Opositores del tamaño de Laureano Gómez no nacen todos los días
Laureano Eleuterio Gómez Castro fue, de lejos, el político del siglo XX más controvertido de todos cuantos en Colombia han sido. Las masas conservadoras —no todas— lo seguían con fe ciega, mientras que las liberales lo odiaban con temor.
Lucas Caballero Calderón, Klim, decía que los liberales “lo presentan como un ser fornido y diabólico, destinado a cocerse en la otra vida, a fuego lento, en un ondulante mar de llamas y de azufre. En concepto de ellos, el doctor Gómez va a ser el compañero ideal de Satanás para jugar al tute en el infierno”.
Quienes lo conocieron escribieron que fue un extraordinario orador, una máquina de guerra que jamás dio ni pidió cuartel, un “hombre tempestad” que se encarnizaba con sus contradictores políticos y descalificaba con saña a quien no estuviera en su línea de pensamiento.
Ignacio Arizmendi Posada, especialista en esa extraña fauna de los presidentes colombianos, escribió que era “impetuoso, franco hasta el delirio, obcecado, tirante en su verbo, amigo de la camorra y la crítica exuberante”.
Laureano fue hombre de férreas convicciones conservadoras fincadas en la fe católica española: “Sin religión no hay justicia, sin esta, la sociedad civilizada es imposible”.
Amigo de los sables y de las sotanas, y enemigo virulento del comunismo y del socialismo. Legitimó la violencia originada por los terratenientes en su afán por concentrar la tierra. Racista de siete suelas, menospreció a los negros, a los indígenas y a los mestizos, a quienes consideraba seres inferiores e infantiles.
Laureano no fue un estadista. Su temperamento no estaba predispuesto para los asuntos administrativos o de gobierno. Fue un caudillo, un opositor que combatió con voz de trueno y pluma afilada tanto a gobiernos liberales como conservadores. Aunque fue protagonista por cincuenta años de la vida política nacional, solo gobernó poco más de un año.
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Utilizó desde muy joven su verbo de manera polémica, belicosa y sectaria. A los 30 años se convirtió en todo un figurón político cuando tumbó al presidente Marco Fidel Suárez, demostrando que “en la guerra por el poder no existe la clemencia”.
Todo empezó porque en 1918, el hijo del presidente —Gabriel Suárez—, que estudiaba ingeniería en Pittsburgh, murió por la gripa española. Su padre, que no tenía con qué pagar la repatriación del cadáver a Colombia, vendió seis meses de su sueldo y gastos de representación al banco Mercantil Americano para poder hacerlo. En 1921 se hizo público el hecho y Laureano le clavó sin compasión sus colmillos de vampiro en la yugular y lo hizo renunciar del cargo alegando indignidad o falta de decoro del mandatario.
Laureano, en 1930, fue nombrado por Olaya Herrera como ministro plenipotenciario en Alemania, por lo que fue testigo de excepción del proceso de ascenso del Nacional Socialismo, del que no ocultó su simpatía. También fue notoria su cercanía a principios del falangismo español y el fachismo italiano.
Pese a su amistad desde joven con Alfonso López Pumarejo, se separó radicalmente del gobierno reformista de la “Revolución en Marcha” y en 1936 fundó el periódico El Siglo, que fue su principal tribuna para oponerse a los gobiernos liberales.
Laureano amasó un inmenso poder político: “lo que Gómez, vociferante, decía en el Parlamento era amplificado con aspereza aún mayor en ‘El Siglo’, periódico de su propiedad, y transmitido como un dogma en las plazas públicas, en los corrillos, en los cafetines, en los púlpitos, en los confesionarios y en dondequiera que los conservadores se reunían para comentar las noticias que llegaban de Bogotá”.
Fue el más poderoso opositor a la Republica Liberal. Tanto así que en 1940, no tuvo empacho en vociferar: “Llegaremos hasta la acción intrépida y el atentado personal… y haremos invivible la república”. Lo que no se quedó en el mero enunciado verbal, pues el país empezó a transitar por un período de cruda violencia.
En 1946, cuando se pensaba que Laureano se iba a lanzar a la presidencia, de manera brillante aprovechó la división del Partido Liberal entre Jorge Eliecer Gaitán y Gabriel Turbay, postuló a la Presidencia al gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, Mariano Ospina Pérez, tres semanas antes de los comicios y terminó con la República Liberal.
El asesinato de Gaitán, que la oligarquía liberal conservadora supo convertir en misterio eterno, partió en dos la historia del país, recrudeció la violencia partidista y acentuó la persecución oficial a liberales comunistas y demócratas.
Así las cosas, en 1950, el plato —por fin— quedó servido para que Laureano Gómez, que ya tenía 61 años, fuera elegido presidente de la República, sin la participación del liberalismo en los comicios por “falta de garantías”. Gobernó con la figura del Estado de Sitio que restringía derechos ciudadanos y su gran obra fue mandar a la juventud a pelear una guerra ajena en Corea. Pero solo ejerció durante 14 meses ya que un infarto lo hizo retirar del cargo. El Congreso, entonces, nombró presidente encargado a Roberto Urdaneta Arbeláez.
El país estallaba en violencia, la política ardía y el liberalismo y los militares temían el regreso de Laureano. Urdaneta nombró como comandante de las fuerzas armadas al general Rojas Pinilla. El 13 de junio de 1953, el “Monstruo” llegó temprano hasta el Palacio de La Carrera para exigirle a Urdaneta Arbeláez que despidiera a Rojas Pinilla. Ante la negativa de este, asumió de nuevo la Presidencia y, horas más tarde, fue derrocado por el general que gozaba del apoyo de la tropa. Fue un sábado demencial en el que Colombia tuvo tres presidentes.
A Laureano le tocó exiliarse en España donde poco tiempo después creó el Frente Nacional, con Alberto Lleras Camargo, y en 1965 murió, como Alfonso Bonilla Aragón escribió, cuando se le dio la gana.
En el siglo XXI, el gran opositor a los gobiernos uribistas fue Gustavo Petro, que ahora, como presidente, al contrario de los de la República Liberal, no tiene un opositor de la envergadura, encono y peligrosidad de Laureano, ni con su verbo, su pluma, sus votos y sus pájaros. Álvaro Uribe, a quien se le considera como el Laureano del siglo XXI, ha sido ante todo un hombre de gobierno que ahora, deslucido por los crocs y acosado por líos judiciales, no tiene el ímpetu de años anteriores.
Tampoco están en su mejor momento los derechosos Cesar Gaviria Trujillo, Germán Vargas Lleras y Fernando Londoño Londoño que no tienen la fuerza suficiente para causar conmociones. Y mucho menos el nieto de Turbay Ayala, María Fernanda Cabal; Paloma Valencia o el “indígena” Miguel Polo Polo, a los que solamente les faltan el verbo, la pluma y los votos.
Los medios de comunicación tradicionales, cuyos dueños son los hombres más ricos del país, son los que comandan la oposición al Gobierno, pero tal parece que no les alcanzará para parar las reformas que se están cocinando en el Congreso. Lo que sí es motivo de incertidumbre —al menos para mi— es si Laureano le logró ganarle alguna partida de tute a don Sata.
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7 Comentarios
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Descripción acertada del monstruo, para que las juventudes se enteren del color de la sangre que se derramó por su culpa y cuál es la herencia genética del nieto que pretende erigirse como “salvador nacional” y lider de esa extrema derecha violenta, asesina y arbitraria, basada en la supremacía racial y la convicción religiosa.
Recuerdo que mi padre y mi abuelo, cuando hablaban de Laureano, bajaban la voz y apretaban la mandíbula. Con el tiempo me percaté que más que con odio lo hacían con miedo.
Excelente retrato del caudillo político mas exitoso de todos los tiempos.
“Opositores del tamaño de Laureano Gómez no nacen todos los días”, afortunadamente ya que, según yo, la oposición de Laureano no fue tanto a las politicas y actos sino a la vida misma de sus oponentes.
El bien llamado “Monstruo”, sin detentar realmente un cargo de poder, por casi 50 años marcó los destinos de nuestra patria y, de paso, la baño en sangre.
Dicen que Laureano combatió al partido liberal y sus simpatizantes con cruel acritud y saña hasta llegar a validar sin tapujos el asesinato, pero que lo hizo con mayor ferocidad y desprecio a los dirigentes de su propio partido, sobretodo a los jefes conservadores que no estaban de acuerdo con él. Ellos eran algo peor que los “liberales comunistas, bellacos, oportunistas, amigos de indios y negros, sin pudor, ni fe, ni ley”.
En julio de 1965 el “rugido del Monstruo” se dejó de oír pero no se silenciaron las balas que instigó contra quien, a su muy sesgado y cerrado juicio, se las mereciera. Esa doctrina la han abrazado, muy a su conveniencia y a rajatabla, una subsecuente cadena de politicos, mafiosos y delincuentes; que han gobernado y manejado al pais a su antojo, parados sobre una aterradora pila de cadáveres.
Cadena que romperá el gobierno de Petro, humano, progresista y consecuente con el momento histórico que vive.
¡Gracias Pedroluis!
Ese fué la semblanza de Laureano que nuestra madre (liberal toda de rojo hasta su muerte), nos enseñó. Otras frases de Laureano y que es el santo grial de las redes sociales: ” Calumnien, calumnien, que de la calumnia, algo queda”. Otras : “la gleba, el inepto vulgo”. Ojo que ahora saldrá el nieto a demandar por dinero!
Excelente resumen historia negra personajes nefastos de este sufrido pais y, no aprendemos