La máquina de clonación de Maradona
Hoddle, Reid, Butcher, Fenwick y Shilton quedaron colgados en la foto postrera. Ellos terminaron siendo escalones necesarios -y víctimas también- de la obra futbolística más hermosa vista en una Copa del Mundo: el famoso gol que anotó Diego Maradona en 1986 contra Inglaterra en cuartos de final.
Fue tan grande la gesta, fue tan gigante ese poster en el que, con un puntazo seguro a la mano izquierda del desparramado Shilton, que el “Pelusa” de esos tiempos culminó la metamorfosis que le sacó la careta de humano y le revistió el atuendo de dios. Porque a veces esas jugadas son susceptibles de aparecer en los pies de un futbolista promedio y es por eso que Maradona ahí marcó su propia diferencia porque difícilmente -de pronto en estos tiempos, Messi– haya existido un futbolista capaz de haber usado tanto papel carbón en sus ejecuciones, que eran únicas, sin duda, pero que contaban con réplicas muy cercanas a su obra máxima. La lógica del genio: clonarse a sí mismo.
Puede leer también de Nicolás Samper: Rebeldía cero
Porque en 1980 en Pereira, Diego -que estaba en tránsito de volverse “Pelusa”-, fue la primera vez que decidió empezar a esquivar humanos como si fueran conos de entrenamiento. Él mismo, en una entrevista con Pablo González en medio de su reclusión cubana, dijo que en realidad ese tanto en Colombia había sido el techo estético de su obra, en tiempos en los que estaba lejos de verse lo que en realidad terminaría siendo su cénit. Las leyendas y los mitos sobre aquel gol cesaron cuando, un día, las imágenes borrosas de aquella anotación fueron rescatadas hace pocos años, porque los que vieron ese instante en vivo, desde la tribuna, entendieron que la capacidad de sorpresa no se esfumó nunca, al verlo emprender el mismo camino de aquel Deportivo Pereira-Argentinos Juniors (empataron 4-4) en la ronda de eliminación directa ante los ingleses en el Estadio Azteca. Lo que cambió fue el costado de la jugada -terminó por la izquierda su danza en Colombia-, mientras que en México 86 inició su ballet por derecha y definió en el mismo sector. También fueron otros los colores de las camisetas: unas con el león y la rosa, las otras, con cuello redondo, hombros naranjas, pechera amarilla y sponsor de Suzuki.
Y era tan genial a la hora de imitarse que, en semifinales contra Bélgica, de nuevo lo volvió a hacer: tomó el balón, se llevó en tsunami las camisetas rojas de los belgas, incluso haciendo claudicar al incombustible Eric Gerets -el único que alcanzó a aguantar el ritmo de Diego- y que no pudo evitar el zurdazo al segundo palo de Jean Marie Pfaff.
Puede interesarle: A los hinchas que se los lleve el diablo
En aquel inolvidable 1980 y con el antecedente de su gol al Pereira, se lanzó a explorar su propia cumbre, pero esta vez en Wembley, en el marco de un amistoso entre Inglaterra y Argentina. El 10 tomó la pelota luego de una salida en defensa de Jorge Olguín -aquel magnífico lateral de Argentinos Juniors- y de tocarla al costado derecho para Juan Barbas. Como un enjambre le cayeron dos volantes para marcarlo y los descontó con un pique corto. Lo mismo pasó con dos zagueros que fueron al corte. Los desairó, los ridiculizó, como en las persecuciones que aparecían en la toma final de El show de Benny Hill. Faltaba un obstáculo: Ray Clemence, el portero. En el instante que Clemence salió angustiosamente para atorar su ímpetu, Diego la tocó con su pie al segundo palo de la portería y la pelota le susurró al oído al palo izquierdo antes de irse fuera del campo.
En ese justo instante nació el gol de 1986. La jugada estuvo bien -le dijo, su hermano, Lalo- pero debes definir al palo del arquero, sin cruzarla. Le hizo caso seis años después. Y el cover -que en la música pasa poquísimas veces, así como en el fútbol- resultó mejor que el original.
Foto de apertura: AFP
4 Comentarios