Los locos bajitos
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
Nuestros rencores y nuestro porvenir
Por eso nos parece que son de goma
Y que les bastan nuestros cuentos
Para dormir…
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
Sin saber el oficio y sin vocación
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
Con la leche templada
Y en cada canción
Este fragmento del tema de Serrat, con el mismo nombre de la columna, es parte de una exclamación anónima en nombre de los niños, esos niños que se cruzan por entre nuestras piernas en la fiesta de cumpleaños de la abuela, los mismos que salen de debajo de la mesa del comedor y que se mimetizan con los árboles y las cortinas, los niños a los que se les ocurren las peores ideas desde el punto de vista de los adultos, y las mejores desde su imaginación y curiosidad irrefrenables. Los locos bajitos por cuenta de su estatura se hacen invisibles para los gigantes que pueblan su mundo.
Lo olvidamos, pero la imagen que un niño tiene de su universo es la de un habitante en una tierra de gigantes. Desde que nacemos hasta más o menos los siete años habitamos un planeta en el que tenemos que mirar para arriba, los dueños del asunto nos superan en dos tercios de nuestra estatura, nuestro peso y nuestra masa muscular, y además tienen las claves para todo lo esencial: el alimento, el cobijo, la seguridad y el afecto.
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Nacemos en un mundo de gigantes a los que necesitamos y a la vez tememos, son el referente de la supervivencia, desde nuestra baja ubicación, cuando somos niños, observamos con intensidad a los gigantes de los que depende nuestra vida, por eso aprendemos por imitación, porque es mirando al “gigante” que grabamos las acciones que intuimos necesarias para sobrevivir.
Los imitamos en todo, por eso caminamos, comemos de determinada manera y ciertos alimentos, porque vemos a los gigantes hacerlo ellos mismos, repetimos, repetimos, repetimos, es inevitable. Se conoce ampliamente el resultado de un perro cachorro que teniendo sus cuatro extremidades en perfecta condición caminaba con una pata encogida y paralizada debido, únicamente, a que su madre era paralítica de una de sus patas.
De mi hija Valentina se dice que la pobre camina igual a mi, ¡lo siento!, pero era inevitable, me veía caminar y así se aprende, tanto a caminar, como a comer, como a asearse y, lo más significativo, a pensar.
Los locos bajitos
Los locos bajitos jugando a “la lleva” por entre nuestras piernas y las patas de las mesas lo que más hacen, involuntariamente, pero certeramente es oírnos. ¡Nos oyen!, y los adultos hablamos, y hablamos, y hablamos sin la menor conciencia de que estos personajes de menos de un metro de estatura están oyendo, grabando y tallando.
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Emitimos juicios, sentencias, críticas, alabanzas, teorías, calificaciones, exclamaciones, muchas de ellas, la mayoría, sin la menor consciencia de que los “bajitos” están oyendo y, lo más importante, están recibiendo afirmaciones fuera de contexto. Ese chiste inofensivo del tío bonachón que por salir con un gracejo, y sin creer en lo que dice, asevera que en su casa “negro ni el teléfono”, por ejemplo, siembra en la mente vulnerable de un oyente infantil un germen que se asienta en la base de su sistema de valores, y, suponiendo lo mejor, lo que de parte del tío era un chiste, por estar fuera de contexto en la mente del pequeño, se convierte en postulado.
Los valores no se implantan con el discurso lorudo de padre y madre, se siembran con la conducta cotidiana, con el discurso espontaneo, con el ejemplo, por acción o por omisión, así es que se forman los valores en la mente humana. Los pequeños bajitos van a aprender y a imitar, eso es inevitable, la pregunta esencial es ¿Qué tan conscientes son los adultos responsables del modelo de valores que están proponiéndole a los “bajitos”?, porque, digámoslo de una vez por todas, la “lora” paterna sirve para construir obstáculos de comunicación, la verdadera educación viene con el ejemplo espontaneo de cuando nos ven actuar y nos oyen hablar sin estar pensando en ellos.
Foto de portada: Edi Libedinsky de Unsplash
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Bella esta columna, siempre nos trae a los padres un importante recordatorio de cómo nos miran y miraron esos “locos bajitos”.
Lindo artículo
Cierto es nuestro ejemplo el que los guía a los “Locos bajitos”