Petro, ¿un presidente sonámbulo?

Petro no solo busca detener el tiempo, sino algo peor: ¡reversarlo, echarlo hacia atrás, arr!

Gira el tiempo, y lo que estaba arriba, más tarde se encontrará abajo; y viceversa. Gira el tiempo, y lo que antes era nuevo ahora se encuentra vetusto. Gira el tiempo, y alguna izquierda política de hoy se confunde con la derecha de ayer. Esto es lo que ocurre en la presente campaña electoral: lo que hace unos años era programa del establecimiento, de la derecha, y que fue abandonado por haberse superado, ahora resucita en las propuestas de Gustavo Petro.

Eso se llama ser reaccionario.  Petro no solo busca detener el tiempo sino algo peor: ¡reversarlo, echarlo hacia atrás, arr! Retornar a lo que se envejeció, a lo abolido, a lo reemplazado porque así lo exigieron las nuevas y mejores iniciativas.

Esta condición de reaccionarios la comparten Petro y Trump. Personalidades que se diferencian en casi todo lo demás, pero que se parecen en cuanto a lo autoritarios que son y que, además, coinciden en que hay que regresar al pasado. ¿Recuerdan a Trump predicando eso de retornar a Estados Unidos otra vez grande?

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Las propuestas del candidato Petro representan una fuga hacia el pretérito. Por razones de espacio, profundizo solo en una de ellas. Dejaremos para después otras que insisten en regresar a ciertas posturas rancias, como aquellas en materia de pensiones, de salud, del no metro de Bogotá, de los tratados de libre comercio, de la independencia del Banco de la República, de la iniciativa para combatir el hambre, de la no exploración petrolífera… todas ellas un álbum reaccionario que nos reintegraría a un sistema superado y abandonado por casi todos los países: el proteccionismo como pasado.

Trump insistió en producir en el interior y comprar lo nacional. Parecido a Petro, quien ha propuesto subir los aranceles para proteger la producción nacional. Un recorderis (aviso de advertencia): eso fue algo que aplicó Carlos Lleras y que resultó un fiasco. Estamos hablando de 1966, o sea 56 años hace. Bienvenidos al pasado.

En esa época (aquí me acepto mis adustos y ceñudos años, que me habilitan para rememorar) me correspondió presenciar varios procedimientos para conseguir la tal protección mediante el alza de aranceles. Un producto concreto: el hidrosulfito de sodio, conocido por los paneleros como el “clarol” era utilizado para fabricar panela, producto esencial y popular, en esa época, y también hoy, presente en el condumio de los sectores más pobres.

El procedimiento era sencillo: se elaboraba un estudio sobre el monto del arancel necesario para que el producto nacional pudiese competir con el extranjero. En ese evento concreto, el del hidrosulfito, resultó que debía ser de 180 por ciento sobre el  precio internacional. El dueño del proyecto le ordenó al autor del estudio: “ajuste las cifras para que el arancel justificativo sea del 230 por ciento para que así podamos ponerle un precio todavía más alto”.

Implantado el nuevo arancel, las importaciones de hidrosulfito se hicieron imposibles; los fabricantes nacionales lo pudieron producir, pero como el precio de este insumo se elevó, el precio de la panela también se reajustó, y,  ¡oh final infeliz!: la humilde “aguepanela” fue más costosa. Los empresarios ineficientes, así protegidos, fueron los únicos gananciosos. Algo casi criminal.

“Dedícate a aquello en lo que eres más eficiente y véndelo, y compra aquello en lo que eres menos eficiente”.  Hace muchos años, en la sabana de Bogotá se cultivaba un magro y costoso trigo. Vinieron las flores, más eficiencia y productividad; se exportaron; hubo más dólares; se importó más trigo más barato. Y el pan lo fue también. ¿Volveremos a que se cultive un trigo nacional,  más costoso, protegido por los aranceles de Petro? Pan más caro.

Los aedas, juglares y poetas, simpáticos nefelibatas y fantaseadores,  que lo pudieron ser reaccionarios, por lo demás románticos y nostálgicos del ayer; que les cantaron púdicas melodías a la brumosa luna de los remotos tiempos idos (Jorge Manrique: “recuerde el alma dormida… que todo tiempo pasado fue mejor”); eso lo pudieron suspirar, hasta con belleza irresponsable y nefelibatamente. ¡Ellos sí, pero Gustavo Petro, no! León de Greiff, si pudiera atisbar a Petro, le entonaría: “Matías Aldecoa, juglar, nefelibata, por cuyo verso ríspido… riela un dolor que presto se esfuma”. Esas iniciativas son tan ríspidas que generan un dolor popular que no se esfumará fácilmente.

Alguien, con mucha autoridad en estas cuestiones de gobierno y de sensibilidad política y social, como Franklin D. Roosevelt, definió al reaccionario “como un sonámbulo que retrocede.”

Gustavo Petro es una persona inteligente, celebrado orador, probado estratega electoral, brillante en la oposición y los debates. Por algo está en donde está, ya que, como se dice del agua, algo tiene desde que la bendicen.  Pero todo lo anterior no lo habilita, de por sí, para ser un buen presidente.

Einstein, el mayor genio de la física moderna, cuando le ofrecieron la presidencia de Israel, no aceptó; con prudencia respondió: no me considero competente para tal ocupación. Y era un genio. A Petro, más aun lo descalifica eso de lanzar propuestas peligrosas, sin reflexión alguna, como un sonámbulo que retrocede y trata de hacernos retroceder. La malicia popular asegura: “el que trata de salir se asoma”. Y yo añado: y también deja ver cuál será su “pinta”…. si sale.

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