Papá, ¿qué es lo malo de fumar marihuana?
Ese cuento de que el que comienza con marihuana da el primer paso para drogas más fuertes es tan cierto como el de que aquel que come chicle le nace una mata de goma de mascar en el estómago.
El ‘coco’ de cualquier educador: las drogas recreativas. Son comentario obligado cuando aparece el tema de la educación de preadolescentes. El temor a que el exbebé, ahora prepúber o púber, se ahogue en la piscina de los estupefacientes es inevitable.
Todos, padres e hijos, pasamos por ahí.
El miedo, desde mi punto de vista, es muy justificado: la adicción a las drogas es un camino indeseable, tanto en lo médico como en lo afectivo. Depender de cualquier sustancia, para estar equilibrado anímicamente, es una invalidez mental inconveniente no solamente para jóvenes, eso incluye a cualquier ser humano.
Se observa que con las drogas pasa lo mismo que con el sexo: los padres le temen al tema y, en consecuencia, lo censuran o limitan a las frases políticamente correctas que se cuelgan en revistas de familia y almanaques.
Hay un mito innombrado por parte de los adultos que se conforma con la fantasía de que si el tema se ignora, va a desaparecer el problema. U otro menos inteligente aun: la ilusión de que con un par de sentencias lapidarias, dichas en tono ‘veintejuliero’ desde la cabecera de la mesa, la hija o el niño van a quedar blindados contra el consumo de drogas: “Es que todos los que fuman esa vaina son unos degenerados”, “la droga es un cáncer”, “El que comienza con marihuana da el primer paso para drogas más fuertes”.
El vocero de estas sentencias siempre las dice en una tribuna en la que los receptores del mensaje lo sientan como una casualidad, “pero que vayan sabiendo en lo que se meten”. Este mismo profeta, cuando se trata de, realmente abordar el tema de manera puntual, se acobarda y lo evade. Suponen que si lo tocan con la niña o el niño preadolescentes —‘y así pasa con el sexo’—, les van a poner temas en los que aún no han pensado y temen que sean ellos mismos, como padres, quienes los precipiten al “vacío infernal del sexo y las drogas”. ¡Plop!, como dice Condorito.
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Buena noticia o mala, ustedes deciden, pero pueden estar seguros de que el tema del sexo y las drogas, como el resto de los que tienen que ver con la vida misma, llegan a la mente del humano por múltiples eventos en los cuales, en la mayoría, los padres no están presentes. Sexo, drogas, violencia, desafecto, corrupción, muerte, dolor… en fin, la vida, no son excepciones, son parte de la ella.
El individuo, a la edad que le tenga que pasar, se ha de encontrar con los hechos reales. Estos no tienen censura. Si la tuvieran, seguramente pondría filtros para que los menores de 7 años no pudieran ver o percibir la violencia intrafamiliar a la que millones están expuestos, sin ninguna censura.
Es una paradoja, porque en el mundo contemporáneo se han refinado complejos sistemas de bloqueo para que los menores no se topen con ciertos contenidos en las pantallas digitales, por ejemplo, y si bien es cierto los sistemas de censura dan la sensación de higiene mental, es una sensación fantasiosa, porque, la vida misma, la que el niño o la niña se encuentran en la calle, en el colegio, en el transporte público, en su misma casa, no tiene detectores de edad; ella se va presentando como tenga que ser y la clave no está en ignorarla, en disfrazarla o mirar para otro lado; la única salida es mirarla a los ojos.
Las drogas son una realidad que está a la misma distancia que cualquier otro hecho del devenir humano. Ignorarlas es inútil, prohibirlas, también; y digámoslo de una vez por todas: a las drogas hay que darles la cara para entenderlas, saber qué efecto producen y, sobre todo, por qué se consumen.
No me voy a meter en el problema de opinar sobre si se deben permitir o no; esto es asunto personal e intransferible, con lo que sí me comprometo es con la postura de que la prohibición y la negación son acciones nulas; si así no fuera, ya se habrían erradicado.
De las drogas hay que hablar con honestidad. Venderlas como el elíxir del demonio es muy peligroso. El sentimiento de miedo y de culpa en un preadolescente lo puede llevar a tomar medidas originadas en la vergüenza que no son deseables.
Y, ojo. Ese cuento de que el que comienza con marihuana da el primer paso para drogas más fuertes. es tan cierto como el de que come un chicle le nace una mata de goma de mascar en el estómago y se le salen las ramas por las orejas. Un mito así, en un carácter débil, lleva a la vergüenza, a la mentira, a la drogadicción o al suicidio.
Entonces pregunto, ¿será mejor vender miedo y mentiras, de que son un tóxico?, ¿o será mejor vender conocimiento y realidades que promuevan la conciencia y el amor propio?
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7 Comentarios
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Excelente reflexión: mirar la vida a la cara es la única solución y el primer paso a un diálogo sensato con nuestros hijos.
Interesante punto de vista para iniciar una conversación con los hijos sobre el tema y lo cierto de sus anotaciones.
Gracias por esa inducción