La vida en Mundiales

Bien manido -pero no por eso inservible- es ese cuento de pensar la vida a través de las Copas del Mundo y, a los que somos futboleros, nos pasa un montón eso de recurrir a las referencias de esos momentos para saber en qué estábamos. 

En el 82, por ejemplo, el recuerdo viene del gol de Rossi en atropellada sobre Schumacher, el inolvidable grito de Tardelli en el Bernabéu que aún produce escalofríos, en el tanque alemán que en semifinales había enviado a la clínica más próxima del Sánchez Pizjuán a ese D’artagnan de la defensa francesa llamado Patrick Battiston.

Ahí, rebrujando entre momentos borrosos pienso que esa fue la primera vez que tuve conciencia de que se debía llenar un álbum de fútbol, así Colombia no estuviera presente en sus páginas y así en la contraportada del Panini apareciera un águila sobre fondo azul con el aviso del entonces llamado Banco de Colombia, anunciando que era el patrocinador oficial de la Copa que se iba a llevar a cabo cuatro años después en el país, hasta que Belisario Betancur decidió que era mucho circo para un pueblo que necesitaba más de hospitales y colegios. 40 años después, el circo sigue igual y hasta peor, porque no hubo colegios ni hospitales.

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Para 1986 mi mente pensaba que, de golpe, por el trabajo de mi papá, nos iríamos a vivir a Riohacha y así iba a perder a los amigos que tanto trabajo cuesta hacer en la niñez, mientras que, viendo las portadas de los periódicos, me intrigaba pensar que cada semana un periodista era asesinado en el país solo por ser periodista. Aún no aparecía en escena Campo Elías Delgado masacrando bogotanos en Pozzetto, pero sí de nuevo el rito de llenar el álbum y de ver a Maradona en pleno esplendor en el Azteca.

En el 90 por fin Colombia y la fiebre en su punto más alto: además de hacer el álbum original, también se hizo el paralelo. Mi papá ya no estaba en Riohacha, sino en una cama, moribundo, mientras que veíamos juntos aquel maravilloso gol de Rincón a Illgner en el Giuseppe Meazza.

En el 94 ya mi papá se había ido -fue despuesito de que terminar la Copa del 90 que murió- y yo recorría las calles entre buses atestados siendo mensajero para ahorrar el dinero ganado y comprarme un carro. Viejo, pero carro. Mis ojos se desdoblaban entre los avisos limitados que anunciaban Simcas y Topolinos -los únicos automóviles que podía adquirir con mi presupuesto- y el desastre de aquel Mundial en el que Stelea se mató atajando todo ante Rincón y Valencia, y Hagi colgaba pelotas en el cielo. Ese cielo que se tornó negro con el asesinato de Andrés Escobar.

Francia 98 fue universidad, noviazgo largo y la revelación de alguien muy querido que me contó haber pillado a su hermano metiendo perico. Corea y Japón 2002 fue desubicación tras quedarme sin puesto y tras trasnochar infructuosamente para poder observar partidos como Sudáfrica-Eslovenia en horarios imposibles.

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Alemania 2006 fue querer ir al Mundial y no poder hacerlo, como en Sudáfrica 2010, pero al menos con la seguridad de haberme embarcado en la rutina laboral tratando de agarrarme bien fuerte para no huir del carrusel y pensar que en un año me iba a casar. Fueron tiempos de cierres editoriales en una revista, que se extendían hasta muy tarde.

Brasil 2014 fue radio, tv, prensa y ver casi todos los partidos con Martín de Francisco encerrados en un estudio transmitiéndolos por internet. 2018 y Rusia con sus colosales construcciones y mi primera Copa presencial: ya con una hija, canas en el poco pelo que queda y un divorcio a cuestas. Y el gol de Mina contra los ingleses o la única vez que quise el VAR cuando ese aparatejo horrible no sancionó penal de Dávinson contra Mané en Samara. 

El 18 de noviembre viajo para Qatar y la vida sigue siendo cambiante: segundo Mundial presencial, segundo matrimonio, algunas pastillas para los triglicéridos y empezar a pensar en exámenes médicos de gente grande como próstata y prueba de esfuerzo, como para evitar la fatiga;  Pozzetto ya no existe e hicimos un Mundial, pero Sub 20.

Ojalá siga acá en este mismo espacio para actualizar y ampliar esta columna de Diario Criterio en el 2026, año en el que el Mundial será un torneo más invitacional que competitivo.

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