María Jimena Duzán, ¿ciudadana o periodista?
El abono que Gustavo Petro le está aportando a la macabra apuesta de que una María Fernanda Cabal llegue a ser opción presidencial dentro de tres años es contundente. Digo una María Fernanda Cabal refiriéndome no una persona sino a una personalidad, porque ese grupo de intereses creados al que llaman ‘derecha‘ hay muchas Marías Fernandas Cabal.
Ser como ella no exige gran cosa: se compone de una gran dosis de ignorancia, con un buen gramaje de intereses personales superiores a cualquier aire de ética. No se necesita pensamiento, basta con tener locuacidad ramplona e incendiaria y, además, una chequera infinita de dudosa reputación.
De esos hay muchos en el Centro Democrático. Y en Colombia. Ya los veremos mordiéndose la cola entre ellos mismos apenas aparezca el tiempo para organizar campaña presidencial y tengan que arrastrar toda su dignidad para obtener el favor del hombre de los 6.402 asesinatos.
El punto álgido es que a uno de esos roedores del poder Gustavo Petro le está poniendo la alfombra roja.
En mis 63 de mirar el paisaje nacional, desde niño, siempre oí y luego supe que en el Gobierno había una ficha, más o menos pelele, de un círculo abusivo poderoso de perversos privilegiados que se apropiaron de lo que les dejó Bolívar (el libertador) y Santander (el leguleyo) para que se solazaran oprimiendo a una millonada de indígenas, campesinos y mestizos a los que nunca habrían de educar, para tenerlos como zombis, caminando infinitamente para que parezcan que están vivos, pero que, en realidad, son una masa crítica de fuerza laboral, consumo y votos.
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Al primero que conocí fue a Carlos Lleras Restrepo, a mis 8 años, el cómplice del robo a las elecciones de Rojas Pinilla y necesario calanchín de la presidencia de Misael Pastrana, gran tragedia de la historia nacional.
Crecí en el microclima de la gente que soñaba con un gobierno con sentido social, al servicio de la ciudadanía, y no de sus propios intereses y billeteras. Soy testigo del appeal que causaba un M-19 como movimiento subversivo con tornasoles de Robin Hood. Muy de cerca observé la esperanza que sembró Jaime Bateman entre la clase media con la quimera de construir una nación más justa. Padecí los asesinatos de Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal.
Viví, día a día, minuto a minuto, el exterminio impune y silencioso de la UP; presencié —por televisión, casi en directo— la toma del Palacio de Justicia y sentí, de manera concreta, el cambio de un rumbo que ya era pésimo a uno aún peor. La guerrilla se prostituyó y el Ejército tuvo una buena razón para celebrar su orgía de odio y sangre; y soy testigo y víctima de la llegada al poder del sub iudice eterno Álvaro Uribe Vélez. Por eso puedo decir, sin la menor duda, que conozco entrañablemente la quimera de la izquierda.
Voté por Petro y no me arrepiento. Lo que yo quería que pasara está pasando, y lo repetiré sin cansancio: hay que condenar a los asesinos de, por lo menos, 6.402 hijos de familias desgraciadas por los gobiernos de la conducta uribista, muy proclive a la corrupción y a la muerte.
Muy secretamente lo confieso: tuve un atisbo de esperanza —no mucha— acerca de la acción gubernamental de este presidente de izquierda. Me emocioné, con nudo en la garganta, cuando vi a una mujer negra en el palco del poder de la Casa de Nariño, sentí júbilo de ver al mismo pueblo que aparece en las fotos del 9 de abril del 1948, esta vez, triunfante, celebrando que por fin se abría un tiempo para ellos.
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María Jimena Duzán, ciudadana antes que columnista (aquí no incumbe la periodista porque no es pertinente al asunto puntual), en uso de su legítimo e incuestionable derecho compartido con todos los colombianos, le hizo una pregunta justa, motivada y oportuna al caudillo elegido en 2022.
Ella, no en su fuero de periodista, porque una cosa es la información y otra la opinión, eleva una pregunta basada en hechos y rumores acerca de las salidas en falso de Petro en su gestión desde que duerme en la Casa de Nariño. Eso es lo que hizo la columnista. Ella no presentó una investigación y mucho menos una conclusión. María Jimena, en su legítimo derecho de ciudadana, elevó una pregunta, una hipótesis y una recomendación.
“Buscando explicaciones sobre por qué usted anda tan atrincherado, me encontré con una posible causa: hay fuentes que me aseguran que las razones de sus desapariciones, las cuales se han vuelto cada vez más frecuentes y prolongadas, tendrían que ver con que usted ha querido mantener oculto un problema de adicción. Si eso es cierto, debería sincerarse, primero con usted mismo, y luego con el país que lo eligió, y contarnos lo que le sucede”.
Me amparo en la lógica elemental de un bachiller: ¿lo anterior es una afirmación o una pregunta cerrada?
Aquel que encuentre una acusación podría volver al colegio y repetirlo todo.
Técnicamente, hablando lo que expresa Duzán se llama pregunta cerrada. Ella no concluye y ese es el bello detalle. Hilando fino se le puede señalar a la escritora de estratégica, pues ante su pregunta los áulicos, fanáticos, obsecuentes, y descriteriados que, hasta hace pocos días la aplaudían, salieron de cualquier compostura a insultarla, atacarla, descalificarla y amenazarla por cuenta de haber hecho una pregunta a la que lo único cierto que correspondía era una respuesta satisfactoria.
El café podría ser, siempre y cuando nos expliquen y justifiquen por qué tomar la bebida nacional, a Petro en particular, le produce “estados de fuga”. No se tienen antecedentes de que un tinto (sí un perico) produzca delirios comparables con los de sustancias diseñadas para perder la conciencia. Por eso la respuesta vacua e insuficiente de Petro, en lugar de cerrar la inquietud, la amplifica.
El que nada debe nada teme. El que sienta que un rumor falso le está deteriorando su objetivo de vida debe y tiene que ejercer la obligación consigo mismo y, en este caso, con todos los colombianos, de disipar el rumor y la duda. Porque lo de los rumores es cierto: los he oído de personas de alta confidencialidad y confiabilidad que fueron testigos oculares y presenciales de desmanes de Petro por cuenta de… hmm, ¿café?
También, de este columnista: La única salida
Les recuerdo (porque a las huestes del líder del cambio se les olvidó) que Gustavo Petro, presidente de la República, es nuestro empleado, así les guste o no, como lo dijo la cada vez más distraída Francia Márquez, “de malas”. Pero es una verdad probable e irrefutable. Gustavo Petro es nuestro empleado, y como conozco la pobreza de sus argumentaciones, aclaro que el que sea nuestro empleado no autoriza a que le podamos dar órdenes, pero si conmina a su obligación de rendirnos cuentas.
“De malas”.
Lo que hizo la columnista fue hacer uso del derecho inalienable que todos los ciudadanos tenemos de hacerle preguntas al funcionario que trabaja para dirigir al país y al que elegimos como nuestro empleado por cuatro años, concernientes a cualquier conducta suya que afecte, directa o tangencialmente, el devenir y el destino de sus conciudadanos, ¡hayamos votado por él o no!, y exigirle que nos rinda cuentas por su gestión en un cargo cuyo ¡único! deber es con la ciudadanía.
Chapeau, María Jimena.
Guayabo
Leer y oír colombianos pontificando sobre el ancestral conflicto del Medio Oriente, en este caso, en el territorio palestino israelí, me recuerda la sabiduría nacional en golf cuando un patriota nacional descolló en esa disciplina, la erudición criolla cuando Montoya corría Fórmula 1, la sapiencia de boxeo en los tiempos de Pambelé.
Audacia se requiere para hablar con propiedad de una dimensión histórica de cientos de siglos cuando no tenemos la menor idea, ni siquiera, de cómo sacar este país de una guerra de doscientos años. La libertad de expresión se protege cuando se la sabe defender.
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4 Comentarios
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Hizo su pregunta desde un medio de comunicación muy periodístico, no en un blog ni en una red social. Les deja la responsabilidad de los señalamientos a unas “fuentes” que, como periodista, le debieron ser suficientemente creíbles como para hacer la carta. Eso era suficiente para hacer una denuncia periodística. Pero no lo asegura, ya que las faltas de disciplina del presidente, ni siquiera en conjunto, son signos inequívocos de adicción. Fue una preguntanta cerrada y también hipócrita.
Esta nota es bastante idiota. De la carta de esta señora , amante de judíos, no se desprende que existe una adicción a drogas…
Lo único que está suficientemente claro y demostrado es que “el caudillo” NO es un adicto al trabajo