Los pesos y contrapesos en democracia
No le temamos a que se dé una alternancia real en el poder y lleguen sectores que nunca se han sentido representados. Así no compartamos muchas de sus ideas, formas u origen, esa es la democracia.
A quienes perdimos el pasado 29 de mayo y no tenemos el candidato de nuestra preferencia en la contienda electoral, sabemos que elegir a Rodolfo Hernández nos traerá el odio de medio país y si elegimos a Gustavo Petro logrará el mismo efecto en la orilla contraria, pero peor suerte tendríamos si nos decidimos por el legitimo voto en blanco que sería castigado por todos.
Lo que esta en juego no es nada menor en esta ocasión, aunque aparentemente el pueblo colombiano derrotó al candidato de Iván Duque y su titiritero, las maquinarias y partidos tradicionales; no podemos olvidar que Colombia es hasta hoy un país profundamente conservador que tiene en sus entrañas la derecha de antaño, esa que quiere perpetuar la guerra y no le apuesta nada a la paz.
Como decía Luis Carlos Galán, las naciones tienen conciencia colectiva y ninguna corre la misma suerte que las otras. Sin embargo, en nuestra patria aún falta mucha madurez, pero parece que una semilla empezó a germinar, pues finalmente fuimos 15 millones de colombianos que le dijimos no al continuismo.
Ahora el problema radica en ¿quién y cómo gobernará lo ingobernable? Sea quien sea que llegue a la Casa de Nariño, no la tendrá fácil. Encuentra un país violentado, con bajísimos índices de confianza institucional y más dividido que nunca, sin hablar del hueco fiscal. Para ello, necesitaremos una persona ecuánime, moderada, capaz de conciliar y negociar lo innegociable, pero sobre todo muy conocedor de lo público y con suficiente bagaje político para tomar las riendas de nuestra briosa patria.
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No obstante, ninguno de los candidatos coincide con esos rasgos de personalidad y aunque el carácter y lo humano son factores esenciales y determinantes en un liderazgo, en este caso, nos tendremos que apartar para tomar una decisión eminentemente técnica y que ataña a la objetividad para equilibrar la balanza.
Como docente constitucionalista por más de una década, daré mi opinión y me basaré en sólo tres criterios. Sea lo primero y primordial salvaguardar la Constitución de 1991, ley de leyes, norma de normas, no podemos elegir ni de riesgos a quien se pase la ley por la faja o pretenda hacerlo; quien desconoce la misma no puede pensar en ostentar la dignidad de jefe de Estado, jefe de gobierno, máxima autoridad administrativa y comandante en jefe de las Fuerzas Militares.
Recordemos que la rama ejecutiva hace referencia a quien ejecuta la ley, es decir, a quien la hace cumplir, no aquel que a su conveniencia hace decretos para torcerla [como el Decreto 2002/2002]. Necesitamos garantías en el equilibrio de poderes, no un presidente que termine legislando, para eso esta el Congreso. Ni tampoco uno que termine amenazando a la rama judicial, pues la intromisión en ella desbalancea la colaboración armónica que debe protegerse.
Segundo, la educación pública debe ser sagrada, en un país como el nuestro, el único camino que nos queda para una verdadera transformación como nación es apostarle al conocimiento y desarrollo de capacidades para la ciudadanía. Quien no se educa, esta condenado a la pobreza, él y cinco generaciones más. Debe preocupar de sobremanera quien pretenda desinstitucionalizar la misma en vez de fortalecerla privilegiando la ciencia, la tecnología y la innovación.
En tercer lugar, Colombia no es una ínsula o islote, los servicios diplomáticos y consulares son fundamentales para las relaciones internacionales y los procesos de integración regional.
Aproximadamente, 4,7 millones de colombianos viven en el exterior y nuestro país es parte del mercado mundial, tenemos vigentes 17 tratados de libre comercio sin contar los demás instrumentos internacionales que nos cobijan y los organismos supranacionales a los que pertenecemos, no podemos darnos el lujo de acabar ni reformar los mismos y mucho menos escoger a quien desconoce los problemas globales que nos abocan, como por ejemplo el Acuerdo de Escazú, el tratado ambiental más importante de la década.
Así la cosas, una Colombia del siglo XXI requiere en el timonel a quien esté en consonancia con las nuevas realidades y sea capaz de derrotar a la clase política tradicional que no ha permitido avanzar las ideas liberales y no quien, para ganar tenga que apalancarse en ellas. Uno que entienda [o al menos lo intente] que las mujeres somos quizás la agenda más importante, la igualdad de género y el empoderamiento femenino es un fundamento para que un Estado tenga prosperidad y sostenibilidad. No quien desconozca el feminicidio y la deuda histórica por mayor posicionamiento laboral de la mujer.
Escojamos el candidato con el que podamos ejercer la democracia participativa que a la larga nos permita hacer control político, salir a protestar si se requiere de manera pacífica; aquel al que los poderes (legislativo y judicial) lo mantengan al margen y no aquel que termine en un contubernio con uno de ellos y mucho menos con el brazo armado porque ese sería un verdadero peligro.
Finalmente, estamos frente a la elección de la más alta dignidad de lo público, hay un país que ha sido abandonado por el Estado durante décadas y ese país [mayoritariamente el pacífico] tiene la venia de un candidato; las mayorías decidieron y ojalá opten por lo que le haga bien a la democracia y, por tanto, a Colombia. Yo me solidarizo con ellas y sus reclamos por una justicia social.
No le temamos a que se dé una alternancia real en el poder y lleguen sectores que nunca se han sentido representados. Así no compartamos muchas de sus ideas, formas u origen, esa es la democracia. Temor debemos sentir por quien desconoce lo público, la ley, el funcionamiento del Estado en toda su envergadura y se encuentra imputado por uno de nuestros peores males: la corrupción.
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6 Comentarios
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Excelente análisis, el candidato Petro es el que mejor representa los intereses de un pueblo olvidado y dividido, nadie puede negar su conocimiento de lo público y democráticamente es el que más votantes tiene a su favor, gente que clama de verdad por un cambio.
Con la firme convicción de que lo que necesita este país es confianza en las instituciones, empezando por la Constitución y una gobernanza orientada por acciones legítimas en términos de equidad, coincido en que el cambio tiene que garantizar un bienestar común orientado a un cambio sostenible. La educación es una bandera que nos permite seguir viviendo en una sociedad más justa. Gracias por dar línea ideológica en esta contienda en la que lo más importante es ser elocuente.