‘La voz humana’ y ‘La tragedia de Macbeth’: las palabras mayores

En la última semana se estrenaron, en las plataformas Mubi y Apple TV+, respectivamente, el cortometraje ‘La voz humana’ y el largo ‘La tragedia de Macbeth’. Ambas adaptaciones de textos teatrales, y dirigidas por cineastas consagrados: Pedro Almodóvar y Joel Coen.  La palabra poética y teatral como creadora de imágenes.

Cuando el poeta, dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau escribió La voz humana, monólogo para una actriz, el teléfono era una rareza. Era la década de 1920, y Édith Piaf, para quien según la leyenda el monólogo había sido escrito, no se atrevió a ejecutarlo. La abrumó, al parecer, su pequeñez y juventud, la soledad del acto, y la presencia de un teléfono como el único testigo de un abandono amoroso. Y no poder acudir al auxilio del canto y la música para expresar la pena.

La voz humana se estrenaría en 1930, sin Piaf, y en décadas posteriores ha sido interpretada por actrices grandísimas como Ana Magnani, Ingrid Bergman y Simone Signoret. También fue convertida en opera por Francis Poulenc, en 1959. Cuatro años antes de la muerte de Piaf, las palabras de Cocteau tuvieron la música que le hizo falta al gorrión de París. 

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Si seguimos las pistas lanzadas por Pedro Almodóvar en algunas películas suyas, su interés por La voz humana se remonta a varias décadas atrás. El guiño a la pieza de Cocteau aparece en películas como Mujeres al borde un ataque de nervios y La ley del deseo, en ambos casos con una atribulada Carmen Maura pegada al teléfono como si de ese aparato dependiera su vida.

La versión libre que finalmente Almodóvar filmó con Tilda Swinton tiene las marcas de este tiempo de pandemia y encierro. Es un teléfono celular e inteligente, pero el personaje tiene la misma relación ansiosa con el aparato que recordamos de los tiempos del teléfono fijo. La llamada, que es el centro del monólogo, es una metallamada. “Ah, eres tú”, “Se te oye como un robot”, “Sí, ahora te oigo mejor”, dice Tilda. La comunicación telefónica como recordatorio de la falta de presencia, de la insuficiencia de la conexión y la transmisión, y del deseo de una comunicación atenta y precisa. En fin, el teléfono como la prueba objetiva de los insalvables malentendidos del amor.

Almodóvar ha realizado un cortometraje que participa plenamente de su universo fílmico de mujeres desesperadas y sedientas de amor. A pesar de la libertad con que asume el texto de Cocteau, sobrevive en la adaptación la elegante ironía del material original. Y, por si fuera poco, es una película en la que también Tilda Swinton se siente como pez en el agua, ejecutando virtuosamente una partitura que parece escrita solo para ella.

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El portento de La voz humana no reposa únicamente en la palabra dicha, que antes fue palabra escrita. El director español muestra sus cartas como un prestidigitador de la puesta en escena, con el habitual uso expresivo del color, el vestuario y los espacios que es un distintivo suyo. Esta pieza de treinta minutos logra ser un cine en plena forma sin dejar de ser a la vez un homenaje al espacio escénico del teatro y a la palabra como la reina de este arte.

La centralidad de la palabra me lleva a otra película: La tragedia de Macbeth, dirigida por Joel Coen, y que desde el 14 de enero está disponible en Apple TV+, como parte del contenido original de esta plataforma. Claro, los logros de esta enésima adaptación de una de las tragedias más celebres y sangrientas de Shakespeare no se deben solo al uso reverente de la poesía del texto original. Joel, en su primera película en solitario, toma decisiones que, al contenerla, potencian la desmesura de la obra: el blanco y negro, el formato cuadrado y –contrario a lo que se podría esperar de la marca Coen– bastante pudor para mostrar la sangre (y la sangre, la mancha de sangre que no se limpia, la sangre que quiere más sangre, son el nervio de esta obra de Shakespeare). 

Ha habido todo tipo de adaptaciones de Macbeth, desde el barroquismo de Orson Welles hasta el retorcimiento de Polanski. Joel Coen se decanta por un uso expresionista de la luz, como queriendo encontrar en el juego de luces y sombras un trasunto de orden moral, y por el apego a ciertos códigos góticos en el manejo de los espacios. Nos muestra una aristocracia maldita y predestinada a la desgracia y la traición en la sucesión del poder, encerrada en castillos o en fuga hacia una naturaleza que se convierte en otro calabozo lleno de oscuros presagios transmitidos por brujas fatídicas y aves agoreras.

Tanto Joel Coen como Almodóvar se pliegan, cada uno a su manera, a la capacidad de la palabra para crear imágenes. Y claro, para lograr esa nada fácil alquimia se apoyan en la precisión del gesto actoral. Denzel Washington o Frances McDormand en La tragedia de Macbeth, y Tilda Swinton en La voz humana, vienen a decirnos una vez más de lo que es capaz un cuerpo, y un cuerpo que habla. Cada que un cuerpo habla, por mucho que lo que dice se remonte a décadas o siglos atrás, interpela al presente. Porque en el presente hay ansía de amor y poder, y miedo al abandono y la soledad.

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