“Cuando los libros se entregan al mundo, los lectores son los reescritores”: Laura Ortiz Gómez
Laura Ortiz Gómez, autora de ‘Sofoco’, habló con Diario Criterio sobre sus inicios en la escritura, el valor de la música en sus cuentos y la migración como inspiración para su obra.
Laura Ortiz Gómez tiene una voz dulce. Se toma el tiempo para expresar cada una de las ideas que revolotean como mariposas por su cabeza y enciende un cigarrillo para despejarlas. Sus letras conservan la dulzura y se mezclan con una poesía que arde en el pecho y estremece las entrañas.
Si hay alguien que conoce el país a través de las letras es ella. Viajó durante años a los rincones colombianos promoviendo la lectura: esa que la hace libre y la apasiona desde pequeña. Cada recorrido le mostró lo valioso de la voz y de las memorias de los ancestros. Y sobre todo le enseñó que la bondad es más fuerte que la guerra.
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Laura Ortiz atiende esta entrevista desde su casa en Argentina. Enciende un cigarrillo y especifica que es tabaco puro. Tiene la voz ronca producto del cambio de clima durante su visita al país para la Feria Internacional del Libro de Bogotá, donde habló y se reencontró con sus amantes: literarios, por supuesto.
Cree que las personas que leen mucho son escritores en el clóset y está convencida de que la escritura es algo que atraviesa a la humanidad. Laura se considera una mujer ermitaña: lee, escribe, da talleres de escritura y dibuja. “Todo es muy sedentario, contemplativo, mundo interior”, expresa con una sonrisa genuina.
Su momento favorito del día es cuando puede estar con Mostaza, su gata y la técnica que más usa para pintar es la acuarela “amo que ella se expresa sola, tú echas una gota, le pones color y ella sola crea su forma”.
Con Sofoco, Laura Ortiz recibió el Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica 2020. El jurado del premio, integrado por Nubia Macías, Claudia Ulloa y Giuseppe Caputo, afirmó: “Con un realismo lírico y sensorial, presenta una voz potente, de gran fuerza poética y narrativa, con una mirada original a la tierra, a la memoria, a la naturaleza, a la violencia”.
En diálogo con Diario Criterio reveló su decisión de estudiar literatura, su perspectiva sobre el arte de escribir, la historia de amor que la hizo migrar y la construcción de Sofoco, uno de los libros más vendidos de 2021.
Diario Criterio: ¿En qué momento tomó la decisión de estudiar literatura en la Javeriana?
Laura Ortiz (L.O.): Yo fui una de esas niñas que son ratones de biblioteca. De hecho, recuerdo con mucha emoción aprender a leer. Para mí era como un acto mágico poder descifrar esas cosas que estaban en los libros y me daba mucha curiosidad. Desde muy chiquita la lectura fue acompañada de la escritura, yo escribía unos novelones tipo Corín Tellado larguísimos, donde la mujer pobre se enamoraba del señor rico, cosas que yo veía en la televisión y fue un amor que me acompañó durante toda la vida.
En la adolescencia se reformuló el amor a los libros y ya allí yo encontraba una rebeldía o una manera de resistir a las cosas que no me gustaban y encontraba que los poetas eran como mis roqueros. Fue algo natural. Desde chiquita decía que iba a estudiar literatura, pero justo cuando tocaba tomar la decisión me dio mucho miedo, teniendo en cuenta el contexto colombiano y las cosas que te dicen como “de qué vas a vivir”.
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Recuerdo que le dije a mi mamá que creía que no podía estudiar literatura porque mi vida sería un fracaso y le agradezco mucho porque ella fue quien me empujó y me dijo “muy poca gente tiene una pasión tan clara y tan definida en su vida, y tú la tienes y no vas a ser feliz si no lo haces”. Y por eso estudié literatura.
Diario Criterio: Usted tuvo un acercamiento muy fuerte con la poesía cuando era adolescente. De hecho, ha dicho que quizá por eso su escritura es considerada como “una prosa poética” y así también la han considerado otros escritores ¿Qué poetas leía en ese entonces?
L.O.: Yo estaba obsesionada con todos los poetas malditos, sobre todo con Arthur Rimbaud. Todos eran un gran combo de resistencia y luego, paralelamente, encontré a Gonzalo Arango que me parecía una voz contestataria, que iba en contra de todo lo tradicional de la cultura antioqueña y todo ese gesto de ruptura me parecía muy divertido.
También me gustaba mucho Vicente Huidobro, por su lado dadaísta de terminar en un grito y rompiéndolo todo. En la adolescencia lo que leía era como poetas punk para su época.
Diario Criterio: ¿Y también tenía algo punk en esa época?
L.O.: No en mi apariencia, pero creo que mi actitud lo era, creo que en la adolescencia todos somos un poco punks. Estamos desafiando todas las construcciones y además yo estaba particularmente en un entorno en el que no me sentía comprendida, no me sentía acogida, ni valorada. Pero encontraba en la palabra un lugar de enunciación y de denuncia y existencia e identidad.
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Diario Criterio: Además de escritora y promotora de lectura también es ilustradora. De hecho, Ródez, el muralista e ilustrador colombiano (que falleció el año pasado) fue quien acompañó ese despertar y quien le ayudó a soltar la mano como dicen coloquialmente. ¿Cuál es la enseñanza que más recuerda de este artista?
L.O.: Él era como un hermoso maestro. Me acuerdo mucho un día en el taller, nos estaba haciendo unos ejercicios de pincel japonés y se notaba que estaba trasnochado, pero igual cogió ese pincel, lo mojó en la tinta e hizo casi que un gesto o un círculo perfecto. Su capacidad técnica era asombrosa, su imaginación, pero lo que a mí más me gustó de su taller fue que Ródez no te cuestionaba el contenido de tu obra, no se metía a decirte si tus dibujos transmitían algo, quizá lo decía para que lo notarás, pero no para incidir en eso.
Él lo que quería era dar un montón de herramientas técnicas para que cada uno construyera su propio lenguaje y hay muy pocos maestros así, porque algunos quieren influenciarte ideológicamente o le ponen un peso muy grande al discurso que estás construyendo. Ródez era un maestro que te liberaba, potenciaba y no se metía con tu contenido.
Diario Criterio: Hubo un tiempo en el que estuvo lejos de la escritura. Incluso llegó a considerarlo como “un sueño enterrado” ¿por qué?
L.O.: Tenía que ver con mi paso por la universidad, porque la carrera en ese momento (porque ya ha cambiado mucho y se ha vuelto mucho más experimental y diversa) todavía era una academia muy clásica y muy enfocada a la crítica literaria, cosa que a mí me encanta también. Todo el jueguito intelectual es muy emocionante.
Pero yo siento que se me fortaleció mucho el crítico interior y el teórico y todo el tiempo estaba teorizando sobre la literatura y pensando y desglosando las grandes obras del canon occidental, los grandes patriarcas de la literatura y frente a eso me sentía empequeñecida en mi creatividad y además tenía esta idea absurda de la originalidad.
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“Estos son genios originales, esto es gente que ya trató todos los temas, ya todo está dicho, ya nada es nuevo, lo que tenemos que hacer es alabar a estos dioses literarios y quedarnos callados como en una iglesia”, pensaba yo. Y así me sentí durante muchos años, no sentía que era capaz de esto, no veía valor en mí misma, así que pensé que no era para mí.
Yo creo que mucha gente dice “yo no escribo”, pero tienen cuadernos y diarios llenos de apuntes y de poemas que se salen, así como los conejitos de Cortázar. Yo creo que realmente la gente que lee mucho son escritores en el clóset. Creo que hay un gesto político en encontrar una militancia y decir “lo que yo tengo por decir también puede existir”, pero me costó mucho llegar allá y nos cuesta mucho a todas y todos. Yo creo que la escritura es algo humano que nos atraviesa a todos.
Diario Criterio: Antes de dedicarse de lleno a la escritura y de viajar a Argentina para hacer una maestría en escritura creativa fue muchos años promotora de lectura. Viajó por distintas regiones del país compartiendo, aprendiendo, pero sobre todo con los oídos bien abiertos. Sobre esto último alguna vez aseguró que “la creatividad tiene que ver más con la escucha que con hablar”. ¿Qué tanto ha contribuido la escucha en sus procesos creativos?
L.O.: Yo creo que muchísimo porque también me cambió toda la mirada que tenía de lo literario. Yo tenía una idea de que escribir era para gente muy inteligente que bajaba sus pensamientos brillantes a la página, entonces eran genios que podrían bajar un contenido que les era propio.
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En cambio si uno piensa la literatura como una voz que está por fuera de uno, o como voces de personajes que están por fuera y lo habitan a uno te va a sorprender, porque no estás controlando el texto. Así lo vivo yo. Creo que hay algo de la disposición de no saber hacia dónde te va a llevar el texto que es muy liberador para esa idea del ego.
“Si uno está tratando de decir algo brillante se va a quedar tieso, en cambio, si uno escucha algo que le es externo o que no es uno mismo del todo también lo sorprende a uno. Hay algo del gesto de la escritura que te saca de ese loop y te ayuda a escuchar otras dimensiones del pensamiento, de los personajes o la imaginación”.
Además es muy liberador y te libera de la idea de “uy, soy genial, escribí algo maravilloso”, es mejor pensar en que qué genial es la escritura como dispositivo que nos permite descentrarnos.
Diario Criterio: El amor y la cursilería son algunas constantes de su vida. Han estado presentes en su creatividad, en las comunidades a donde llevó libros y en su cotidianidad. Antes de hablar de Sofoco, quisiera saber esa historia de amor que la llevó a tomar la decisión de migrar y seguir su corazón…
L.O.: Qué lindo lo de la cursilería, porque yo sí reivindico lo cursi. Me tomó muchos años hacerlo y aceptar que así era yo. Pues esta historia fue muy loca porque yo venía trabajando muchos años en promoción de lectura con bibliotecas rurales, pero era difícil porque dependía mucho de la voluntad política de los alcaldes y eso era una lucha sinfín.
En un momento me di cuenta de que estaba seca de ideas. Un bibliotecario me preguntó que qué hacíamos y a mí no se me ocurría nada, así que pensé que tenía que renunciar. Estaba cansada. Sentía que no tenía nada que hacer con mi vida y me fui al Parque Tayrona.
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Mientras veía un pelícano en la playa alguien me habla alguien en inglés y yo no entendí. Luego puse más atención y me explicó que tenía que sumergirme para entender porqué estaba el pelícano ahí y había un cardúmen enorme de peces.
Me quedé hablando un rato con esta persona, resulta que era argentino y ahí empezó una cosa que pensé que iba a ser un romance de un par de días y que resultó siendo un punto de giro narrativo total para mi vida (risas), porque me fui del país y cambió todo por un salto al vacío. Yo decía “soy mala feminista, ¿cómo así que dejé toda mi vida por un hombre?”, y ya fue hace más de seis años.
Laura Ortiz y su mundo llamado Sofoco
Diario Criterio: Hablemos ahora de Sofoco. Estos cuentos fueron el producto que presentó para su tesis de grado en Argentina. Además, se ganó el Premio Nacional de Novela Narrativa Elisa Mújica, en 2020. ¿Qué representó para usted escribir un libro sobre Colombia estando lejos de Colombia?
L.O: Fue casi que una necesidad muy fuerte que iba por muchos caminos. Por un lado, a mí migrar me dio duro, sí sentí un choque cultural muy grande, además porque yo venía más acostumbrada al espacio rural porque trabajé muchos años allí.
Buenos Aires es una ciudad enorme, gran parte de la población de Argentina está toda concentrada en esta ciudad, entonces la sentía inmanejable y sentía que una manera de refugiarme o de entender ese tránsito era narrando sobre mí país, además era una manera de digerir lo que fueron muchos años de trabajo de campo.
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Uno vive y vive experiencias y viaja, conoce gente y acumula un montón de sentimientos, sensaciones e impactos que luego tiene que organizar de alguna manera. Creo que en el silencio de mi casa en Buenos Aires surgía la necesidad de reorganizar y de darles un lugar a todas esas experiencias vividas en la promoción de lectura.
Por otro lado, a mí me dio como migrante una sensación de saber más de Colombia al estar lejos. Me dio la obsesión. Quería estar al día con todo en el país y me obsesioné con el proceso de paz.
Estando aquí entendí que también tenía grandes miedos naturalizados, o dinámicas violentas normalizadas y ver a la gente discutiendo de política en un bus me daba angustia. Ese revoltijo de cosas me hacía volver a los cuentos y escribir, fue muy importante migrar para lograrlo.
Diario Criterio: En Sofoco se reúnen las voces de quienes han vivido el conflicto en carne propia. Cada uno de los personajes de los cuentos ha sido atravesado por la guerra, el desplazamiento, las desapariciones, pero ¿cómo cree que el conflicto ha atravesado su vida?
L.O.: Esa ha sido una pregunta que me obsesiona porque hay muchas dimensiones del conflicto. El conflicto te puede enseñar de historia, de política, de economía, de sociología, porque todo confluye allí y en Colombia confluyen tantas fuerzas que todo es muy complejo de entender y explicar.
Pero sobre todo me obsesiona lo privado. La historia más íntima en relación con esto tan macro. Hay unas fuerzas (hasta de la naturaleza) que terminan confluyendo en lo privado y nos componen de maneras muy profundas y a mí eso me obsesiona.
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Yo soy una persona que le teme al conflicto, que no sabe confrontar, que no sabe poner límites y creo que eso nos pasa a muchos colombianos, precisamente por estar en un contexto tan violento. Creo que el conflicto nos atraviesa psíquicamente en lugares que ni siquiera alcanzamos a saber, y me pregunto, además, cuánta terapia necesitamos como país.
Diario Criterio: En otros espacios ha hablado de su interés por la naturaleza y porque está fuera un personaje en su obra. ¿Por qué era importante darle este lugar?
L.O.: Aquí va a salir toda mi hippie interior (risas). Yo creo que parte de los conflictos que tenemos como humanidad se deben a haber hecho una separación entre animales, a sentir que no hacíamos parte de estas fuerzas vivas y comenzar a tener una relación con la naturaleza o la tierra como propiedad privada o lugar de donde yo puedo extraer y extraer.
Esa conciencia de no pertenecer nosotros a la tierra, sino que la tierra pertenece a nosotros, es la gran cagada y la gran expulsión del paraíso, pero también, desde un lugar esperanzador, yo veo que en muchos lugares del mundo hay un montón de prácticas culturales y culturas que tienen otro tipo de relación con la naturaleza, donde se entienden y hay un diálogo constante.
Recuerdo de un guía en el Cocuy que era un sabio del páramo. Caminar con don Gilberto era hermoso porque su presencia transmitía algo especial, él era casi como un frailejón caminando y todo lo que contaba de las plantas y de las rocas era una lectura muy entramada del mundo.
Así como don Gilberto hay cientos de personas en Colombia que tienen otra relación con la naturaleza y que saben que es una fuerza viva, sagrada y que es una fuerza que interactúa con uno.
Diario Criterio: Además de la naturaleza, la música también se siente viva en algunos de los cuentos de Sofoco. Hay champeta, bullerengue, jazz y de hecho supe que hizo una playlist con las canciones que hacen parte del libro. ¿Qué géneros musicales fueron fundamentales para su escritura del libro? ¿Y por qué?
L.O.: Yo me apoyo mucho en el sonido. Me parece que música es lo que hubiera querido ser y no pude. No tengo ni un poquito de talento de nada en ese aspecto. Creo que la música tiene algo muy poderoso y es precisamente existir sin la necesidad del lenguaje. Y como yo soy puro lenguaje todo lo tengo que decir para explicarme, pero la música tiene la posibilidad de pegarte en el centro del corazón sin que puedas defenderte.
“Yo me agarro de la ola musical para tratar de apuntar a eso que no tiene nombre, a esa sensación específica que quiero despertar en el lector, pero no es susceptible de ser dicha”.
A cada cuento le buscaba una banda sonora que me ayudara con esa sensación que no es necesariamente música. En el de Tigre americano escuché durante toda la escritura paisajes sonoros del Putumayo, los ruidos de la selva que me servían para meterme en el personaje de Milena e imaginarla.
El jazz está presente en el de Karyn. En Esperando al alud hay música protesta que me gusta mucho, como de los sesentas. Cada cuento tenía su música como herramienta de transmisión.
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Diario Criterio: Uno de los cuentos que más me conmovió fue precisamente el de Tigre americano. Allí usa una voz de una niña de 8años para narrar una historia que termina en migración. ¿Cómo ponerse en el alma de una niña para narrar el conflicto?
L.O.: La idea empezó por el ecosistema. Empecé a pensar que quería hablar de Putumayo y recordé mis viajes por ese territorio, qué se sentía, cómo era, y luego empecé a investigar. Pero, por otro lado, estaba mi pregunta sobre la ocupación paramilitar, yo quería saber cómo había sido eso, cómo sucedía en la vida cotidiana.
Me puse a leer informes del Centro Nacional de Memoria Histórica y otras investigaciones y encontré algo sobre las masacres y la ocupación en el Tigre, Putumayo. Ahí empecé a entender un montón de cosas horribles sobre la fiscalización de los cuerpos, sobre cómo los miraban si eran trabajadores del campo en las manos, sobre cómo se convertía en toda una estructura de control en todos los aspectos de la vida.
Me quedó sonando la palabra ‘Tigre’ y recordé que el tigre o jaguar es un animal de poder del yagé. Yo había tomado yagé en el Putumayo y pensé en lo trágico que era que la masacre sucediera en Tigre, y empecé a investigar sobre el jaguar, sobre sus implicaciones chamánicas.
Luego pensé en llamarla jaguara y ahí ya se volvió una historia de lo femenino y apareció la niña. Yo no quería que fuera algo tan explícito como “los paramilitares hacen esto“. Sino que la niña iba a saber poquitas cosas.
“Ella sabe lo que sabe y esa reducción de lo que ella puede percibir y alcanza a interpretar me empezó a conmover a mí también. La voz empezó a aparecer… No sé. Creo que tiene que ver con algo místico. Una empieza a convocar una otra que no es una y a escucharla”.
Diario Criterio: Eso va de la mano con lo que decía sobre que los personajes atraviesan al escritor. Es una perspectiva que deja de lado el ego y casi que los convierte en un médium para que el personaje exista…
L.O.: Sobre eso que dices sé que es difícil, pero me parece importante que dejemos de pensar ese culto a los autores y a las autoras porque lo que es maravilloso es la literatura o el libro; o la creatividad o la fuerza creativa, ¿no?
Porque cuando lo centralizamos en alguien pasa eso, ¿no? Como, “Ay, esta persona es genial” y además le quitamos todo el poder creativo a los lectores. O sea, yo creo que una vez que el libro ya salió, pasó la literatura a través de alguien y lo que tenemos que decir es “bravo, la literatura pasó” ¡Bravo! Y ya luego el libro está y es dejar de construir esa idea como “no, es que qué brillante, qué maravillosa” y ese culto al autor que deshumaniza a todo el mundo.
Yo creo que ya el libro una vez se entrega al mundo, los lectores ahora son los reescritores, son los que dicen “yo pienso esto”, “yo lo reescribo de esta manera”, “yo lo nombro así”. A mí me han dicho las cosas más brillantes lectores que yo digo, “juepucha, qué escritor este lector”.
Y es eso, como que creo que los lectores pueden volver los textos nuevas cosas más vivas y sí, tenemos que dejar de pensar que los autores son genios, porque no lo son.
Diario Criterio: Laura, ¿qué es lo que más extraña de Colombia?
L.O.: No hay una sola cosa (risas). Yo creo que serían dos: los afectos porque es muy duro estar lejos de quienes te dan afecto toda la vida. Y los ecosistemas.
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