Leyendeker, Soner Ertek y Pajurek

En ocasiones un futbolista poco consagrado, y que está dando su propia lucha por destacarse en un medio que a veces resulta más que criminal, logra cierta relevancia y su nombre por un día es la portada de todos los diarios, pero no precisamente por sus habilidades o porque consiguió dar el batacazo impensado con un gol que sometió al poderoso frente al modesto. Claro, eso también ocurre, pero será asunto de otra columna.

En este caso particular hay que escribir sobre el pobre Milton Leyendeker, al que su profesión lo ubica hoy como el gran verdugo de la historia. De apellido complicado, Leyendeker perfiló en su vida una situación bien diferente a la que hoy lo cobija hasta la asfixia porque, por ejemplo, su debut en primera división, había sido muy auspicioso: luego de esperar con paciencia la posibilidad de jugar en la A le dieron la oportunidad en un encuentro de Copa Sudamericana frente a Palestino de Chile, vistiendo la camiseta del rosarino Newell´s Old Boys.

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La falta de oportunidades lo envió a un club naciente: Agropecuario, fundado en el 2011 y que ha sonado porque en los últimos años ha ido de a poco escalando posiciones hasta ubicarse en la segunda
división del fútbol argentino.

Era un lugar tranquilo para Leyendeker hasta el jueves pasado cuando la gran oportunidad se transformó en la pesadilla de cada segundo vivido. El zaguero fue confirmado como inicialista del partido de Copa Argentina que enfrentaría al pequeño club contra el mítico Boca Juniors. En una jugada aislada fue muy fuerte contra Exequel Zeballos, un habilidosísimo wing de Boca que es considerado como la perla más brillante de los juveniles en la institución.

Zeballos, que ya cuenta con varias horas de vuelo en la titular Xeneize, y que en su estilo recuerda mucho a Alfredo Graciani -aquel puntero maravilloso, fallecido hace poco ídolo en La Bombonera y que anduvo por Atlanta y Racing-, recibió la patada más cruel en su contra y debió ser reemplazado y de
paso, llevado de urgencia a una clínica, donde el diagnóstico fue devastador: rotura de la parte posterior de la tibia y compromiso de varios ligamentos de su tobillo, lo que lo dejará por fuera mínimo seis meses.

Leyendeker entonces era el nombre a recordar y a grabar en la mente. El defensa, que no ha parado de arrepentirse por su arriesgada acción que desembocó en esa lesión, fue castigado con dureza porque el tribunal de sanciones de la AFA lo confinó a suspenderlo provisionalmente de todas las competencias en las que pueda jugar sin dar un límite de tiempo.

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No es el primero al que le toca enfrentarse con esa clase de momentos: Juan Carlos Pajurek era un delantero que trataba de hacer milagros para conseguir un gol que pusiera adelante a Racing de Córdoba, pero el esfuerzo no siempre se compadecía con la situación de su club en la tabla de posiciones. Y fue en 1986 en un duelo contra Independiente, que se repitió la historia de aquel que termina siendo victimario sin querer. Preciso Pajurek, en una jugada dividida, se estrelló contra Luis Islas, arquero campeón del mundo con Argentina en el Mundial de 1986 y considerado uno de los
talentos jóvenes más importantes en el arco por sus actuaciones estelares con Independiente de Avellaneda.

El resultado: doble fractura de tibia y peroné. Pajurek se convirtió de un momento a otro en el enemigo número 1 de la nación y su carrera se fue diluyendo entre lesiones y aquel recuerdo del que jamás iba a poder desligarse.

Ni hablar de Soner Ertek, profesor de escuela que en sus ratos libres jugaba al fútbol como defensa y en un duelo sin importancia de la Copa de Francia, se encontró con Falcao García para conducirlo al quirófano en un juego entre el ignoto Monts d’or Azergues Chasselay y el Mónaco. Ertek no pudo con semejante dolor y se retiró.

Siempre en el panorama habrá esa clase de historias entrelazadas entre el Goliat benevolente y el David que no será observado como un héroe, sino que cargará con el rotulo de verdugo.

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