‘Matate, amor’: la oscuridad debajo de la superficie
La novela ‘Matate, amor’, de Ariana Harwicz, una de las voces más originales y provocadoras de la literatura argentina en la actualidad, finalmente llegó al país de la mano de la editorial Laguna. Una reseña.
Matate, amor, la primera novela de la argentina Ariana Harwicz, abre con una escena inquietante. El sol forma en la mano de una mujer la imagen de un cuchillo. Ella piensa en usarlo para desangrarse “de un corte ágil en la yugular”. Está tendida en el pasto, rodeada de árboles caídos, al lado de su casa en el campo. En ese momento, avista en la distancia a su esposo y a su bebé, que saltan y hacen sonidos en una pileta de plástico azul. Ella nos dice que no los va a matar. Entonces suelta el cuchillo de luz. En cambio, opta por espiarlos, desde la maleza.
Desde estas primeras líneas, Harwicz nos prepara para lo que vendrá a continuación. Desde ese inicio ella nos da a conocer la distancia que existe entre la mujer y las demás personas, la sinuosa presencia de sus delirios, el opresivo manto de su depresión. Ya intuimos que la escritora nos va a adentrar con enorme fuerza lírica en la subjetividad de una mujer “débil y enfermiza”, como ella misma se describe, y que nos va a mostrar el lente con el que ella mira el mundo, así como el mundo que surge de ese lente, empañado y oscurecido.
Más de Christopher Tibble: Esquivo y misterioso: ‘La mujer zorro y el doctor Shimamura’
En alguna ocasión, el escritor Hisham Matar refutó la idea de que leer literatura debe ser una experiencia agradable. Invocó la imagen de una persona que lee un domingo frente a una chimenea en un estado de absoluta tranquilidad justamente para argumentar que de eso no se trataba. La buena literatura a menudo incomoda, como en el caso de Matate, amor, una novela que es al tiempo perturbadora y extrañamente liberadora. No ocurre a menudo que una autora logre darle relieve al estado psíquico de un personaje como ocurre en las páginas de este libro. Tampoco es común encontrarse frente a un obra que no se refrena, que le hace el quite al pudor, y que en cambio permite que surjan las pulsiones más fangosas de un individuo.
La trama de la novela es sencilla, en la medida que es sencilla, por ejemplo, la de Al faro de Virginia Woolf. A lo que me refiero es que la trama, lo que ocurre, es secundario. En Mátate, amor lo importante es el cómo: en otras palabras, la manera como la protagonista, hundida y en guerra con lo que la rodea, percibe la realidad. Ella quiere huir de su matrimonio y de su maternidad, no logra conectarse con el mundo. Una sensación de encierro afila sus reflexiones (los capítulos, todos de un sólo párrafo, refuerzan esa sensación). En medio de su asfixia, ella oscila entre el agotamiento, la rabia y el deseo, por la muerte, por otros cuerpos. “Hay que tirarlo al desierto, que lo devoren las bestias -dice en un momento-. Al deseo”.
Harwicz empezó a escribir Matate, amor poco después de mudarse al campo francés con su esposo. El escenario juega un papel en la novela: la naturaleza envuelve la historia y le ofrece un manantial de imágenes y metáforas. Un animal en particular, un ciervo que ronda el bosque, aparece una y otra vez, quizás como un símbolo de una vida anhelada por fuera del orden de los dramas humanos. “La abrí y corrí a buscarlo -dice la mujer-, necesitaba encontrarme con la punta de sus cuernos. Ciervo mío, ciervito de mi corazón, ciervo, ojalá estés”.
Puede leer: La madre, regenerada
Matate, amor salió en Argentina en 2012, y desde entonces le ha dado la vuelta al mundo. Ha sido traducida a múltiples idiomas y ha obtenido una sarta de reconocimientos; en 2019, por solo nombrar uno, su versión en inglés hizo parte del longlist del Booker Internacional. Pronto llegará al cine: hace poco, la productora de Martin Scorsese compró sus derechos audiovisuales, y los de sus dos siguientes novelas, La débil mental (2014) y Precoz (2015); las tres, de hecho, fueron publicadas por Anagrama este año en un mismo libro que se titula La trilogía de la pasión. Su cuarta novela, Degenerado (2019), se adentra en la mente de un pedófilo.
En múltiples entrevistas, Harwicz ha criticado la corrección política, la cultura de la cancelación y el impulso a la autocensura. Para ella, la literatura es un territorio donde todo vale. “El arte existe para tener la libertad que no se tiene en la vida civil, para que no existan leyes ni moralidad”, le dijo a Clarín el año pasado. Y creo que en ello reside la fuerza brutal de Matate, mi amor: en la vehemencia con la que aflora la oscuridad. En ello, y en el lenguaje, que Harwicz pule con precisión e imaginación, limando las obviedades, los lugares comunes, las convenciones tradicionales sobre el amor y la familia, hasta mostrarnos aquello que late en el interior de su protagonista.
2 Comentarios
Deja un comentario
En esta buena crónica de este libro se ve una trama fuerte pero a la vez muy humano
Si dan ganas de leerlo