‘Madres paralelas’ de Pedro Almodóvar: el origen revelado
Unas pocas salas de cine colombianas están exhibiendo ‘Madres paralelas’ antes de su estreno en Netflix. La más reciente película de Almodóvar lleva el anhelo de verdad del melodrama hasta sus últimas consecuencias. Una pregunta por los orígenes familiares que, para el caso de España, llega hasta una indagación por el origen de la nación.
Hay algo a la vez reparador e inquietante en el más reciente cine de Almodóvar. La simpleza en su forma de contar y la facilidad con que logra engancharnos en dramas cada vez más escuetos, se acompasan con una plena conciencia del artificio. Su puesta en escena (planos, colores, luz, locaciones, actuación) es de gran simetría. Y, por otro lado, las películas fluyen como si aquella eficacia fuera natural. Parece superficial (muchos han dicho, por ejemplo, que su forma de abordar en Madres paralelas el grueso asunto de la memoria histórica en España es bastante frívola). Creo todo lo contrario: tiene la rara virtud de decir mucho con poco. Logra la maestría de condensar.
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En Madres paralelas Almodóvar no tiene reparos en acercarse a los tópicos más arcaicos del melodrama, y sale bien librado porque lo sostiene una pulsión desmedida por exponer y desnudar, y un deseo vehemente de ser sincero. En esta película hay dos madres que parecen construidas con fórmulas calculadas para generar contrastes. Una mujer en los 40 y otra que no llega a los 20 coinciden en una sala de maternidad. Están dando a luz. La una sabe quién es el padre de la bebé que espera. La más joven no. La situación parece orquestada por un prestidigitador tramposo. Y sin embargo es creíble. Pocos directores como Almodóvar son capaces de hacernos entrar sin defensas en el pacto ficcional que nos propone, por improbable que sea.
A partir de ese sustrato básico, el de dos madres solteras que ven nacer a sus hijas juntas, Almodóvar empieza a concebir su propia revuelta del melodrama, o quizá su llegar hasta las últimas consecuencias de este estilo o marco para interpretar el mundo. Hay dos grandes asuntos, entre otros, en el melodrama. Por un lado, la pregunta por los orígenes. Quiénes son realmente nuestros padres y madres. De qué secretos y silencios familiares venimos. Y por otro, y relacionado con lo primero, la sospecha insidiosa de que una verdad se nos oculta siempre, que todos mentimos, pero también la certeza de que si sabemos leer bien los gestos –de disimulo y encubrimiento– siempre encontraremos algo que nos concierne, una respuesta o una liberación.
Cualquier melodrama íntegro es también una investigación, una encuesta sobre un crimen, o sobre ese acontecimiento oscuro que nos fundó como sujetos. No es pues de ninguna manera descabellado que la otra gran trama presente en Madres paralelas sea la memoria histórica, y una muy concreta: las cuentas por saldar y verdades por saber de la Guerra Civil española, el trauma sobre el que se creó la España moderna.
Una de las madres (la interpretada magistralmente por Penélope Cruz) es descendiente de desaparecidos y lo asume. Para encontrar a ese antepasado borrado, haría suyos los versos de Miguel Hernández: Quiero escarbar la tierra con los dientes. Aunque lo hace indirectamente: el padre de su bebé es un antropólogo forense. La madre más joven (una siempre asombrada actuación de Milena Smit) no se quiere enterar mucho del pasado. Y sin embargo, a esta mujer aparentemente desconectada de la realidad, también la asedia su propio deseo de verdad. El drama pasional y el drama nacional se miran a la cara, como en Nostalgia de la luz, del chileno Patricio Guzmán, se encontraban el drama político y el drama cósmico de los cuerpos desaparecidos. Solo la verdad, por incómoda que sea, libera.
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Puede parecer ingenua esta noción de verdad. ¿Un esclarecimiento pleno es posible? ¿La verdad histórica que compete a una sociedad entera no es acaso tan gris como las verdades individuales en las que creemos para andar por la vida? ¿No se trata siempre de narrativas y relatos parciales en donde siempre hay un ajuste entre lo ideal que se anhela y lo posible que se acepta?
Sucede que, del centro de su desencanto y de su manera descarnada de afrontar la realidad, en Almodóvar emerge un utopista. Al contrario que en los melodramas más rancios y tradicionales, no hay en los suyos un retorno al statu quo. No se restablece la familia después de ser cuestionada; surge, en cambio, algo nuevo que es mucho más que una versión tribal de los afectos. En las películas de Almodóvar vemos el nacimiento de comunidades inesperadas en la falta y la desdicha. Madres paralelas sostiene la promesa de una familia ampliada, empática, tolerante, plural, por venir.
Quizá Almodóvar, ya viejo, observa con una mezcla de recelo y ternura sus tiempos de juventud y su cine de entonces. La Movida madrileña y otras movidas regionales fueron de muchos modos una cultura oficial que favoreció el olvido mediante una inmersión en una vida loca y abierta a abrazar, por fin, lo moderno, tan esquivo hasta entonces para España. La contracultura de la transición a la democracia –en los años setenta y ochenta– pasó la página del pasado demasiado rápido. ¿No fue aquella promesa de una fiesta interminable el producto de una falsa tolerancia? Quizá por eso para nosotros, latinoamericanos, ajenos a esa historia fundacional de la Guerra Civil y la posterior dictadura de Franco, las películas de Almodóvar fueron plenamente catárticas. Las vimos sin contexto. Y las gozamos sin culpa.
Almodóvar es muy lúcido para no recapitular lo vivido y mirarlo con distancia, como ya vimos en Dolor y gloria. El cineasta adulto que es ahora, es inseparable de un sujeto ético que quiere hacer las paces no solo con su propio pasado sino con el de su país. ¿Son ambos pasados excluyentes? Esta última película del cineasta manchego nos dice claramente que no. Somos hijos de dos madres y cada una reclama lo suyo.
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Bien interesante