Diálogo de libros

En los casos analizados sociológicamente en el libro ‘La violencia en Colombia’ y en el cuento de García Márquez ‘Un día de estos’, los corruptos no diferencian los dineros públicos de los suyos propios”.

El 13 de junio de 1953, el general Gustavo Rojas Pinilla se tomó el poder mediante un golpe militar, pacífico y largamente anunciado. Casi cuatro años después, el 13 de mayo de 1957, bajo presión ciudadana, dicho general fue obligado a entregar el gobierno a una Junta Militar.

Ambos golpes se dieron para contrarrestar la violencia que, por razones políticas, arreciaba en Colombia desde mediados de los años 40.  

En 1958, la Junta Militar creó la “Comisión nacional investigadora de las causas y situaciones presentes de la violencia en el territorio nacional”. Esta comisión, ni entregó, ni publicó informe oficial alguno, pero logró construir y acordar 52 pactos de paz locales. La información obtenida del ejercicio de esos pactos sirvió para elaborar el muy reconocido estudio La violencia en Colombia, cuyo primer tomo se conoció en 1962.

El mismo año que se creó la Comisión, Gabriel García Márquez escribió un cuento titulado Un día de estos. Es uno de los ocho relatos que hacen parte del libro Los funerales de la Mama Grande, publicado por primera vez el mismo año que salió a la luz La violencia en Colombia.

Pareciera que la Comisión y el escritor hubieran tenido que esperar los mismos cuatro años (los que van de 1958 a 1962) para ver publicados sus hallazgos. Sociohistóricos, los unos; literarios, los otros. Pero ambos, acerca de la guerra irregular que empezó a crecer desde 1930 y de la corrupción que la acompaña desde siempre.

Monseñor Guzmán Campos, miembro de la Comisión y autor principal de La violencia en Colombia, cita en este libro un texto que Max Grillo escribió en 1934, a propósito de las barbaridades que se estaban cometiendo en la naciente confrontación armada entre liberales y conservadores: “Asesinatos en que los bandidos ultiman a familias enteras, ancianos y niños; venganzas que recuerdan la vendetta corsa; actos de crueldad estúpida (…) la inseguridad en las ciudades y en los campos. Tal es el cuadro“.

'Maternidad Frustrada', libro La violencia en Colombia
Foto: La violencia en Colombia, libro de Germán Guzmán Campo, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna.

Luego, La violencia en Colombia va contando y analizando cómo destacamentos de la fuerza pública y grupos de civiles armados se enfrentan entre sí y, sobre todo, cómo todos ellos agreden a la población que vive en las áreas de operaciones militares, acusándola de colaboracionismo con el enemigo o de pertenecer al bando contrario.

Muchas personas huyeron de sus territorios, cambiaron de lugar de residencia, intentaron sobrevivir y empezar una nueva vida. Las que se quedaron, se armaron para resistir o se acomodaron a las exigencias del grupo que resultó triunfante y, cuando ganaba otro, se acomodaban nuevamente. No pocas aprendieron a rumiar, en silencio, su resentimiento y tampoco faltó quien logró pequeñas venganzas.

Exactamente de eso trata el cuento de García Márquez.

Los protagonistas son un dentista sin título y un alcalde militar, que tiene un absceso en una muela cordal, y acude a que se la extraigan. El dentista dice que no puede usar anestesia y, viendo el dolor silencioso del paciente mientras le saca la pieza dental, le dice: “Aquí nos paga veinte muertos, teniente”.

Quien lee puede entender lo que el cuento no cuenta abiertamente: en una época en la que los alcaldes eran elegidos por los gobernadores, el Gobierno nacional, nombró a un teniente como primera autoridad civil y militar de un pueblo de tierra caliente. Con ese nombramiento, se intentaba controlar el orden público, pero lo que se logró –como en casi todos los casos, según lo documentaron la Comisión y los autores de La violencia en Colombia– fue aumentar la violencia y la criminalidad. Por eso, el dentista percibe que el alcalde es culpable de la muerte de varias decenas de civiles. Y, sin anestesia, cobra su vindicta.

Para referirse a la corrupción, que siempre ha sido una razón para promover la violencia, monseñor Guzmán Campos y su equipo, después de describir y analizar lo que ocurría en varias partes del país, citan palabras del investigador Eduardo Santa, de 1955: “La lucha de los partidos suele degenerar en una lucha por el presupuesto público que los jefes de partido no consideran como instrumento de mejor estar colectivo sino como botín de guerra”.

Queda claro: la dirigencia de los partidos tradicionales que promovió la violencia interpartidista, buscaba, solamente, apropiarse y disponer del erario público. Y eso lo hacían en todas las instituciones del Estado y en todos los niveles de las mismas.

García Márquez lo ilustra perfectamente en el final del cuento: “El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera. –Me pasa la cuenta, dijo. –¿A usted o al municipio? El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica: –Es la misma vaina”.

Ahí está el fundamento de toda la corrupción: en los casos analizados sociológicamente en La violencia en Colombia y en el cuento de García Márquez, los corruptos no diferencian los dineros públicos de los suyos propios; usan uno u otro como plata de bolsillo, como si todo fuera parte de su propiedad privada.

Por eso, en nuestros días, los corruptos no creen que sea delito usar dinero del Estado para que les cuiden las mascotas. No pueden creer que pagar a sus empleados personales con plata del erario público, sea una fechoría.

También por eso tomaron para sí, entre otras, la plata de la Refinería de Cartagena, la de la Ruta del Sol, la del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones; la que debía invertirse en la implementación de los Acuerdos de Paz; y la que repartieron entre sus amigotes, familiares y relacionados, algunos de los bienes que se habían incautado a narcotraficantes.

Las y los corruptos de hoy en día que, además, son las mismas personas que promueven la guerra perpetua, no pueden entender que lo privado es público, pero no viceversa. Sin embargo, no creo que estén interesados en entender lo que enseña el diálogo que hay entre estos libros.

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