos que seguir confrontándolas para dejar que esas verdades duras tengan vida, y ayuden a desbrozar caminos de transformación, en medio de los daños que tanta destrucción ha ido dejando.
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