Conversaciones con mi mascota sobre ‘El matrimonio de los peces rojos’ de Guadalupe Nettel

A través de una conversación con su perra, el autor de este texto evalúa la representación de lo animal en un libro de cuentos de la escritora mexicana Guadalupe Nettel.

Por Jerson José Hernández de la Cruz

Todo está listo. En mi escritorio tengo los cuentos de Guadalupe Nettel, los apuntes de mi cuaderno, esfero y resaltador. En la pantalla, la página en blanco. En mi cabeza esa frase de Piglia como una polilla que revolotea alrededor de una lámpara: “Un artista es aquel que nunca sabe si va a poder nadar: ha podido nadar antes, pero no sabe si va a poder nadar la próxima vez que entre en el lenguaje”. ¿Nadaremos? Hay que averiguarlo. Acaricio el teclado con la punta de los dedos. Como tantear el agua de una piscina. Cuando voy a teclear las primeras palabras unos golpecitos en la puerta me detienen. Pandora, mi mascota, entra en mi cuarto sin pedir permiso y merodea la silla donde estoy sentado. Pronto eleva sus patas delanteras y las recuesta en mis pantorrillas. No necesita decirme nada. Me inclino, la alzo y la coloco en mi regazo. Pandora se acomoda, sabe que estoy trabajando, procurará no incomodarme, pero antes de arruncharse entre los pliegues de mi saco le da un vistazo a mi escritorio. 

¿Guadalupe Nettel? ¿Vas a trabajar el libro de cuentos de Guadalupe Nettel?, me pregunta.

Sí… Le respondo un poco dudoso. Quiero escribir una opinión acerca del libro, como un comentario crítico… ¿Sabes lo que es un comentario crítico?

Evidentemente, mi querido Jerson. Los perros, las águilas y las ballenas somos los animales más reflexivos del reino. Bien podríamos escribir mejores tratados que ustedes, los humanos, tan sordos, tan ciegos, con esa hiposmia tan crónica que los acompaña…

Olvidaba que con los años Pandora se ha vuelto toda rancia, tan orgullosa de su especie, tan burlona de los humanos. Intento ignorarla y le cambio el tema.

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¿Recuerdas lo que la misma Guadalupe Nettel dijo en uno de sus cuentos?: “Los vínculos entre los animales y los seres humanos pueden ser tan complejos como aquellos que nos unen a la gente” (2021a, página 64).

Sí, sí, creo que con eso abre “Felina”.

Sí, ese. Además, en una entrevista afirmó que “los acontecimientos principales de nuestra vida son los mismos que los de los animales. Defendemos de igual forma que ellos a nuestra pareja, nuestro territorio y luchamos también por la supervivencia”.

Pandora mueve el hocico de un lado al otro muy despacio, como siempre que desconfía de lo que le digo. Su mirada me incomoda. Pienso en otro argumento:

En otra entrevista —entenderás que me interesó mucho lo que opinaba Nettel de su libro— ella dijo que ya había llegado la hora de pensar en el tipo de relación que los humanos quieren establecer con la naturaleza, que la razón ni el lenguaje nos hacían superiores a ustedes. Creo que este libro pone sobre la mesa una discusión bastante actual sobre los derechos de los animales, entenderlos, ponernos en su posición, continué.

Ajá, dijo Pandora.

Cuando Pandora se pone así preferiría sacarla del cuarto, poner la música a todo volumen y olvidarme de ella por un rato. Pero yo me la conozco: empezaría a gimotear con el tonito típico de los Jack Russell Terrier y se pasaría toda la madrugada con la bendita cantaleta que la dejaría disfónica. Después tendría que llevarla al veterinario para que la doctora Enríquez me mire con reproche. Mejor no.

Pandora… escúchame, o si no, al menos escucha lo que dijeron los jurados cuando premiaron a Nettel con el premio Ribera del Duero en 2013: “Alta calidad de su prosa, impecable tensión narrativa y unas atmósferas turbadoras en las que lo anómalo se aposenta en lo cotidiano”.

¿Y tú les creíste, mi querido estudiante de la maestría en Estudios literarios?, me pregunta Pandora con sus ojos saltones.

Pues… para eso quiero escribir el comentario crítico, para poner en discusión…

¡Pero si no hay nada que poner en discusión, querido Jerson!, me interrumpe Pandora.  Aunque los jurados la elogien, aunque en sus entrevistas Nettel se muestre profunda y filosófica, no hay nada que discutir. El matrimonio de los peces rojos es un libro antropocéntrico. Aparentemente se cuestiona si lo que vivimos los animales es lo mismo que viven ustedes los humanos, se interroga por el tipo de relación que ustedes quieren plantearse con la naturaleza, pero no es así.

» En un comentario crítico que leí en internet —a mí también me intrigó el tema Nettel, no creas— Rafa Ruiz afirma que este libro “nos propone un cruce de caminos entre el mundo animal y el universo humano para hablar de temas tan naturales como la ferocidad de la vida en pareja, la maternidad, las crisis existenciales de la adolescencia…”. No creo que haya tal cruce de caminos. El matrimonio de los peces rojos es puro reflejo, repetición. Los animales no estamos ahí más que para repetir las acciones de los seres humanos. Si la pianista se obsesiona con su amante, el hongo la imita y se aferra con uñas y dientes a su entrepierna —lo sé, el hongo no es un animal, pero igual yo lo defiendo—; si un matrimonio pierde vitalidad, una serpiente se reduce a metáfora y muere rígida en su acuario. No digo que los cuentos sean malos por esto, pero tampoco quiero que ante un papel tan limitado de los animales en ellos se afirme que hay diálogos y confluencias entre los humanos y nosotros.

Pandora jadea, tiene espuma blanca en las comisuras de la boca.

Vamos, Pandora, le digo. Vamos al parque.

El matrimonio de los peces rojos de Guadalupe Nettel

Estamos en las gradas. Pandora está acostada, su panza se abriga con el sol de la mañana. Yo me bronceo las piernas mientras chupo una paleta de agua.

Creo que se me subió la sangre a la cabeza, me dice Pandora con la mirada fija en los adolescentes que juegan microfútbol. 

Un poco. Y yo creo que mi lectura de los cuentos fue demasiado inocente, le respondo.

Bueno, igual disfrutaste leyéndolos. Recuerdo la emoción con la que me leíste «Hongos». Si no fuera por ti no me habría tomado el esfuerzo de leer a la Nettel, ya los ojos no me dan. Gracias por eso, me dice Pandora.

No hay por qué, me alegra que hayas disfrutado la lectura.

La disfruté, pero a medida que ibas leyendo me iba dando cuenta del mecanismo que Nettel utilizaba y del lugar que nos daba a los animales. En el primer cuento, “El matrimonio de los peces rojos”, recuerdo que la narradora decía: 

Al entrar, fui directo al salón y me asomé a la pecera como quien consulta un oráculo: el macho seguía con las aletas desplegadas, pero ahora su compañera acusaba también un cambio físico: a lo largo del cuerpo le habían salido dos rayas horizontales de color pardo (página 19).

No creo que la mujer consultara un oráculo. Ella no le estaba solicitando una respuesta a una deidad —a pesar de que los peces son más divinos que Apolo, ¿sabías? —. Ella no se acercó a la pecera buscando un pronóstico ni una predicción, tampoco buscaba un consejo: la protagonista del cuento solo buscó en los peces un reflejo, un teatro que representara el enfrentamiento que ella había tenido con su esposo momentos antes. ¿Cuál diálogo aparece entonces entre los animales y los humanos? 

Asiento con mi cabeza mientras paladeo con mi lengua la paleta roja.

Es que no sé si lo recuerdas, pero en el mismo comienzo del cuento aparece la declaración de intenciones de Nettel. Cuando dice: “En general se aprende mucho de los animales con los que convivimos, incluidos los peces. Son como un espejo que refleja emociones o comportamientos subterráneos que no nos atrevemos a ver” (páginas. 15-16). ¿Te fijaste? Nos encasilla como meros imitadores y de ese molde no vamos a salir en ninguno de los cuentos.

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» En el segundo cuento, “Guerra en los basureros”, las cucarachas son la sombra del niño. Cuando él las conoce en la oscuridad de la cocina asegura: “Su nerviosismo me dio asco y, al mismo tiempo, me produjo una sensación familiar” (página 50), un sentido de relación que se enfatiza al final, cuando debe volver al cuchitril donde duerme: “La única compañía que tuve en ese momento fue la de una cucaracha muy pequeña. […] Una cucaracha huérfana, probablemente asustada, que no sabía hacia dónde moverse” (página 61). La interesante y truculenta trama donde las cucarachas van a invadir la casa y el morbo de la familia que devora insectos guarda de fondo una comparación entre un hombre y un animal, nada más. Ahí no hay ningún planteamiento de cómo se deben relacionar los unos con los otros como indicaba Nettel en la entrevista. No hay tal alcance.

Noto cómo Pandora se sienta sobre sus patas traseras. 

Este tratamiento poco a poco se va volviendo predecible y llega el punto en el que sabes lo que va a pasar. Cuando leías en voz alta “Felina” lo supe. Cuando mencionaste que la gata “ya no saltaba con la misma ligereza, sus tetillas, antes diminutas, ganaron volumen y el torso se le ensanchó considerablemente…” (página 71), ahí mismo yo me dije: la mujer va a estar embarazada. Entonces, pocas frases después lo confirmaste: 

Quince días después de que se fuera Ander, mi menstruación no se presentó cuando debía y tampoco tiempo después, como esperaba ingenuamente. Me hice una prueba casera de embarazo, mientras rezaba sentada en el excusado a que saliera negativa. Sin embargo, el óvalo blanco se tiñó con dos líneas, confirmando mis temores (página 71).

¿Lo ves? Este libro no solo nos ubica a los animales como imitadores de las conductas humanas; los cuentos se repiten la misma estructura y tarde o temprano eso me aburre.

La tranquilidad con la que Pandora expone sus pensamientos me parece admirable. El mismo desdén con el que rechaza los sobres de comida húmeda de Pedigree que le compro cada mes lo utiliza para sacar a Guadalupe Nettel de sus lecturas preferidas.

Vamos, me dice. Ya me cansé de ver la misma jugadita repetida… y me refiero a la de los muchachos que juegan microfútbol.

De regreso a casa vuelvo a sentarme frente al computador. La idea que tenía para hablar de los cuentos de Nettel se me ha ido al traste. Siento que me voy a ahogar en esta piscina de palabras. Entonces Pandora se asoma junto a mi silla, la alzo y la vuelvo a colocar sobre mis piernas.

Iba a dormir mi siesta de la tarde, pero tu taca-taca del esfero sobre el escritorio me despertó el remordimiento. Siento que debo ayudarte a salir del embrollo en el que yo misma te metí, me dice Pandora después de un bostezo largo. A ver, a ver, ¿por dónde nos vamos? Pienso que las formas clásicas suelen ser más arriesgadas que lo que ustedes llaman “lo contemporáneo”. Me acuerdo del cuento que te leían cuando eras niño: Los músicos de Bremen de los hermanos Grimm, ¿lo recuerdas? Amaba la voz de tu mamá cuando leía los pensamientos del burro. ¡Ese cuento sí que nos identificaba! En él los animales éramos capaces de tomar decisiones, de escapar de nuestros destinos trágicos, de soñar… Al comienzo de “Felina” Nettel mencionaba los “vínculos complejos entre los animales y los humanos” (2021a, página 63). Pues yo creo que un cuento donde los animales elaboran un plan para espantar a los ladrones que ocupan una casa presenta vínculos más complejos entre humanos y animales.

Conozco este estado de Pandora. Cuando se pone a divagar puede resultar tremendamente elocuente. Yo solo la escucho.

Recuerdo un libro de ensayos, dice moviendo la cola. Se llama ¿Qué dirían los animales… si les hiciéramos las preguntas correctas? de Vinciane Despret, una filósofa y psicóloga belga. Creo que este libro procura cedernos el centro a los animales, invita a los humanos a ponerse en nuestras patas. En uno de sus ensayos, por ejemplo, “¿Con quién querrán negociar los extraterrestres?”, menciona el caso de Temple Grandin, una científica estadounidense reconocida por su dominio de la ganadería.

Guadalupe Nettel (1)
Guadalupe Nettel.

El autismo —escribe— me ha dotado de una perspectiva sobre los animales que la mayoría de los profesionales no tiene, aunque las personas ordinarias pueden acceder a ella: el hecho de que los animales son más astutos de lo que nosotros pensamos. […] Las personas que aman a los animales y que pasan buena parte de su tiempo con ellos, a menudo comienzan a sentir intuitivamente que en ellos hay más de lo que nuestra mirada encuentra. Pero aunque saben lo que es, no saben cómo describirlo (página 52). 

Tal vez, afirma Pandora con una mirada condescendiente, Nettel ha observado que en los animales hay algo más, pero en El matrimonio de los peces rojos no encontró la manera de describirlo con acierto. Tal vez le convenga leer y cuestionarse sobre lo que dice Despret porque en este mismo ensayo ella sugiere que debemos acercarnos a los animales con una mirada que no reduzca las diferencias, sino que las convierta en miradas cualificantes (página 55). Esto tiene mucho que ver con la postura de Nettel en sus cuentos porque esta mirada cualificante es capaz de reinventar las identidades para abandonar estados comparativos y llegar a estadios de traducción. ¡Fabuloso! Dejemos a un lado tramas que comparan los comportamientos de los humanos con los de los animales y centrémonos en traducir aquello que los animales les queremos decir.

Sería bellísimo, le digo a mi mascota.

Bellísimo, responde ella. Y, además, es una experimentación que ya hemos visto en otros autores. ¿Recuerdas el libro que devoraste a comienzo de año, el de Ted Chiang?

Rumio mi respuesta. ¡Claro, le digo, en Exhalación está “El gran silencio”, ese cuento tan bonito…!

¡Ese!, responde Pandora. No recordaba el nombre. Acuérdate que en ese cuento el narrador es un loro puertorriqueño y describe —tan nostálgico— su lamento porque la búsqueda afanosa de los hombres por otro interlocutor no humano los llevó a construir el telescopio de Arrecibo, esperando escuchar esa voz proveniente del espacio exterior. Pero esa búsqueda les impidió ver que esos otros interlocutores estábamos aquí y que no nos queda mucho tiempo con ustedes… El gran silencio del firmamento se repetirá aquí cuando faltemos nosotros.

Los ojos de Pandora se humedecen, pensar en su ausencia me entristece a mí también por lo que cambio de tema: Es verdad, le digo, ahí Ted Chiang puso en ejecución la mirada cualificante para reinventar una identidad en el personaje del loro puertorriqueño. “El gran silencio” ofrece algo más que una comparación y nos regala la traducción de una mirada.

Mi mascota se despabila, se recompone y se lame el hocico: ¡Upa!, no pude haberlo ladrado mejor. Después se arrucha en mi vientre y cierra los ojos, suspira y me dice: pero creo que el mejor ejercicio de traducción animal lo hace Ursula K. Le Guin con el cuentazo de “El autor de las semillas de acacia y otros extractos del diario de la Sociedad de Zoolingüístas” (2016). ¡Ufff, esa mujer tiene olfato de lobo! Recuerda que allí se interroga por el lenguaje fragmentario de las hormigas escrito con la exudación de las glándulas sensitivas sobre semillas de acacia, imagina la multiplicidad de los textos creados por los pingüinos mientras vuelan en el agua y reconoce el lenguaje cinético de los pájaros que comunican su poesía con el roce de sus alas.

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Sí, esa mujer intentó ahondar en la sensibilidad animal, imaginó la poesía que los animales podían crear… Tal vez alguna de sus mascotas le ayudó, le digo a Pandora mientras le acaricio el morro.

Tú sabes que eso no es posible, me responde aún con los ojos cerrados. Los animales tenemos prohibido intentar comunicarles a los humanos nuestra experiencia sensible. No serían capaces de comprenderla. 

Lo sé, le respondo, solo estaba jugando.

Pero Ursula se acercó bastante, eso te lo aseguro, dice Pandora.

Y creo que alguien que también se acercó fue Wislawa Szymborska con su poema “Elogio de la mala conciencia de uno mismo”, le contesto. Me gusta cuando dice: “En este tercer planeta del sol, entre los signos de bestialidad una conciencia limpia es el Número Uno”.

Tienes razón, asiente Pandora. Tu poeta favorita ofrece un acierto crucial en su poema. Nettel compara nuestras acciones con las humanas cuando existe una diferencia enorme entre ambas: la culpa. El pez Betta splendens de “El matrimonio de los peces rojos” no sintió remordimientos por atacar a su pareja, las cucarachas de “Guerra en los basureros” no invadieron la casa dándose golpes de pecho ni la gata de “Felina” abandonó a sus cachorros sintiendo que era una mala madre. El protagonista de “Hongos” no crece en la humedad de su huésped deseando provocarle el menor malestar posible y la boa de “La serpiente de Beijing” no mira con compasión a su dueño. Somos inmunes a la culpa y eso nos aleja de las relaciones de espejo en las que nos pone Nettel en sus cuentos.

Sopeso su respuesta en silencio.

Y si no sientes culpa, ¿por qué decidiste ayudarme a realizar el análisis de este libro de cuentos?, le pregunto.

Puede que no sienta culpa, me dice, pero el hambre a veces acosa mucho más que el remordimiento del mismo Judas. Preferí ayudarte para que después no se te olvide alimentarme y sacarme a la calle. Voy a alistar el collar, mientras tanto ponte una chaqueta que afuera hace frío.

Termino mi texto y recuerdo las palabras de Piglia. Creo que esta vez tampoco me ahogué. Pude llegar al otro lado de esta piscina de palabras. Pude llegar nadando como los perritos.

Referencias bibliográficas

Chiang, T. (2020). Exhalación. Sexto piso. https://aleermascuentos.com/2020/09/28/el-gran-silencio-ted-chiang/

Despret, V. (2018). ¿Qué dirían los animales… si les hiciéramos las preguntas correctas? Cactus.

Grimm, J., Grimm, W. (2015). Los músicos de Bremen. Planeta Lector.

Le Guin, U. (2016, 18 de abril). El autor de las semillas de acacia y otros extractos del diario de la Sociedad de Zoolingüístas. La púrpura de Tiro. https://www.lapurpuradetiro.com.ar/~lapurpur/index.php/numeros-anteriores/item/473-el-autor-de-las-semillas-de-acacia-y-otros-extractos-del-diario-de-la-sociedad-de-zoolingueistas

Nettel, G. (2013, 12 de junio). Guadalupe Nettel: «Somos animales con hábitos». El Periódico. https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20130612/guadalupe-nettel-somos-animales-habitos-2415831

________. (2021a). El matrimonio de los peces rojos. Páginas de espuma.

________. (2021b, 4 de agosto). Guadalupe Nettel: «Los seres humanos somos depredadores». Télam Digital. https://www.telam.com.ar/notas/202108/563905-guadalupe-nettel.html

Piglia, R. (2018, 9 de octubre). Literatura y psicoanálisis. Malsalvaje. https://malsalvaje.com/2018/10/09/literatura-y-psicoanalisis-un-ensayo-de-ricardo-piglia/

Ruiz, R. (2015, 31 de agosto). Guadalupe Nettel: Duros retratos de gente a través de animales. Público. https://elasombrario.publico.es/guadalupe-nettel-duros-retratos-de-gente-a-traves-de-animales/

Szymborska, W. (2008). Poesía no completa. Fondo de Cultura Económ

Collage de apertura: Yéssica Chiquillo

5 Comentarios

  1. La profesora tenía razón, estas reseñas eran muy buenas para quedarse en el disco duro de un ordenador. ¡Felicitaciones!. No he leído aún todos los cuentos pero, me pareció muy ingenioso eso de antropomorfizar la relación con seres que podemos amar tanto y son tan cercanos a nosotros como nuestras mascotas y dotarlos de ideas y pensamientos, tan cercanas a las emociones. Esta reseña es de un crack.

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